La mirada se perdía, allá donde el cielo se colorea más claro que la
tierra; el horizonte irregular que nos aisla. Alcé mis manos al cielo, entre
mis dedos había miles de nítidas estrellas. El viento alborotó mi cabello, me
hacía cosquillas en la espalda. Sobre mis hombros el frío se convertía en
pequeños cristales.
Y ¿por qué estabas desnuda en medio del desierto? –preguntó él, curioso–. Ella sonrió y sus mejillas se colorearon carmín, aún le
avergonzaba explicarlo.
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