1°
cigarrillo. Lo enciendo mientras espero, me decían en la carta que vendrían a
por mí en una hora; la que no se ha cumplido por escasos minutos. La nieve
alcanza mis talones, llevo botas, comienzo a desconfiar de que sean
impermeables, las compré de segunda mano apenas bajé del tren, quizás debí
esperar un mercado oficial para hacer mi primera compra, hace tres días parecía
completamente necesario –los dedos de ambos pies se me congelaban– jamás pienso
en el calzado adecuado para un lugar frío. En el sobre que contenía la carta,
en la esquina superior izquierda, había una estampilla de un pájaro afligido
sobre una rama cristalina, aunque bien podía ser hielo comenzando a derretirse
o un cable eléctrico de un color claro. La carta no decía mucho, más bien eran
las apreciaciones simples de quien se ve abrumado de imágenes nuevas, en un
lugar que jamás ha visitado antes. Quería gritar, no habían muchos más
detalles, solamente un triste “espera allí, el dos de julio a las cinco de la
tarde”. Maldición. Ese “allí” era el punto donde nos separamos la última vez,
lo recordaba con más nieve que ahora, quizás fue una primera impresión errónea,
todo se exagera en la memoria, todo crece y se desborda. Recordaba que allí,
por donde mirara, había nieve y ellos caminaban, veían sus espaldas anchas, una
junto a la otra, uno con abrigo de piel sintética y el otro con un abrigo de
paño, ambos con sombreros y bufandas. ¿Cómo iba a imaginarme que un año después
recibiría una carta que confirmaba el éxito de ambos en tierras extranjeras?
2° cigarrillo. Hace frío, se acaba de cumplir la hora
señalada, mis manos están enrojecidas, estoy cansada, apenas he comido, supongo
que con estas bajas temperaturas, un trozo de queso, pan y vino tinto no es
suficiente, el clima reclama que tu comida sea abundante en grasa, además de
alcohol, algo más fuerte que el cándido vino de siempre. Pensé que mi interés
en este país me llevaría primero a vivir allí, sin embargo, solo tuve el valor
de quedarme en Helsinki, esperando noticias. Les dejé en la nieve, luego tomé
el tren, mis lágrimas lograron escapar a mi abrigo, no tenía pañuelos y la
única prenda que no estaba sucia eran los faldones de mi camisa, intenté
asomarlos entre mi vestuario, lo logré apenas, mi vientre se expuso un momento
al frío y sentí una punzada en el corazón, lloré demasiado, estaba sola en un
país extraño y frío; me ahogó de repente la soledad más cristalina que había
sentido, el espectro nítido del abandono de dos personas que amaba.
3°cigarrillo. Recordando aquel episodio volví a mirar
resignada mis pies medio cubiertos de nieve, una lágrima se congeló al tocar el
suelo, un cristal de agua único, tan especial, algo que jamás se repetiría; lo
pisé con fuerza, con rabia, tenía las botas húmedas, comencé a sentirme mal,
mareada, enferma. Pensé que sería mejor esperar en algún lugar resguardada del
viento, busqué con la vista un banco bajo un árbol, nada, allí ningún árbol
tiene hojas en invierno, todo parece muerto. Solitario.
4° cigarrillo. Luego de sentarme el malestar continuó,
quizás la falta de comida, quizás el cansancio por el viaje, uno largo y
angustiante ¿cómo serían sus rostros después de tanto tiempo? Grité, era
suficiente esperar en el frío, con las botas mojadas y el corazón contraído. Un
carruaje pequeño asomó por el costado del sendero, un camino que no había
advertido por la nieve, dos hombres con demasiada ropa miraban desde allí, bajé
la vista por un momento esperando a que se fueran, sentí que el carro dejó de
moverse. Visto desde más cerca, aquel vehículo era un tanto pequeño para ser
tirado por tres caballos, en lugar de ruedas llevaba dos esquíes angostos en el
centro, por debajo de los asientos, muy cerca uno del otro. Podía sentir mis
ojos resecos por el frío, no era capaz de mover mis dedos, no podía doblarlos,
no podía llorar. Me sentí sola, quizás nadie vendría, quizás ellos escribieron
la carta para despedirse del modo más cruel, tal como había sucedido hace un
año. Me paré rápido, la rabia que tenía dentro pareció tomar mis piernas y las
empujaba a pesar de lo débil que me sentía.
-Oye
¿acaso no esperaste todo este tiempo para vernos?
En dirección opuesta a mis iracundos pasos, sentí una
voz aterradoramente familiar hablar en un idioma que apenas entendía, no
alcancé a darme cuenta cuando mi conciencia se desvanecía en la desdicha, no
alcancé a sentir el seco golpe del hielo en mi cara, aunque lo esperaba
resignada.
5° cigarrillo.
-Se
ve tan pequeña y delgada
-Pareciera
que no ha comido desde que la dejamos aquí hace un año
-Que
tonta, escapaba porque demoramos unos minutos demás
-Estas
troikas no son fáciles de conseguir…
Apenas me sentí mejor intenté levantarme, elasiento se
movía, parecía deslizarse sobre algo duro, los cascos de los caballos sonaban
armoniosos, lentos, con un
golpe seco sobre el suelo. La tristeza, por algún
motivo, se había ido.
-¿Le ayudo señorita?
-Abrázame,
no me siento bien
Sentí que me abrazó con mucha fuerza, aún con toda esa
ropa que llevaba.
-Paseamos
por los suburbios, esto es el Parque Izmailovsky
-¿Puedes
levantarte?
Escuchaba voces lejanas a través de la nieve, como una
tormenta en mis oídos. Lloré, a gritos, creo, a todo lo que daba mi voz ¿por
qué se comportaban así?, como si me vieran siempre. Con mis últimas fuerzas les
dije que jamás olvidaría. No creo que me escucharan.
6° cigarrillo.
-Vamos
a casa
-Se
ve muy enferma
7° cigarrillo. Según me dijeron después, tuvieron que
cargarme hasta la modesta casa que ambos compartían, cada hora y media venía
uno de ellos a tocar mi frente, me acercaban un vasito de vino caliente y me
susurraban al oído “todo estará bien”. Apenas pude levantarme pedí una
cajetilla de cigarros y unos fósforos, me senté en el borde de la ventana y
miré el paisaje blanco que se extendía hasta donde mirara, los largos meses de
invierno apenas comenzaban.
8° cigarrillo.
-Al
alba, las luces de las farolas siguen encendidas, según la gente es para darle alegría a los que van a trabajar.
9° cigarrillo. Con el cigarrillo colgando de la
comisura de los labios regreso al oficio. A la hora de comenzar, mis dedos
están congelados, me duelen. La idea se escurre de mi cabeza antes de que pueda
reanudar mi escritura, voy por un café, los veo serios, con rostros
preocupados, sentados uno frente al otro en la mesa de la cocina, en el fogón
hay una olla con sopa, creo que hierve furiosamente, voy a apagarla cuando me
toman de la mano, tiran de mi brazo y acabo sentada contra mi voluntad.
-Partimos
a Siberia, mañana
-Allí
todo es más duro, es muy lejano.
-Y solitario
Uno continuaba lo que el otro decía, solo escuché las
primeras frases, me sentí triste, bajé la cabeza como recibiendo un reproche.
10° cigarrillo. Me tocaban el hombro para llamar mi
atención, aunque estaba perfectamente consciente parecía que me hubiese
dormido. Seguía sentada entre ambos, la sopa seguía bullendo sobre el fogón.
Tomé la botella, supuse que ese verde oscuro y sucio ocultaba vino, bebí un
sorbo con toda seguridad, las lágrimas se me escapaban, tosí, el vodka es más
fuerte, limpié mis ojos con la manga de mi chaqueta, vi todo borroso por un
momento.
-No
llores
-Te
llevamos con nosotros
Para el mediodía del día siguiente, estábamos sentados
dentro de un vagón de carga del ferrocarril transiberiano, hacía frío.
[Publicado en Revista Literaria Escarnio N°32]
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