martes, 3 de septiembre de 2013

No importa


Mamá ¿puedo salir a jugar?
La pregunta se movía en la oscuridad de la habitación, lenta como la brisa veraniega, rodeada de la magia de la niñez, su madre era la reina silenciosa en el trono móvil con cuatro ruedas apuntando en la misma dirección. Su madre era tan silenciosa como las flores del jardín que tanto admiraba, las ventanas –de día o de noche– permanecían abiertas, las cortinas parecían fantasmas guardianes que, además, aconsejaban a la madre reina.
¿Puedo?
Reina jamás habla, reina mira afuera y mueve su mano apuntando al exterior, esa es la señal para salir a jugar.

¿Puedo salir?
Recordaba bien sus propios sueños y los que tenía para su madre. Sabía que ella no podrá levantarse, sabía que ella no podía hablar. De pequeña imaginaba que su madre conversaba con las flores, por eso no tenía tiempo para hacerlo con ella. De pequeña también creía que su madre era la reina y por eso no podía dejar su hermoso carruaje de cuatro ruedas –dos grandes y dos pequeñas–. ¡Sólo levanta tu mano para que pueda salir! Su madre seguía igual, no se movía, no dormía, una mujer mayor se encargaba de su madre y de ella desde que tenía memoria, ella no sabía si su madre estaba enferma o loca, incluso sospechaba de un terrible sufrimiento que debía de tolerar cuando joven; se le habían acabado las explicaciones. Ella se limitaba a salir y regresar, a preguntar y cavilar razones. Cuando se le acababa la paciencia, su madre levantó la mano en dirección a la ventana, le indicaba que podía salir.

Chao.
Se había cansado de preguntar y perder el tiempo hablándole a una inútil enferma, su madre no la entendía, simplemente respondía con un reflejo voluntario a su presencia. Ya estaba cansada, llevaba un tiempo ahorrando para largarse ¿quien se encargaría de su madre ahora? ¡daba igual! en un tiempo más se iría. Recordó de repente que de niña creía ser la princesa en el reino de la mujer silenciosa, acabó abrazando a su madre.

Tenemos que hablar.
¿Qué quieres hablar conmigo? tú cuidas a mi madre.
Según me especificaron cuando tú eras una cría llorona, mi trabajo se pagaría hasta que se acabara el monto inicial, aquello correspondía a la herencia que te dejó tu padre, sin embargo, el dinero se acabó, yo no trabajo más aquí a menos que tú me pagues el cuidado de tu madre.
No, yo me largo de aquí mañana, tú puedes hacer lo que quieras.
Pues ven aquí.
La mujer caminó directo hacia la pieza de mi madre, se paro detrás de la silla y levantó las ruedas traseras tirándola al suelo, las extremidades fueron a parar lejos de su cuerpo, su vestido lo alborotaba el viento. Las caderas de madera descoyuntadas era la obvia fuente del atroz sonido de la caída.
Aquí termina todo, no intentes buscarme, no preguntes nada, aquí –en el mono de madera- no encontrarás nada.

Madre ¿puedo salir?
Le había tomado cerca de un mes volver a armarla, dejarla como estaba y descubrir el mecanismo para levantar su mano naturalmente. La abrazaba antes de salir y cuando llegaba a casa, no podía concebir un nuevo día sin el perfecto gesto de la reina en su carruaje.


Publicado en Revista Cultural Musaraña N°127