miércoles, 10 de octubre de 2012

Carta



            1° cigarrillo. Lo enciendo mientras espero, me decían en la carta que vendrían a por mí en una hora; la que no se ha cumplido por escasos minutos. La nieve alcanza mis talones, llevo botas, comienzo a desconfiar de que sean impermeables, las compré de segunda mano apenas bajé del tren, quizás debí esperar un mercado oficial para hacer mi primera compra, hace tres días parecía completamente necesario –los dedos de ambos pies se me congelaban– jamás pienso en el calzado adecuado para un lugar frío. En el sobre que contenía la carta, en la esquina superior izquierda, había una estampilla de un pájaro afligido sobre una rama cristalina, aunque bien podía ser hielo comenzando a derretirse o un cable eléctrico de un color claro. La carta no decía mucho, más bien eran las apreciaciones simples de quien se ve abrumado de imágenes nuevas, en un lugar que jamás ha visitado antes. Quería gritar, no habían muchos más detalles, solamente un triste “espera allí, el dos de julio a las cinco de la tarde”. Maldición. Ese “allí” era el punto donde nos separamos la última vez, lo recordaba con más nieve que ahora, quizás fue una primera impresión errónea, todo se exagera en la memoria, todo crece y se desborda. Recordaba que allí, por donde mirara, había nieve y ellos caminaban, veían sus espaldas anchas, una junto a la otra, uno con abrigo de piel sintética y el otro con un abrigo de paño, ambos con sombreros y bufandas. ¿Cómo iba a imaginarme que un año después recibiría una carta que confirmaba el éxito de ambos en tierras extranjeras?

2° cigarrillo. Hace frío, se acaba de cumplir la hora señalada, mis manos están enrojecidas, estoy cansada, apenas he comido, supongo que con estas bajas temperaturas, un trozo de queso, pan y vino tinto no es suficiente, el clima reclama que tu comida sea abundante en grasa, además de alcohol, algo más fuerte que el cándido vino de siempre. Pensé que mi interés en este país me llevaría primero a vivir allí, sin embargo, solo tuve el valor de quedarme en Helsinki, esperando noticias. Les dejé en la nieve, luego tomé el tren, mis lágrimas lograron escapar a mi abrigo, no tenía pañuelos y la única prenda que no estaba sucia eran los faldones de mi camisa, intenté asomarlos entre mi vestuario, lo logré apenas, mi vientre se expuso un momento al frío y sentí una punzada en el corazón, lloré demasiado, estaba sola en un país extraño y frío; me ahogó de repente la soledad más cristalina que había sentido, el espectro nítido del abandono de dos personas que amaba.

3°cigarrillo. Recordando aquel episodio volví a mirar resignada mis pies medio cubiertos de nieve, una lágrima se congeló al tocar el suelo, un cristal de agua único, tan especial, algo que jamás se repetiría; lo pisé con fuerza, con rabia, tenía las botas húmedas, comencé a sentirme mal, mareada, enferma. Pensé que sería mejor esperar en algún lugar resguardada del viento, busqué con la vista un banco bajo un árbol, nada, allí ningún árbol tiene hojas en invierno, todo parece muerto. Solitario.

4° cigarrillo. Luego de sentarme el malestar continuó, quizás la falta de comida, quizás el cansancio por el viaje, uno largo y angustiante ¿cómo serían sus rostros después de tanto tiempo? Grité, era suficiente esperar en el frío, con las botas mojadas y el corazón contraído. Un carruaje pequeño asomó por el costado del sendero, un camino que no había advertido por la nieve, dos hombres con demasiada ropa miraban desde allí, bajé la vista por un momento esperando a que se fueran, sentí que el carro dejó de moverse. Visto desde más cerca, aquel vehículo era un tanto pequeño para ser tirado por tres caballos, en lugar de ruedas llevaba dos esquíes angostos en el centro, por debajo de los asientos, muy cerca uno del otro. Podía sentir mis ojos resecos por el frío, no era capaz de mover mis dedos, no podía doblarlos, no podía llorar. Me sentí sola, quizás nadie vendría, quizás ellos escribieron la carta para despedirse del modo más cruel, tal como había sucedido hace un año. Me paré rápido, la rabia que tenía dentro pareció tomar mis piernas y las empujaba a pesar de lo débil que me sentía.
            -Oye ¿acaso no esperaste todo este tiempo para vernos?
En dirección opuesta a mis iracundos pasos, sentí una voz aterradoramente familiar hablar en un idioma que apenas entendía, no alcancé a darme cuenta cuando mi conciencia se desvanecía en la desdicha, no alcancé a sentir el seco golpe del hielo en mi cara, aunque lo esperaba resignada.

5° cigarrillo.
            -Se ve tan pequeña y delgada
            -Pareciera que no ha comido desde que la dejamos aquí hace un año
            -Que tonta, escapaba porque demoramos unos minutos demás
            -Estas troikas no son fáciles de conseguir…
Apenas me sentí mejor intenté levantarme, elasiento se movía, parecía deslizarse sobre algo duro, los cascos de los caballos sonaban armoniosos, lentos, con un
golpe seco sobre el suelo. La tristeza, por algún motivo, se había ido.
             -¿Le ayudo señorita?
            -Abrázame, no me siento bien
Sentí que me abrazó con mucha fuerza, aún con toda esa ropa que llevaba.
            -Paseamos por los suburbios, esto es el Parque Izmailovsky
            -¿Puedes levantarte?
Escuchaba voces lejanas a través de la nieve, como una tormenta en mis oídos. Lloré, a gritos, creo, a todo lo que daba mi voz ¿por qué se comportaban así?, como si me vieran siempre. Con mis últimas fuerzas les dije que jamás olvidaría. No creo que me escucharan.

6° cigarrillo.
            -Vamos a casa
            -Se ve muy enferma

7° cigarrillo. Según me dijeron después, tuvieron que cargarme hasta la modesta casa que ambos compartían, cada hora y media venía uno de ellos a tocar mi frente, me acercaban un vasito de vino caliente y me susurraban al oído “todo estará bien”. Apenas pude levantarme pedí una cajetilla de cigarros y unos fósforos, me senté en el borde de la ventana y miré el paisaje blanco que se extendía hasta donde mirara, los largos meses de invierno apenas comenzaban.

8° cigarrillo.
            -Al alba, las luces de las farolas siguen encendidas, según la gente es para     darle alegría a los que van a trabajar.

9° cigarrillo. Con el cigarrillo colgando de la comisura de los labios regreso al oficio. A la hora de comenzar, mis dedos están congelados, me duelen. La idea se escurre de mi cabeza antes de que pueda reanudar mi escritura, voy por un café, los veo serios, con rostros preocupados, sentados uno frente al otro en la mesa de la cocina, en el fogón hay una olla con sopa, creo que hierve furiosamente, voy a apagarla cuando me toman de la mano, tiran de mi brazo y acabo sentada contra mi voluntad.
            -Partimos a Siberia, mañana
            -Allí todo es más duro, es muy lejano.
            -Y solitario
Uno continuaba lo que el otro decía, solo escuché las primeras frases, me sentí triste, bajé la cabeza como recibiendo un reproche.

10° cigarrillo. Me tocaban el hombro para llamar mi atención, aunque estaba perfectamente consciente parecía que me hubiese dormido. Seguía sentada entre ambos, la sopa seguía bullendo sobre el fogón. Tomé la botella, supuse que ese verde oscuro y sucio ocultaba vino, bebí un sorbo con toda seguridad, las lágrimas se me escapaban, tosí, el vodka es más fuerte, limpié mis ojos con la manga de mi chaqueta, vi todo borroso por un momento.
            -No llores
            -Te llevamos con nosotros
Para el mediodía del día siguiente, estábamos sentados dentro de un vagón de carga del ferrocarril transiberiano, hacía frío.

[Publicado en Revista Literaria Escarnio N°32]

No hay comentarios: