Desde
hace mucho que la habitación te parece más pequeña de lo que es, te incomoda
porque al ponerte de pie tu cabello roza con el techo. Sabes que unos
centímetros más arriba deambulan los pies de otro al que también casi le roza
la cabeza con otro techo y otros pies. Te parece desagradable saberlo y que
otros también lo sepan. Decides sentarte y evitar pensar en cabello y pies
entre piso y piso, decides tomar distancia y acomodarte frente al televisor que
también se te antoja extraño. En el televisor encendido, mientras nadie mira
–entre el canal 9 y el 10–, están emitiendo un fragmento al azar de la época
dorada de los documentales sobre monstruos, aquellos en donde se permitía
grabar lo que quisieras, durante las horas que quisieras, sin necesitar permisos
o autorización; patrimonio de una humanidad imperfecta, imágenes de formas de
vida distinta, formas de vida monstruosas.
«Desde
la primera ecografía, se puede vislumbrar un ser grotesco, la representación de
una pesadilla. Ellas salen de un vientre enfermo, destrozan a la madre en tanto
comienzan a gestarse, no hacen más que crecer en proporciones monstruosas y
orientación equivocada. Ambas con el cráneo y el cuello rígido, fundidas
en una placa sólida de hueso. Mirando el desafortunado producto, intuyes que
son dos seres incompatibles con un útero de características normales.»
Llama tu
atención que el televisor presente colores inadecuados en los bordes de la
pantalla: azules, amarillos y violetas, tonos saturados que encarecen el rostro
de las aberraciones. Captura también tu curiosidad que las imágenes –que deberían estar enmarcadas dentro de un cuadrado perfecto, alargadas hasta
cada esquina de la pared, tapizándola de piso a techo– no se ajusten y que te
transmita la sensación de que el documental comienza a ser drenado a través de
las esquinas del aparato; al centro las imágenes hinchadas, hacia los costados
se perciben delgadas, tan finas como el papel.
«Ambas
sonríen con la presencia de la cámara, les gusta la atención de todos los
doctores, enfermeras, curiosos y camarógrafos, así fue mientras sacaban a la
madre muerta por la puerta de atrás, el primer día en que se capturaban las
imágenes precisas para el documental. Se puede ver claramente. Se puede ver
claramente la marca que distingue la unión, sin embargo, para evitar posibles
fracturas por la disposición de ambos cuerpos –además de evitar provocar morbo
en el televidente–, colocaremos una banda metálica que ayude a mantener la
grotesca unión fuera de la vista, después de todo este documental es para todas
nuestras familias.»
Contestas
a tu teléfono integral cerrando los ojos y direccionando tu iris en la penumbra
a la derecha dos veces, han pasado algunos minutos sonando insistente y, si
ignoras la llamada, ese zumbido incómodo se te quedará dentro del oído por
algunos días. No deseas contestar porque jamás esperas llamadas a esta hora, es
más, no esperas llamadas este día; quizás algún niño se ha caído, quizás se ha
forzado el progreso de una gestación. Terminas hablando todo el tiempo de mala
gana: “Sí, sí. Sólo tienes que revisar cada imagen que obtengas, registrar
errores. Es sencillo. Hazle saber que todo va mal con esto. Es muy simple, por
favor, no daré más instrucciones. Las posibilidades de que esto suceda son
ínfimas y así nos lo aseguran, pero estoy muy consciente que aún no conseguimos
eliminar por completo los errores.”
«Para
nuestra comodidad, hemos descrito y manipulado todo para que ustedes, queridos
televidentes, lo vean y lo vivan desde el primer momento. Por supuesto nuestros
monstruos están bien, es todo parte de lo que consideramos correcto, está todo
bien bajo éstas cámaras. Todo es real, completamente real. Las sonrisas han
sido estimuladas, ampliadas y grabadas en vivo. Los cuerpos han muerto en vivo.
Los juegos son reales, la piel es auténtica.»
Ha pasado
media hora o más, apenas lo notaste. Tu atención se enfocó en la llamada y
apenas miraste de reojo el televisor. Ahora mismo cuelgas el teléfono
pestañeando tres veces consecutivas. Si bien has pasado todo el tiempo sentado,
decides levantarte un momento y al sentir el pelo rozar con el techo, vuelve a
ti la sensación de incomodidad y buscas una silla distinta que ocupe otro lugar
frente al televisor, te instalas rápido para no volver a perder detalle. La
narración captura, uno a uno, tus sentidos y no te parece extraño cuando tu
boca comienza a llenarse de saliva, debes tragar de tanto en tanto para que no
caiga por las comisuras de tus labios.
«Como
pueden ustedes ver, no salieron las cosas bien para ambas. La del lado derecho −y con
mejor salud−,
permítanme
decir que parió
con éxito,
ella está
recostada con su propio monstruo en brazos; ella permaneció toda su vida acostada, obligada
por la otra mujer a pasar la vida sobre su espalda. La otra en cambio, hinchada
y de piel violácea,
a unos días
de la putrefacción, aunque viva, pero destrozada; no logró el propósito de
parir. Con el acercamiento a un costado, podemos ver que la posición adoptada a
la fuerza –de rodillas y a cuatro patas– no le fue beneficiosa, su monstruo en
gestación le destrozó de modo irremediable el vientre. Podemos decir con
seguridad que dentro de las próximas horas, morirá. Aún no sabemos qué la
mantiene con vida pues tiene el abdomen destrozado y tiene el aspecto de un
cadáver de días –hinchado y verde violáceo–, los hedores exudados también son
bastante similares al de un cuerpo en vías de descomposición.»
Se te
queda en el ojo la imagen del monstruo que morirá en unas horas. Ves que la
camilla se aleja y la mujer recostada grita: “¡No nos ayudaron! No es justo,
mira lo que nos hicieron”. Ves el distorsionado borde de la pantalla, al fondo
del lugar y distingues a una enfermera que camina con un bulto entre los
brazos, uno muy pequeño. Escuchas también un llanto curioso: dos sonidos
iguales, uno que se replica dos segundos después del primero. Acercas tu rostro
a la pantalla intentando ver mejor el bulto que lleva la enfermera. Hay una
pausa prolongada en el relato, mientras se acerca la mujer de blanco a la
pantalla y tú comienzas a alejarte. En primer plano, la enfermera descubre al
monstruo que lleva en los brazos.
«Es
una suerte que aquella parte enferma engendrara también una aberración, en
algunos meses volveremos con una segunda parte de este documental para todas
nuestras familias.»
Tomas el
teléfono y marcas al último número del registro, dirigiendo tu iris a la
izquierda detrás de tus párpados. Apenas te contestan del otro lado, te
disculpas. Fuiste grosero con las madres que te llamaban desde la casa de
crianza. Una de ellas debió detener la gestación ya que la cría venía con un
dedo extra.
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