viernes, 24 de febrero de 2017

Padecimientos rocosos



Hace algunos meses, por estar de pie 12 horas continuas (entre actividades, taller y mini-feria ¡feliz día del libro!), un intersticio entre los dedos de mi pie izquierdo se convirtió en un hervidero de enfermedad. Durante dos días estuve sufriendo el avance de una infección que hinchó mi pie, tanto que me vi obligada a usar una pantufla talla 42, mientras mi otro pie calzaba 39. No revisé mi pie el primer día, pensé que se trataba del roce entre mi calcetín y la bota. Al día siguiente, aunque me dolía el pie, levanté un montón de sillas para ayudar a ensamblarlas. Por la noche revisé mis deditos y encontré un globo lleno de pus; me apresuré a reventarlo. Al tercer día mi pie seguía hinchado, rojo y caliente. ¿Tienes problemas con el azúcar o estás deprimida? –me preguntó la doctora–, no le respondí. Ve a realizarte estos exámenes y bla bla bla. Me enteré que mi colesterol podría reventar mi corazón, que tengo problemas con el azúcar y con mis triglicéridos, además algo que ya sabía ¡el cigarrillo! ¿Por qué tienes tan mala postura? –me preguntó la doctora–, la primera vez le dije que estaba triste por mi pie, la segunda no tenía excusa. Acabé (siete meses después) en manos de un kinesiólogo que escarbaba en los nudos de mis hombros con agujas delgadísimas. Hoy salí caminando de ahí con terribles dolores, no logré escoger subirme a una micro a pasos de ahí en vez de caminar al centro en estado lisérgico. Así me sentía. Fumé dos cigarrillos y no lo recuerdo (encontré las colillas dentro del bolsillo). Compré medio kilo de queso sin razón (medio kilo ¿para qué?). No recuerdo en qué momento tomé la micro a casa (sin embargo llegué). Apenas recuerdo que amasé un montón de bollitos que se convirtieron en un pan especial (cebolla frita, eneldo y pimienta).  Ahora mismo siento un cansancio que hacía rato no percibía. Me miro al espejo y mis hombros se deslizaron hacia abajo algunos centímetros. A las 21:30 llamé a alguien con quien debí conversar a las 16:30, le invité a venir a casa, cuando llegó le narré el asunto con las agujas y mi estado.
No me había importado padecer o hacerme consciente de un malestar, no me había impor-tunado vivir tensa, sufrir ataques esporádicos de ira, encogerme en temblores depresivos y renacer perdida en halos de humo de Lucky rojo; pero saber, tener la terrible certeza de que estoy enferma, me ha destrozado.
            En cierto sentido encontré un punto de sumisa aceptación: me levanto como siempre, me acuesto como siempre, hago todo lo que requiere de mí el oficio; además me aguanto una dieta, me trago una pastilla gigante de omega3 por las noches, paso por alto el dolor y continúo escribiendo. En diciembre acabará todo: la doctora, la nutricionista, el kinesiólogo. Por un dedo infectado pasé siete meses en tratamiento, sigo escribiendo.

Publicado en Revista Escarnio N°63 - Ruptura

No hay comentarios: