viernes, 24 de febrero de 2017

Editorial Bitácora Antofagasta

“Llegué para quedarme” parece ser la consigna de cada autor que conozco, de cada proyecto editorial que viaja a otra ciudad para exponer sus publicaciones, los grupos que hacen revistas y los solitarios que se trasladan trabajando con la literatura. Aunque para algunos sólo sea de algunos años, todos hemos caminado con seguridad ante otros creadores, sintiendo certeza en las entrañas producto de algún momento magnífico de nuestra adolescencia o dentro de un instante lúcido de la madurez, murmurando por lo bajo que nada es más importante que nosotros mismos, augurando un futuro que dejará perpleja a toda una generación. “No podemos esperar nada si nada hacemos para cambiar lo que nos molesta” es la expresión alentadora por excelencia, frase que promete justificar todo y a todos. No es un retiro de fin de semana (parafraseando a Palahniuk), la literatura no representa un fin de semana de tu vida. Alguien puede custionarme alegando que es imposible dedicarse a la literatura –y todo lo que involucra− teniendo la certeza de que todo está impregnado de hostilidad. ¿Qué podemos esperar de un entorno literario de perpetua enemistad? Asumí que nada.
“Llegué para quedarme” dejó de ser la frase que define nuestros proyectos personales; con el tiempo se acentúan las diferencias, pequeñas insignias de progreso decoran orgullosas nuestro trabajo, cada edición de la revista, cada evento, lectura y presentación. “Escogí esto porque me gusta” es la frase que lleva cada ejemplar impregnado en sus páginas. “Hago esto porque quiero” se puede leer entre líneas. “Quiero continuar con este proyecto y comenzar otros” es lo que pensamos. No existe la suerte en la literatura, ni el azar ni la confabulación de los astros; trabajamos a diario en este proyecto porque es importante y necesario para nosotros, porque nos permite perfeccionar a diario lo que elegimos hacer de nuestras vidas.

Publicado en Revista Escarnio N°60 - Bitácora Antofagasta

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