jueves, 26 de abril de 2012

Miedo a morir en un baño público


No me había fijado, “Serena Tango Club” despertaba del letargo diurno, de una petite morte. ¿Ya era verano? las sombras de algunos orgullosos bailarines se apreciaban a través de los inmensos ventanales del segundo piso, bien podían ser monigotes recortados en cartón que alguien movía con un entramado mecanismo de cuerdas, con tango y aplausos grabados, todo para engañar a algún incauto, sorprender al curioso o provocar delirios en personas con mentes cansadas; eso podía estar sucediendo, un pequeño jorobado riéndose de los ingenuos que creían en su engaño.  La luna se veía inmensa ¿ya era verano?, su color delataba una adicción de años al cigarrillo, delirios de las insoportables noches de verano.  
Pensaba que había un retraso importante en la publicación de la revista literaria, mis ojos parecían los de un gato queriendo atrapar un animalejo, mis pupilas se veían enfermas, dilatadas. La fecha límite acercándose, no, no más retrasos, la fuente de la inmortalidad a tiro de piedra. Leí sobre pichas disecadas de toros y una noche de asesinatos  a escopeta. Llega la noche en que se empapela la ciudad, sabíamos bien que no sería fácil, jamás lo es. Hacía horas el café esperaba sobre la mesita de noche, no había interés en beber, el cigarrillo se convertía en cenizas que no te molestabas en sacudir, parecía que las cosas tomaban un rumbo grave y confuso, el vino tenían algo que ver en todo esto. Mantener la boca cerrada llena de sangre debe ser difícil, sonreír con los dientes maquillados carmesí es una imagen horrenda, escupir no es digno, dejar de hablar porque tu boca se llena de sangre es imperdonable, tragarla es beberte el sagrado amargor de tu odio.

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