miércoles, 30 de diciembre de 2009

El ojo morado que merezco: de regreso a casa.

Digamos que recuerdo más de la mitad del camino recorrido, digamos que esa sangre que manchaba mi ropa no era mia, digamos que te amo tanto como me amas.
Nunca fue fácil explicar las cicatrices que adornaban mi cuerpo, mucho menos si debía explicarlo una o dos veces al mes. Siempre había alguien cuidando de mi cuerpo, siempre me esperaban ojos cansados de muchachos lindos. El problema no era conseguir compañía ni matenerlos atados a mi cuerpo, nunca fue problema dañarlos y fingir amnesia. ¡Ja!.
Llegué y el cuarto estaba vacío, la puerta del baño abierta y la luz encendida. Me acerqué curioso, casi apostando que el muchachito me había abandonado. Asomé la cabeza y lo vi en el suelo. Atiné a levantarlo y acostarlo sobre la cama, revisé sus brazos y su cabeza. Al parecer solo era un desmayo. Cuidé de él toda la noche y decidí retenerlo a mi lado. Cuando desperté me preguntó por la sangre seca de mi rostro, yo le pregunté si había dormido bien. Nuestros rostros estaban cansados, nuestros cuerpos clamaban por sueño. Lo abracé. El amor tiene mil formas y la mitad de ellas tienen moretones.

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