domingo, 19 de julio de 2020

Lo que presencias, ahí donde estás


Desde hace mucho que la habitación te parece más pequeña de lo que es, te incomoda porque al ponerte de pie tu cabello roza con el techo. Sabes que unos centímetros más arriba deambulan los pies de otro al que también casi le roza la cabeza con otro techo y otros pies. Te parece desagradable saberlo y que otros también lo sepan. Decides sentarte y evitar pensar en cabello y pies entre piso y piso, decides tomar distancia y acomodarte frente al televisor que también se te antoja extraño. En el televisor encendido, mientras nadie mira –entre el canal 9 y el 10–, están emitiendo un fragmento al azar de la época dorada de los documentales sobre monstruos, aquellos en donde se permitía grabar lo que quisieras, durante las horas que quisieras, sin necesitar permisos o autorización; patrimonio de una humanidad imperfecta, imágenes de formas de vida distinta, formas de vida monstruosas.

«Desde la primera ecografía, se puede vislumbrar un ser grotesco, la representación de una pesadilla. Ellas salen de un vientre enfermo, destrozan a la madre en tanto comienzan a gestarse, no hacen más que crecer en proporciones monstruosas y orientación equivocada. Ambas con el cráneo y el cuello rígido, fundidas en una placa sólida de hueso. Mirando el desafortunado producto, intuyes que son dos seres incompatibles con un útero de características normales.»

Llama tu atención que el televisor presente colores inadecuados en los bordes de la pantalla: azules, amarillos y violetas, tonos saturados que encarecen el rostro de las aberraciones. Captura también tu curiosidad que las imágenes –que deberían estar enmarcadas dentro de un cuadrado perfecto, alargadas hasta cada esquina de la pared, tapizándola de piso a techo– no se ajusten y que te transmita la sensación de que el documental comienza a ser drenado a través de las esquinas del aparato; al centro las imágenes hinchadas, hacia los costados se perciben delgadas, tan finas como el papel.  

«Ambas sonríen con la presencia de la cámara, les gusta la atención de todos los doctores, enfermeras, curiosos y camarógrafos, así fue mientras sacaban a la madre muerta por la puerta de atrás, el primer día en que se capturaban las imágenes precisas para el documental. Se puede ver claramente. Se puede ver claramente la marca que distingue la unión, sin embargo, para evitar posibles fracturas por la disposición de ambos cuerpos –además de evitar provocar morbo en el televidente–, colocaremos una banda metálica que ayude a mantener la grotesca unión fuera de la vista, después de todo este documental es para todas nuestras familias.»

Contestas a tu teléfono integral cerrando los ojos y direccionando tu iris en la penumbra a la derecha dos veces, han pasado algunos minutos sonando insistente y, si ignoras la llamada, ese zumbido incómodo se te quedará dentro del oído por algunos días. No deseas contestar porque jamás esperas llamadas a esta hora, es más, no esperas llamadas este día; quizás algún niño se ha caído, quizás se ha forzado el progreso de una gestación. Terminas hablando todo el tiempo de mala gana: “Sí, sí. Sólo tienes que revisar cada imagen que obtengas, registrar errores. Es sencillo. Hazle saber que todo va mal con esto. Es muy simple, por favor, no daré más instrucciones. Las posibilidades de que esto suceda son ínfimas y así nos lo aseguran, pero estoy muy consciente que aún no conseguimos eliminar por completo los errores.” 

«Para nuestra comodidad, hemos descrito y manipulado todo para que ustedes, queridos televidentes, lo vean y lo vivan desde el primer momento. Por supuesto nuestros monstruos están bien, es todo parte de lo que consideramos correcto, está todo bien bajo éstas cámaras. Todo es real, completamente real. Las sonrisas han sido estimuladas, ampliadas y grabadas en vivo. Los cuerpos han muerto en vivo. Los juegos son reales, la piel es auténtica.»

Ha pasado media hora o más, apenas lo notaste. Tu atención se enfocó en la llamada y apenas miraste de reojo el televisor. Ahora mismo cuelgas el teléfono pestañeando tres veces consecutivas. Si bien has pasado todo el tiempo sentado, decides levantarte un momento y al sentir el pelo rozar con el techo, vuelve a ti la sensación de incomodidad y buscas una silla distinta que ocupe otro lugar frente al televisor, te instalas rápido para no volver a perder detalle. La narración captura, uno a uno, tus sentidos y no te parece extraño cuando tu boca comienza a llenarse de saliva, debes tragar de tanto en tanto para que no caiga por las comisuras de tus labios.

«Como pueden ustedes ver, no salieron las cosas bien para ambas. La del lado derecho y con mejor salud, permítanme decir que parió con éxito, ella está recostada con su propio monstruo en brazos; ella permaneció toda su vida acostada, obligada por la otra mujer a pasar la vida sobre su espalda. La otra en cambio, hinchada y de piel violácea, a unos días de la putrefacción, aunque viva, pero destrozada; no logró el propósito de parir. Con el acercamiento a un costado, podemos ver que la posición adoptada a la fuerza –de rodillas y a cuatro patas– no le fue beneficiosa, su monstruo en gestación le destrozó de modo irremediable el vientre. Podemos decir con seguridad que dentro de las próximas horas, morirá. Aún no sabemos qué la mantiene con vida pues tiene el abdomen destrozado y tiene el aspecto de un cadáver de días –hinchado y verde violáceo–, los hedores exudados también son bastante similares al de un cuerpo en vías de descomposición.»

Se te queda en el ojo la imagen del monstruo que morirá en unas horas. Ves que la camilla se aleja y la mujer recostada grita: “¡No nos ayudaron! No es justo, mira lo que nos hicieron”. Ves el distorsionado borde de la pantalla, al fondo del lugar y distingues a una enfermera que camina con un bulto entre los brazos, uno muy pequeño. Escuchas también un llanto curioso: dos sonidos iguales, uno que se replica dos segundos después del primero. Acercas tu rostro a la pantalla intentando ver mejor el bulto que lleva la enfermera. Hay una pausa prolongada en el relato, mientras se acerca la mujer de blanco a la pantalla y tú comienzas a alejarte. En primer plano, la enfermera descubre al monstruo que lleva en los brazos.   

«Es una suerte que aquella parte enferma engendrara también una aberración, en algunos meses volveremos con una segunda parte de este documental para todas nuestras familias.»

Tomas el teléfono y marcas al último número del registro, dirigiendo tu iris a la izquierda detrás de tus párpados. Apenas te contestan del otro lado, te disculpas. Fuiste grosero con las madres que te llamaban desde la casa de crianza. Una de ellas debió detener la gestación ya que la cría venía con un dedo extra. 

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