No me había fijado, “Serena Tango Club” despertaba del
letargo diurno, de una petite morte.
¿Ya era verano? las sombras de algunos orgullosos bailarines se apreciaban a
través de los inmensos ventanales del segundo piso, bien podían ser monigotes
recortados en cartón que alguien movía con un entramado mecanismo de cuerdas,
con tango y aplausos grabados, todo para engañar a algún incauto, sorprender al
curioso o provocar delirios en personas con mentes cansadas; eso podía estar
sucediendo, un pequeño jorobado riéndose de los ingenuos que creían en su
engaño. La luna se veía inmensa ¿ya era
verano?, su color delataba una adicción de años al cigarrillo, delirios de las
insoportables noches de verano.
Pensaba que había un retraso importante en la
publicación de la revista literaria, mis ojos parecían los de un gato queriendo
atrapar un animalejo, mis pupilas se veían enfermas, dilatadas. La fecha límite
acercándose, no, no más retrasos, la fuente de la inmortalidad a tiro de
piedra. Leí sobre pichas disecadas de toros y una noche de asesinatos a escopeta. Llega la noche en que se empapela
la ciudad, sabíamos bien que no sería fácil, jamás lo es. Hacía horas el café
esperaba sobre la mesita de noche, no había interés en beber, el cigarrillo se
convertía en cenizas que no te molestabas en sacudir, parecía que las cosas
tomaban un rumbo grave y confuso, el vino tenían algo que ver en todo esto.
Mantener la boca cerrada llena de sangre debe ser difícil, sonreír con los
dientes maquillados carmesí es una imagen horrenda, escupir no es digno, dejar
de hablar porque tu boca se llena de sangre es imperdonable, tragarla es
beberte el sagrado amargor de tu odio.
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