1.-
Última carta [1972]
Mi
adorada Anaïs:
Tuve el placer de ver sus films
eróticos por primera vez, en Nueva York, hace ya veinte años. Supe por sus
diarios que usted tenía predilección (¿devoción?) hacia la pornografía en todas
sus formas, incluso su vida fue la de una meretriz recatada, una mujerzuela de
doble vida a la cual me hubiese encantado penetrar. Supongo que con usted
muerta y yo muy viejo la unión sexual sería grotesca antes que erótica, lo
comprendo, mas no me disuade de mis fantasías, mis sueños con su pequeño
cuerpo, mis alucinaciones con el misterio que representa su vagina. Le escribo
para dejarle esta carta sobre su tumba, no tuve oportunidad de conocerla, de
haberlo logrado no me habría entendido (no hablo su idioma), espero que en la
tumba el idioma no importe. Aún conservo mi ejemplar de “Burlesque” –el número
de su primera edición, el que coincidió con la publicación de su primera sesión
de fotografías– me gusta pensar que la pluma que había en el interior de la
revista fue un regalo que usted dejó allí para mí ¿por qué razón una revista
con contenido pornográfico albergaría entre sus páginas una pluma de pavorreal?
Sigo pensando en un imposible, quizás cuando esté frente a su lápida me
atreveré a hablar, aunque no quiero molestarla; quizás beberé vodka de la marca
que le gustaba, lloraré un poco, maldeciré. Estoy tan triste.
Deseando que se masturbe con estas
palabras dentro de su agradable féretro. Se despide. Siempre suyo.
John
“el bolas” Risso
2.-
Penúltima carta [1949]
My little rose:
Con frecuencia me pregunto si en
algunos años más serás tan bello como ahora. He observado de cerca tu cuerpo,
el espejo que recibiste en tu cumpleaños número diez me ha servido bien para
ocultarme; sé que te gusta mirar cada centímetro de tu cuerpo, por las noches,
cuando tu padre se ha ido a beber. Me detengo en tu delicioso vientre, bajo la
mirada y mi respiración se detiene para no perder detalle de ese triángulo sin
ganas de ennegrecerse, el flamante orgullo de tu infancia. No sabes cuantas
veces he querido tener entre mis manos esos muslos delgados, separarlos
mientras guio tus piernas al cielo, así podría ver tu pequeño pene que se
levanta apenas o aquella estrella blanca que escondes tan bien entre tus tersas
nalgas. ¿Por qué estás tan solo por las noches? ¿acaso no sería más simple
decir “mamá duerme conmigo”? Me enloquece que salgas a jugar con tus amigos,
todos aquellos burguesitos sin gracia, ellos que tarde o temprano despertarán
en ti la curiosidad, el deseo, las odiosas comparaciones de sus miembros en la
adolescencia, la competencia, el ego ¿querrás a tu madre en ese entonces?, ya
seré vieja, estaré secándome y jamás podré pedirte que me penetres como lo he
deseado hasta hoy. Por favor rose, no
puedo irme de esta casa sin tocar tu vientre, sin tocar ese pequeño pene que me
enloquece, oh rose, te amo tanto.
Muchos besos en tu dulce boca
Constance
3.-
Antepenúltima carta [1995]
Chica
panda:
Llevo la gran cabeza de peluche
sobre mi cabeza, ahora, mientras escribo. Es difícil respirar, es complicado
escribir y ver las letras por las pequeñas ranuras, dos agujeros absurdos que
pretenden ser los ojos del animal que escogiste para mí ¿recuerdas en dónde
compramos estas cabezas de peluche? Escogí un panda de ojos tristes para ti, te
miré y pensé que sería correcto, luego lo pensé excitante. Ahora creo que
necesito tu cabeza de panda junto a mi cabeza de zorro. Durante el sexo también
me cuesta respirar, pero no lo siento como algo malo, me encanta, me fascina,
te amo chica panda. ¿Sabes? pareciera que estando atrapado en esta cabeza de
zorro, el tiempo se detiene, necesito el impulso diario de tu cabeza de panda
para salir del letargo. Me dolió tu abandono, me quedé llorando dentro de mi
cabeza de zorro –tres horas con algunos minutos– no creo poder recuperarme de
la mirada triste en tu cabeza de panda, el excitante olor a peluche sucio que
escapaba cuando teníamos sexo, el sudor. Creo que debí fijarme más en tu
rostro, reconozco que no me interesa –ni lo hará jamás–, pero noté en los
gestos de tus manos, que sí te interesaba mi rostro. Te amo, pero no puedo
quererte sin aquella cabeza bicolor. No tengo que disculparme, te amo retorcida
y jadeante, con aquella cabeza desproporcionada cubriendo tu verdadero rostro.
No quiero que me dejes chica panda,
adoro tus ojos tristes.
Gerard,
tu chico zorro
[En parte publicado en Revista Literaria Escarnio N°32]
No hay comentarios:
Publicar un comentario