jueves, 26 de abril de 2012

Manual de suicida


Las  ranuras en que se han convertido los ojos del gato apenas pueden captar la luz, su tercer párpado –blanco y venoso– puede verse desde el exterior, a pocos centímetros del rostro peludo del gato en reposo. Las patas traseras se contraen bajo el vientre, las patas delanteras se doblan sobre sí mismas para acoger el torso del animal, el olor acre de sus deposiciones convierten el aire en una mezcla difícil de respirar, la arena destinada a absorber su abundante orina con toda seguridad está saturada hasta el punto de dejar las manchas recientes bien definidas sobre la superficie.
En el baño el agua rancia proveniente de la ducha se escapa por un agujero imposible de encontrar, el piso de la ducha está cubierto por una masa compacta de hongos negros –los de más cuidado según algunos arquitectos–, al abrir la llave (que no provee más que agua fría) éstos comienzan a liberar sus esporas y el olor parece transportado de un pantano en los bosques celtas. El agua también se apoza bajo el lavamanos, también tapado, con la marca gris de la última vez que no se pudo evacuar el agua, además de la aterciopelada suciedad gris que se pega dentro del lavamanos: restos de jabón, pasta de dientes, bacterias, caspa, partículas diminutas de piel que se escapa de las manos frecuentemente. La taza del baño solo puede contener orina, el rompimiento de esta regla supone que el agua destinada a limpiar la taza aumente hasta llegar al borde superior e incluso caiga como una pequeña cascada curva, las burbujas posteriores permitirán que el agua se largue, lento, paciente como el retroceso de las mareas.
La luz está restringida, a ciertas horas del día no puedes disfrutar de la luz artificial pues no hay, por las noches la ampolleta instalada “a la mala” es el único aparato que se nutre de electricidad, no puedes disfrutar del sonido incansable de una radio.
El desorden el frecuente, el gato deja sus pelos olvidados allí en donde duerme, en los lugares más extraños, impregnando su olor, dejando la huella de su pata limpia a salivazos. La bicicleta de color rosa –originalmente– y ahora de un amarillo pastel muy mal aplicado descansa apoyada en una pequeña repisa, junto a los aerosoles tóxicos contra arañas y mosquitos varios, una bolsa de basura olvidada, esponjas sin uso, unos guantes de cuero utilizados en jardinería, cloro. La ropa sucia, acartonada sobre muslos y tobillos, la suciedad patente en formas de manchas oscuras: sangre, tinta, orina, almidón, harina disuelta en agua para el batido frito que se preparó hace un mes. Una bolsa de almendras abandonado hace tiempo hace presión con mi pierna derecha, se caen algunas de la tabla en la repisa, pero la bolsa abultada sigue en su sitio. Basura acumulada, tazas sucias, manchas de café muy azucarado y de té amargo sin azúcar. Botellas vacías, polvo, cerillas usadas, cenizas de cigarrillos e incienso barato (vainilla-naranja). El amuleto para la protección adquirida en un viaje de ayahuasca, las semillas negras y rojas dispuestas como un rosario, la mandíbula inferior de un carnívoro amazónico reemplaza la cruz del hombrecito sufriente de sangre falsa; todo colgado de la toma de corriente inútil, una caja de madera y plástico torpemente pintada de amarillo como todas las paredes de la habitación.  

Editorial Revista Literaria  Escarnio N°29

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