No tenía ya la mirada de un viejo conocido, ahora la tierna sombra del
descubrimiento iluminaba sus ojos. El abrigo de piel sintética no debía
de protegerlo mucho del frío, con ánimo caminó hasta el parque, con un
cigarrillo entre los labios partidos, botando el humo y reclamando por
la última calada que iba a dar aquella noche. La música se ocultó
porque en ese momento su voz era más importante, caminamos, me contó su
historia de todo, explicar todo, conocer todo, caminar hasta el más
oscuro límite en que he puesto mis pies. No había más que hacer, observé
cómo cortabas con una navaja una cinta negra, la tenías hace mucho en
la muñeca, dijiste algo que no recuerdo, allí quedó tirada, pisoteada un
par de veces, llena de polvo proveniente del desconocido horizonte
oscuro. Te pregunté si eran murciélagos los que chasqueaban sus
dentecillos, los que estaban volando sobre nuestras cabezas, no pudiste
responder con seguridad. Niña boba, ejecutamos un baile con las manos
unidas en torno a un eje ¡y me hablas de murciélagos!.
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