viernes, 17 de abril de 2009

El muchacho loco.

Me miraba con esos ojos lindos de muchacho enamorado, estaba sentado a mi lado en la cama mientras yo seguía acostado. La noche anterior en realidad no fue emocionante, luego de una conversación bastante ligera nos dedicamos a compartir unas copas y después a la cama. Antes de ir a la habitación me quedé pensando unos segundos, en esa mismo lugar seguían frescos los momentos vividos con algún otro muchachito adorable perdidamente enamorado de mi. Sentí que me abrazaban por la espalda y salí bruscamente de los pensamientos que me estaban incomodando. Me encanta que me regales todas esas caricias y miradas, me encantan esos dedos largos y tus bellos ojos miel. Quizás tengo que responder a ese amor imposible que me profesas, debo disfrutar aquellos besos exquisitos y responder con la misma pasión que imprimes en ellos. ¿Cómo es que puedes adorarme si yo nunca comienzo nuestros encuentros?. De todos modos aquello no era nuevo, era la novena o décima vez que alguien juraba amarme, me acariciaba sin esperar nada a cambio, me besaba sabiendo que mis besos son hielo, me daba placer suponiendo que era el primero. Me dejé caer de espalda sobre la cama, no me molesté en desnudarme, cerré los ojos e inspiré profundo. Sus ojos de muchacho enamorado seguían sobre mi cuerpo, podía sentir su mirada sobre mi cuerpo. En ese instante y contra todo pronóstico, sus labios pronunciaron algo que nunca había escuchado: te amo a pesar de todo. Abrí los ojos y quise decirle algo, responderle con algunas palabras dulces o alguna frase por el estilo, nada salió de mi boca. Alzó el brazo y de su rostro desapareció todo rasgo inocente, sus ojos estaban llenos de odio. Ese primer movimiento rompió mi labio, el próximo me dejó aturdido y con algo de sangre manchando mi cabello. Terminó todo y cerré mis ojos, era todo lo que podía hacer en ese momento sobre esa cama y al lado de aquel muchacho loco. Al despertar él seguía con esos ojos de enamorado, yo le sonreí. Me sentí aturdido algunas horas, al atardecer el dolor había desaparecido.

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