lunes, 8 de octubre de 2012

Cortas memorias de una acumuladora [Completa]

             Noviembre/23:49. Una perra sentada, mis manos iban llenas, la basura de día sábado es especialmente abundante. Una perra blanca sentada, arrinconada por otros tres perros, tengo los nudillos fríos, me duelen las manos, llevo un par de contenedores plásticos de olor avinagrado. Una perra intentando ser montada por un perro negro, intenta hacer que la perra se levante y así penetrarla, apuro el paso y cambio de acera, aquellas escenas no deben distraerme de mis actividades nocturnas, no deben interponerse entre los contenedores y yo. La perra se quejaba, se escuchaba su llanto lastimoso, di un pequeño vistazo atrás y allí estaba el perro negro contorsionando sus caderas al ritmo de la necesidad, miré adelante, la curiosidad ya me fastidió el horario. La perra estaba resignada, el perro negro no alcanzó a acabar cuando otro se estaba montando, eran tres y faltaba uno pequeño, bastante sucio, seguí caminando hasta que no pude escuchar su llanto, mis manos estaban adormecidas, iba atrasada, ya no recordaba de qué color eran sus pantalones.


            Octubre/23:48. Niños jugando en un parque, el frío del atardecer los espanta, corren a sus hogares. Muchas madres esperan, otras no parecen notar que sus hijos no están en casa, algunas desean que sus odiosas crías jamás regresen. Veo desde lejos el vivo color de los juguetes olvidados, anaranjados, azules, rojos; preciosos objetos que conservan en sus colores la alegría, las sonrisas despreocupadas, me siento asqueada. Las grietas que observo al levantar los juguetes me producen tristeza, tan viejos, pienso que es verse en un espejo, tu rostro como el plástico, miles de caminos que se entrecruzan en la piel, la vejez de un juguete demasiado usado. Una niña grita, lejos, le presto poca atención. Mis manos parecen ser las de una mujer adulta, una mujer anciana, una mujer muerta. Lanzo lejos una regordeta regadera azul, la odio, la niña la recoge y me grita “vieja estúpida, es mi juguete”. La escucho y comienzo a mover mis pies rumbo a casa. Era una estupenda regadera.

Septiembre/23:47. Pienso que la soledad se aleja de a poco, los que parecían cachorros de gato ya poseen un tamaño considerable, los quiero. Por la mañana me saludan, me aman. Por las noches se acomodan en los costados de mi cuerpo y comienzan a estrujar sus patitas en mi cuerpo, me han rasguñado en muchas oportunidades, no importa el dolor o las heridas. Mi habitación se llena de a poco con objetos abandonados, me gusta cada uno de ellos, me hacen sentir salvadora, los he rescatado de su destino en un basural. Hoy llevo tres pequeños gatos a casa, los abandonaron dentro de una caja, los tres tenían mucho frío. Me recuesto sobre la cama y los acomodo sobre mi pecho desnudo, buscan con sus narices la lechera teta materna, me entristezco. La única gata que vive conmigo se apiada de los cachorros, los acomoda cerca de su cuerpo tomándolos del cuero detrás de la nuca, les ofrece sus tetas, hay algo ahí con lo que se alimentarán un tiempo.

Agosto/23:46. Dejé atrás cualquier actividad “normal”, abandoné las cosas en las cuales creía y comencé a ver todo más claro. Recoger las cosas que necesito de las acumulaciones de cachureos olvidados, de los desechos de los supermercados, las bolsas de basura doméstica. No tengo que ganar dinero, no tengo que trabajar para ello, no existe el objeto imposible de adquirir en la basura, imagina las posibilidades. Me siento a diario a ordenar los periódicos que he juntado de a poco, algunos cachorros de gato me acompañan, se acurrucan entre mis ropas, me ayudan a matar los insectos que vienen dentro de las cosas que recojo.

            Julio/23:45. El río siempre me ha provocado nauseas, más que el agua, la altura, como cuando lo ves desde un puente –un malestar persistente se instala en la boca de mi estómago–, suspiro, tengo que caminar sobre el puente, debo llegar a mi hogar, mañana tengo tareas que concluir… miro la maleta que llevo en la mano derecha, la recogí recién, entre un montón de basura, había otro sujeto buscando objetos perdidos, conversé un momento con él, no sabía exactamente qué buscaba, yo iba directo a la maleta, una bonita maleta antigua, verde, en buen estado, “¿te molesta que me lleve esto?”, indiqué la maleta con mis dedos y él me dio a entender que no estaba interesado. Inspiro hondo, debo cruzar el puente, no tengo alternativa, dejo escapar todo el aire de mis pulmones, buenas noches.

            Junio/23:44. Trabajo, freír todo el día, cortar, rebanar. Veo sangre, me acabo de cortar el dedo, en el cuchillo hay un trozo de carne y una pequeña fracción de mi uña, me veo el dedo y no puedo creer que aquella parte adherida al cuchillo fuese parte de mi cuerpo, algunas gotas de sangre caen a la tabla de picar, no me duele. Voy al baño para no seguir manchando las cosas, abro la llave y un chorro de agua fría golpea mi dedo, duele mucho. Busco entre mis pertenencias algo para detener la hemorragia, encuentro algunas banditas, pego tres alrededor de la herida, la sangre se asoma a los pocos minutos. Pienso que con algo de yodo dejará de sangrar, consigo una pequeña botella con la cajera. Voy de vuelta al baño y, dudando un poco, decido verter un par de gotas sobre mi dedo, el dolor me despierta ¿qué hago trabajando en un lugar así? ¿expuesta a accidentes desagradables?

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