sábado, 13 de octubre de 2012

Correspondencia perdida



             Rosas, cuatro rosas robadas de una planta arrancada de raíz, presiento que será una primavera larga. La estación comenzará el veintitrés de septiembre, a once días de mi cumpleaños. Recibí té rojo en un paquete de papel café;  amargo, de color cobrizo, muy parecido al té común que se consume a diario. ¿Creerías, mi pequeño, que ya soy bastante más grande de lo que creía hace poco? me dijiste que al leer mis textos te excitabas, por lo tanto eran buenos ¿me mentías?, no quiero beber de halagos malintencionados, no quiero inflar mi pecho de mentiras, no quiero dejar escapar mi ego más que para conversar en delirios alcohólicos, no quiero acabar promulgando mi propio talento profanado, mancillado, distorsionado. Es ya bastante difícil caminar entre la baba que se cae de sus hocicos abiertos, sobrepasar obstáculos que a ellos frenaron, pisotear la basura que ellos se han encargado de esparcir. La locura, el alcohol no borrará tu obra, pero se encargará de destrozarte, de convertirte en una inalcanzable estrella en extinción; sobran los insultos que llevan tatuados a sangre en sus frentes estrechas. He visto y escuchado cosas extrañas, estos dos días son el recuerdo latente de aquellas alucinaciones. Escuché una risa proveniente de la nada, me asusté. Hace un día escuché una conversación –con lujo de detalles–, no había gente alrededor. Vi a una persona con chaqueta abultada, como la que uso, pero en color café claro, esa persona se esfumó, no había más personas, estoy sola. Había olvidado lo que se sentía mirar desde un lugar alto, queriendo abrazar el reflejo de la luna debajo, en la dirección equivocada. Tengo los dedos amarillos de tanto fumar, tengo todos los dedos con alguna clase de corte, estoy tan triste, me siento enferma. No sé sí podría pedirte que olvidaras aquello, me dijeron –tal vez para consolarme– que cada uno de nosotros era un adulto, por lo tanto, sabe lo que hace. Sigo triste. Me duelen los oídos cuando toso o carraspeo, siento que tengo la cabeza llena de flemas, no tengo la más mínima idea “allá arriba”. ¿Por qué no siento hambre? estoy tan triste que mi cerebro solo procesa peticiones de llanto. El gato se llena de canas, yo me lleno de canas. Estoy besando a mi gato, me he vuelto loca, una clase de loca mujer besa gatos. Siento frío, hay sol afuera ¿qué sucede en mi necio cuerpo? No hay razones para que pasee por esta ciudad, todo se ha vuelto absurdo y aburrido, me dan ganas de largarme, me dan ganas de asesinar al gato para quitarle el sufrimiento, para que olvide la soledad que yo siento. ¿Cuándo nos veremos? ¿cuándo tendré tu delicado cuerpo entre mis piernas?. Oh, te extraño tanto, mis heridas están abiertas ¿por qué nos abandonamos? nos olvidamos de nosotros, bajo la mirada y comienzo a llorar.

viernes, 12 de octubre de 2012

Misivas impertinentes [Completas]



 1.- Última carta [1972]
Mi adorada Anaïs:
            Tuve el placer de ver sus films eróticos por primera vez, en Nueva York, hace ya veinte años. Supe por sus diarios que usted tenía predilección (¿devoción?) hacia la pornografía en todas sus formas, incluso su vida fue la de una meretriz recatada, una mujerzuela de doble vida a la cual me hubiese encantado penetrar. Supongo que con usted muerta y yo muy viejo la unión sexual sería grotesca antes que erótica, lo comprendo, mas no me disuade de mis fantasías, mis sueños con su pequeño cuerpo, mis alucinaciones con el misterio que representa su vagina. Le escribo para dejarle esta carta sobre su tumba, no tuve oportunidad de conocerla, de haberlo logrado no me habría entendido (no hablo su idioma), espero que en la tumba el idioma no importe. Aún conservo mi ejemplar de “Burlesque” –el número de su primera edición, el que coincidió con la publicación de su primera sesión de fotografías– me gusta pensar que la pluma que había en el interior de la revista fue un regalo que usted dejó allí para mí ¿por qué razón una revista con contenido pornográfico albergaría entre sus páginas una pluma de pavorreal? Sigo pensando en un imposible, quizás cuando esté frente a su lápida me atreveré a hablar, aunque no quiero molestarla; quizás beberé vodka de la marca que le gustaba, lloraré un poco, maldeciré. Estoy tan triste.
            Deseando que se masturbe con estas palabras dentro de su agradable féretro. Se despide. Siempre suyo.
John “el bolas” Risso


2.- Penúltima carta [1949]
My little rose:
            Con frecuencia me pregunto si en algunos años más serás tan bello como ahora. He observado de cerca tu cuerpo, el espejo que recibiste en tu cumpleaños número diez me ha servido bien para ocultarme; sé que te gusta mirar cada centímetro de tu cuerpo, por las noches, cuando tu padre se ha ido a beber. Me detengo en tu delicioso vientre, bajo la mirada y mi respiración se detiene para no perder detalle de ese triángulo sin ganas de ennegrecerse, el flamante orgullo de tu infancia. No sabes cuantas veces he querido tener entre mis manos esos muslos delgados, separarlos mientras guio tus piernas al cielo, así podría ver tu pequeño pene que se levanta apenas o aquella estrella blanca que escondes tan bien entre tus tersas nalgas. ¿Por qué estás tan solo por las noches? ¿acaso no sería más simple decir “mamá duerme conmigo”? Me enloquece que salgas a jugar con tus amigos, todos aquellos burguesitos sin gracia, ellos que tarde o temprano despertarán en ti la curiosidad, el deseo, las odiosas comparaciones de sus miembros en la adolescencia, la competencia, el ego ¿querrás a tu madre en ese entonces?, ya seré vieja, estaré secándome y jamás podré pedirte que me penetres como lo he deseado hasta hoy. Por favor rose, no puedo irme de esta casa sin tocar tu vientre, sin tocar ese pequeño pene que me enloquece, oh rose, te amo tanto.
            Muchos besos en tu dulce boca
Constance


3.- Antepenúltima carta [1995]
Chica panda:
            Llevo la gran cabeza de peluche sobre mi cabeza, ahora, mientras escribo. Es difícil respirar, es complicado escribir y ver las letras por las pequeñas ranuras, dos agujeros absurdos que pretenden ser los ojos del animal que escogiste para mí ¿recuerdas en dónde compramos estas cabezas de peluche? Escogí un panda de ojos tristes para ti, te miré y pensé que sería correcto, luego lo pensé excitante. Ahora creo que necesito tu cabeza de panda junto a mi cabeza de zorro. Durante el sexo también me cuesta respirar, pero no lo siento como algo malo, me encanta, me fascina, te amo chica panda. ¿Sabes? pareciera que estando atrapado en esta cabeza de zorro, el tiempo se detiene, necesito el impulso diario de tu cabeza de panda para salir del letargo. Me dolió tu abandono, me quedé llorando dentro de mi cabeza de zorro –tres horas con algunos minutos– no creo poder recuperarme de la mirada triste en tu cabeza de panda, el excitante olor a peluche sucio que escapaba cuando teníamos sexo, el sudor. Creo que debí fijarme más en tu rostro, reconozco que no me interesa –ni lo hará jamás–, pero noté en los gestos de tus manos, que sí te interesaba mi rostro. Te amo, pero no puedo quererte sin aquella cabeza bicolor. No tengo que disculparme, te amo retorcida y jadeante, con aquella cabeza desproporcionada cubriendo tu verdadero rostro.
            No quiero que me dejes chica panda, adoro tus ojos tristes.
Gerard, tu chico zorro

[En parte publicado en Revista Literaria Escarnio N°32]

jueves, 11 de octubre de 2012

Chica iracunda

He sufrido una serie de transformaciones que me han convertido en un ser inestable, experimento sensaciones muy fuertes, todas relacionadas con el odio. A menudo me siento confundida y me pierdo. Hay gente que me recuerda feliz, siempre sonriendo y tratando la vida a la ligera, viviendo cada momento como el último. Esa muchacha adorable dejó de existir.
Las personas se burlaron de mis sonrisas, me hicieron estallar de ira, me dejaron sola cuando ya no me necesitaban, me hicieron sentir el corazón contraído de dolor. ¡Como odio a toda esa gente!. Me enferman y las culpo de haber creado a este potencial sujeto de experimentación. ¡Aún no conocen al engendro que han creado!. He lanzado estuches, cuadernos, pelotas y manotazos, todas han dado en el blanco y han hecho de mi vida lo que es hoy. A menudo cometo errores y meto la pata hasta el fondo, error tras error... me tropiezo y me duele el cuerpo, me levanto y golpeo al objeto más a mano, si es una persona pues da lo mismo, prepárate para recibir un manotazo de esos que traumatizan. No es que mi vida sea una constante mueca de insatisfacción, claro, debo llevar un rostro serio, si odio a la gente tengo que demostrarlo con mi rostro, si no lo hago termino golpeando a alguien, pero siento que una parte importante de mí desapareció con cada golpe, esa felicidad que te da el solo hecho de estar vivo. De vez en cuando solo consigo pensar en sucesos viejos, hechos pasados que en su momento no reflexioné, esos impulsos que te obligan a golpear alguna pared. Demasiadas veces me ha sucedido y aún sigo cayendo como la primera vez, simplemente no puedo evitarlo, porque ¿a quién más le pasan estas cosas?.
Tenía diez años, yo era una nena adorable. Un niño horrible me hace enojar. Haciendo uso de mi estuche, dejo fluir la ira en un golpe que da en la mano del niño. La profesora escucha el sonido, ambos estamos callados, ella se acerca y me susurra unas palabras: “te quedas a hablar conmigo a la salida”. Comprendo que he “metido la pata”, en mis ojos se forma lo que podría ser una lágrima, olvido todo a mi alrededor, solo siento su mirada fría. Pasan angustiantes minutos. Cuando la clase termina, la profesora se queda a solas conmigo. Si no te controlas, te voy a tener que controlar yo -me dice-, nunca olvidé esas palabras, aunque todavía trato de descifrar aquella frase y tengo fe en que esas conversaciones con los profesores eran parte de alguna conspiración. Tenía once años y era una niña solitaria. ¿Diagnóstico?: propensa a la ira. Un grupo de niños en medio del patio de recreos. Practico baloncesto, estoy animada, especialmente feliz. Ahora vienen los lanzamientos, me alegro porque soy muy buena en eso. Tiro el balón con demasiada fuerza, acompaño mi lanzamiento con algunas palabras: ¡piensa rápido!. El niño no reacciona como esperaba, él no detiene el balón. Bam, la pelota pega un bote en el suelo luego de estamparse contra la nariz de mi compañero de curso. Caen algunas gotas de sangre al suelo, trato de parecer indiferente, me quedo sola en medio del patio.
Se me acerca una amiga de la víctima y me escupe palabras llenas de veneno “la nariz no deja de sangrarle”. Le digo que le apriete el tabique, miro a otro lado y camino con la vista en alto. El grupo entero parece un panal con un núcleo colapsando. Todos nerviosos preguntando la razón del alboroto. El profesor quiere conversar a solas con la causante. Esto lo confirma, ¡los profes si conspiraban en mi contra!.
Llega la hora de irse y hay muchas miradas sobre mí, todas de odio. Al día siguiente asisto a clases normalmente. Cerca de las doce del mediodía me sacan del aula. Ya caminando bajo el umbral de la puerta, escucho la marcha fúnebre, esa fue la particular despedida que me hizo el curso. Me conducen a una oficina, me acomodo en un amplio sillón, frente a lo que parecen ser una psicóloga y la directora del colegio. Estoy nerviosa, me piden que vuelva a relatar lo sucedido y tengo que contarlo (otra vez). Antes de terminar con el relato, saco algunos chiches que llevo en mi mochila, juego nerviosamente con ellos y acabo la historia. Terminé suspendida del colegio solo por un día. Algunos días después, la chico del “accidente” va al colegio, quiere visitar a su curso. Es muy popular ahora que se pasea por el colegio con ese aparatoso parche en medio de la cara. Todo el grupo lo rodea, yo estoy sentada muy lejos, se me acerca una niña de lentes que casi sin aguantar una carcajada me dice al oído: antes de que le lanzaras la pelota, ya tenía la nariz fea, le quedó igual a como la tenía. Yo sonreí.
Tenía diecisiete años, me habían transformado en una muchacha trastornada. Por aquel entonces trataba de olvidar muchas cosas. La gente me decía cosas extrañas, me hablaba sobre calamidades y males. Mi vida en ese entonces no era fácil, sobre mi habían mucho pares de ojos que no dejaban de observarme, ya no me importaba la conspiración de los profesores, ahora había mentes psicópatas sobre mí. ¡Claro! complicada como el resto del mundo, además de egoísta como cualquier persona con inteligencia promedio y capacidades limitadas (solo) por su propia flojera. ¿Sobre mi?: odio al mundo y el mundo me odia. ¿Qué demonios piensa la gente?. El problema quizás no sea el comportamiento, ni la forma de decir las cosas, ni la ropa, ni los modales, ni mis miradas, ni lo que pienso. Existir como ser humano considera que uno se sienta a gusto como es sin importar que la gente me insulte o me odie, pero aún tengo mis dudas.
            Según mi experiencia en el terreno amistoso, no soy compatible con la gente, soy una tarada social. Además me molesta que la gente que haga siempre las mismas preguntas, que si estoy aburrida o me pasa algo, que si me siento mal o si estoy enferma. ¿No conocen a otras personas que odien al mundo? ¿en serio nunca se han topado con alguien a quien no le gusta mucho conversar? Como no puedo sentirme cómoda con la gente, me gusta hacerlos sufrir. Mi frase favorita es "te lo dije", hace que me sienta importante y me fascina la cara de angustia que pone la otra persona. Aunque a veces quedo con cierta desazón, definitivamente tengo que considerar decir "te lo dije" muchas más veces al día. Es curioso el modo en que nos relacionamos con la gente que nos rodea, entregamos nuestra alma a un ser que no la aprecia y terminamos destrozados. Lo mismo para la familia, son seres que queremos porque sí, pero a los que constantemente estamos hiriendo. ¡Sí! aquel ser que amas debe sufrir, el sujeto blanco de tu amor debe recibir latigazos y luego cálidas caricias, desinteresados besos y amorosas "manoseadas" en lugares blandos. Ahora creo que esto no tiene una razón, es simplemente al azar que suceden todas estas cosas, así pasa con el amor, la obsesión y el deseo.
            Cuando camino con cara de enojo, disgusto o ira, es agradable que de vez en cuando te digan algo lindo como "que bella es tu sonrisa" o "te ves bien cuando sonríes", especialmente cuando te lo dice alguien a quien odias menos, pero hasta cierto punto, luego se convierte en una molestia constante, lo golpeo e insulto y eso basta.
            Un vez creí estar enamorada, pero llegué a la conclusión de que era un tonto capricho. Aprendí que mi cuerpo responde mal a estímulos como el amor o la amistad, por eso decidí evitarlo. Especialmente con el amor me sucede lo que denomino "maldito palpitar que duele", el corazón va a mil por hora, se estrella violentamente con la caja torácica y duele como si te estuvieran pisando en medio del pecho. Otro síntoma, aunque no menos desagradable, es el "revoloteo de bichos en el estómago", no son maripositas ¡maldita sea! son millones de bichos que pujan por salir a través de tu boca en forma de vómito. Si me detengo aquí, creo que es suficiente para explicar que el enamoramiento es una enfermedad desagradable que no deseo padecer. Cuando me preguntan sobre mis andadas amorosas (¿estás pololeando?), siempre les respondo que no quiero relaciones formales, porque si les digo que no me interesa o que odio a la gente, me miran con cara de "pobre mujer que no conoce el amor". ¿Y sobre el mundo?. No tengo la más mínima intención de pelear, de arriesgar el pellejo por algo que ya se hizo, no quiero malgastar energías en algo que ya se inventó ¿qué deseo entonces? ¿qué clase de impulso me mueve a sobrevivir cada día?. La gente solía morir por defender una causa, yo no tengo causa por la cual morir ¿tiene que ocurrir alguna catástrofe de proporciones cósmicas para que quiera pelear con todas mis fuerzas, aunque la vida se me acabe en eso? Me pregunto si encontraré la causa de mi vida, me pregunto si mi existencia va más allá del simple hecho de gastar el oxígeno de la palomas de la plaza. Sé que es un estilo de vida autodestructivo, totalmente opuesta a la vida equilibrada que, se supone, un ser humano de provecho debería llevar, pero ¿qué diablos?, tienes que hacer lo que tienes que hacer. Odiar al mundo, quedarme en un punto muerto en el que me siento despreciable, pero no me arrepiento, de algún modo estoy satisfecha con mis acciones, hago daño y me dañan, ojo por ojo dicen por ahí.
            Eran las tres de la tarde y me levanto apestando a rayos, no tenía el olor característico de mi piel, sino uno que me hizo recordar toda la madrugada anterior con lujo de detalles … ho-rri-ble, pues me arrojó a la cama y me abofeteó (además casi me manosea), tengo un brazo amoratado y una sed de esas que dan en los desiertos, no debí quedarme escribiendo esa carta de amenaza acompañada de ese combinado. Me di una ducha y salí al parque a respirar aire fresco un rato, caminé a través del pasaje y miré al perro feo que siempre me ladra ¿será que odia mi presencia como yo lo odio a él? ¿será que hay algo más tras sus ojos saltones y su cara de perro idiota?, nunca lo sabré. Llegué al parque y casi sin fijarme estaba sentada sobre el pasto jugando tetris, me imaginaba atropellando a un montón de gente con un auto que recién había robado, eso me sacó un par de sonrisas y seguí preguntándome el por qué de tanto pensamiento problemático, me prometí no pensar en eso hasta el otro mes. Un mes después rogaba un escenario más o menos así: ráfagas de viento lo suficientemente fuertes para romper ramas, un calor digno de un horno prendido a mediodía e interminables nubes que a pesar del viento sigan allí. Me he puesto a invertir tiempo en prepara mi huida ¡todo esto me enferma!: junto y dispongo comida y agua. Al sur si es invasión extraterrestre, lejos de los centros urbanos. Al norte si es era glacial, cerca de la línea del Ecuador. Al mar o alguna isla lejana si es guerra. Debajo de alguna mesa si sobreviene la conspiración de los profes. ¡No deseo nada con todos ustedes!

miércoles, 10 de octubre de 2012

Carta



            1° cigarrillo. Lo enciendo mientras espero, me decían en la carta que vendrían a por mí en una hora; la que no se ha cumplido por escasos minutos. La nieve alcanza mis talones, llevo botas, comienzo a desconfiar de que sean impermeables, las compré de segunda mano apenas bajé del tren, quizás debí esperar un mercado oficial para hacer mi primera compra, hace tres días parecía completamente necesario –los dedos de ambos pies se me congelaban– jamás pienso en el calzado adecuado para un lugar frío. En el sobre que contenía la carta, en la esquina superior izquierda, había una estampilla de un pájaro afligido sobre una rama cristalina, aunque bien podía ser hielo comenzando a derretirse o un cable eléctrico de un color claro. La carta no decía mucho, más bien eran las apreciaciones simples de quien se ve abrumado de imágenes nuevas, en un lugar que jamás ha visitado antes. Quería gritar, no habían muchos más detalles, solamente un triste “espera allí, el dos de julio a las cinco de la tarde”. Maldición. Ese “allí” era el punto donde nos separamos la última vez, lo recordaba con más nieve que ahora, quizás fue una primera impresión errónea, todo se exagera en la memoria, todo crece y se desborda. Recordaba que allí, por donde mirara, había nieve y ellos caminaban, veían sus espaldas anchas, una junto a la otra, uno con abrigo de piel sintética y el otro con un abrigo de paño, ambos con sombreros y bufandas. ¿Cómo iba a imaginarme que un año después recibiría una carta que confirmaba el éxito de ambos en tierras extranjeras?

2° cigarrillo. Hace frío, se acaba de cumplir la hora señalada, mis manos están enrojecidas, estoy cansada, apenas he comido, supongo que con estas bajas temperaturas, un trozo de queso, pan y vino tinto no es suficiente, el clima reclama que tu comida sea abundante en grasa, además de alcohol, algo más fuerte que el cándido vino de siempre. Pensé que mi interés en este país me llevaría primero a vivir allí, sin embargo, solo tuve el valor de quedarme en Helsinki, esperando noticias. Les dejé en la nieve, luego tomé el tren, mis lágrimas lograron escapar a mi abrigo, no tenía pañuelos y la única prenda que no estaba sucia eran los faldones de mi camisa, intenté asomarlos entre mi vestuario, lo logré apenas, mi vientre se expuso un momento al frío y sentí una punzada en el corazón, lloré demasiado, estaba sola en un país extraño y frío; me ahogó de repente la soledad más cristalina que había sentido, el espectro nítido del abandono de dos personas que amaba.

3°cigarrillo. Recordando aquel episodio volví a mirar resignada mis pies medio cubiertos de nieve, una lágrima se congeló al tocar el suelo, un cristal de agua único, tan especial, algo que jamás se repetiría; lo pisé con fuerza, con rabia, tenía las botas húmedas, comencé a sentirme mal, mareada, enferma. Pensé que sería mejor esperar en algún lugar resguardada del viento, busqué con la vista un banco bajo un árbol, nada, allí ningún árbol tiene hojas en invierno, todo parece muerto. Solitario.

4° cigarrillo. Luego de sentarme el malestar continuó, quizás la falta de comida, quizás el cansancio por el viaje, uno largo y angustiante ¿cómo serían sus rostros después de tanto tiempo? Grité, era suficiente esperar en el frío, con las botas mojadas y el corazón contraído. Un carruaje pequeño asomó por el costado del sendero, un camino que no había advertido por la nieve, dos hombres con demasiada ropa miraban desde allí, bajé la vista por un momento esperando a que se fueran, sentí que el carro dejó de moverse. Visto desde más cerca, aquel vehículo era un tanto pequeño para ser tirado por tres caballos, en lugar de ruedas llevaba dos esquíes angostos en el centro, por debajo de los asientos, muy cerca uno del otro. Podía sentir mis ojos resecos por el frío, no era capaz de mover mis dedos, no podía doblarlos, no podía llorar. Me sentí sola, quizás nadie vendría, quizás ellos escribieron la carta para despedirse del modo más cruel, tal como había sucedido hace un año. Me paré rápido, la rabia que tenía dentro pareció tomar mis piernas y las empujaba a pesar de lo débil que me sentía.
            -Oye ¿acaso no esperaste todo este tiempo para vernos?
En dirección opuesta a mis iracundos pasos, sentí una voz aterradoramente familiar hablar en un idioma que apenas entendía, no alcancé a darme cuenta cuando mi conciencia se desvanecía en la desdicha, no alcancé a sentir el seco golpe del hielo en mi cara, aunque lo esperaba resignada.

5° cigarrillo.
            -Se ve tan pequeña y delgada
            -Pareciera que no ha comido desde que la dejamos aquí hace un año
            -Que tonta, escapaba porque demoramos unos minutos demás
            -Estas troikas no son fáciles de conseguir…
Apenas me sentí mejor intenté levantarme, elasiento se movía, parecía deslizarse sobre algo duro, los cascos de los caballos sonaban armoniosos, lentos, con un
golpe seco sobre el suelo. La tristeza, por algún motivo, se había ido.
             -¿Le ayudo señorita?
            -Abrázame, no me siento bien
Sentí que me abrazó con mucha fuerza, aún con toda esa ropa que llevaba.
            -Paseamos por los suburbios, esto es el Parque Izmailovsky
            -¿Puedes levantarte?
Escuchaba voces lejanas a través de la nieve, como una tormenta en mis oídos. Lloré, a gritos, creo, a todo lo que daba mi voz ¿por qué se comportaban así?, como si me vieran siempre. Con mis últimas fuerzas les dije que jamás olvidaría. No creo que me escucharan.

6° cigarrillo.
            -Vamos a casa
            -Se ve muy enferma

7° cigarrillo. Según me dijeron después, tuvieron que cargarme hasta la modesta casa que ambos compartían, cada hora y media venía uno de ellos a tocar mi frente, me acercaban un vasito de vino caliente y me susurraban al oído “todo estará bien”. Apenas pude levantarme pedí una cajetilla de cigarros y unos fósforos, me senté en el borde de la ventana y miré el paisaje blanco que se extendía hasta donde mirara, los largos meses de invierno apenas comenzaban.

8° cigarrillo.
            -Al alba, las luces de las farolas siguen encendidas, según la gente es para     darle alegría a los que van a trabajar.

9° cigarrillo. Con el cigarrillo colgando de la comisura de los labios regreso al oficio. A la hora de comenzar, mis dedos están congelados, me duelen. La idea se escurre de mi cabeza antes de que pueda reanudar mi escritura, voy por un café, los veo serios, con rostros preocupados, sentados uno frente al otro en la mesa de la cocina, en el fogón hay una olla con sopa, creo que hierve furiosamente, voy a apagarla cuando me toman de la mano, tiran de mi brazo y acabo sentada contra mi voluntad.
            -Partimos a Siberia, mañana
            -Allí todo es más duro, es muy lejano.
            -Y solitario
Uno continuaba lo que el otro decía, solo escuché las primeras frases, me sentí triste, bajé la cabeza como recibiendo un reproche.

10° cigarrillo. Me tocaban el hombro para llamar mi atención, aunque estaba perfectamente consciente parecía que me hubiese dormido. Seguía sentada entre ambos, la sopa seguía bullendo sobre el fogón. Tomé la botella, supuse que ese verde oscuro y sucio ocultaba vino, bebí un sorbo con toda seguridad, las lágrimas se me escapaban, tosí, el vodka es más fuerte, limpié mis ojos con la manga de mi chaqueta, vi todo borroso por un momento.
            -No llores
            -Te llevamos con nosotros
Para el mediodía del día siguiente, estábamos sentados dentro de un vagón de carga del ferrocarril transiberiano, hacía frío.

[Publicado en Revista Literaria Escarnio N°32]

martes, 9 de octubre de 2012

Sobre la escritura amatoria con gatos

Nota 1: Podrá usted consultar esta pequeña
referencia si es un amante solitario y enfermo, 
dependiente psicológicamente de animales 
imaginarios; en este caso particular, gatos.
Nota 2: Consulta solo referencial.


A.- Con gatos hembra:
            Las gatas con admirables amantes, son perfectamente fieles a sus dueños, se sienten a menudo incitadas por el olor que traes en los sobacos luego de un día de trabajo. Las sientes ronronear a tu lado pidiendo atención, les puedes rascar el lomo con toda confianza, son buenas amantes de hombres solitarios (además, en contadas ocasiones, pueden ser excelentes amantes lésbicas). Si se encuentran solas en casa, les encantará excitarse con la ropa que sus amantes han olvidado sucia en algún lugar de la habitación, envueltas en las prendas sus cuerpos comenzarán a subir de temperatura, en algunos casos abrirán sus bocas y dejaran caer un hilillo de saliva, los dedos de cada extremidad se estirarán para luego contraerse de acuerdo a las pulsaciones de la excitación. Al acabar de jugar con las ropas sucias, se sentirán satisfechas y dormirán hasta que llegue el amante, sin embargo, pueden estar largo rato despiertas, especialmente si les acaricias entre las patas traseras, con un movimiento de vaivén suave o un pequeño masaje.

B.- Con gatos macho:
            El gato macho es un ser celoso, cualquier acto que denote traición será mérito para recibir un par de zarpazos en pleno rostro; a pesar de la conducta vengativa, son cariñosos con sus amantes, para mujeres son las mascotas ideales,  les encanta dormirse en tu pecho, entre tus senos, aunque pienses que el tamaño define el gusto, no es así; mientras tengas espacio en tu pecho, más a gusto pueden descansar allí acurrucados. Les encantan las actividades de juego mutuo, tocará tus piernas e intentará colarse hasta arriba en tu cuerpo mientras estés descansando o leyendo en tu cama. Les encanta cualquier tipo de juego relacionado con sus dispuestos genitales, especialmente sus testículos, que siempre parecen turgentes y prestos a que le acaricies. En soledad buscarán el lugar en que duerme su amante y se arrullará con el calor que dejaron después de dormir toda la noche. Al llegar a casa te saludará con la cola levantada, dejando expuestos sus genitales deseosos, no dudes en tocarlos.

C.- Sobre la escritura amatoria:
            Los gatos que sienten predilección por las máquinas de escribir –independiente del género– son excelentes para un ejercicio completo y satisfactorio. Los gatos amantes, con mucho tiempo viviendo en tu hogar son mucho mejores para el ejercicio. Debe tener plena confianza contigo y, al menos, debe haberse excitado una vez entre tus ropas. Un contacto inicial de abrazos y caricias es suficiente, lo próximo será disponer la máquina de escribir con una hoja en blanco. El gato tomará una posición en donde ambos se sientan cómodos; si instintivamente el gato se coloca en una posición que te impide escribir o se mueve constantemente, escogiste al amante equivocado. El amante ideal es aquel que toma aliento en tus piernas y observa pacientemente algún cambio, él se sienta o acuesta luego sobre tus hombros, mirando el proceso del texto. Antes de cualquier movimiento debes excitar a tu gato hasta sacarle un sonoro ronroneo, además debes encargarte de que sus genitales estén dispuestos al coito: ambos están listos para un próximo texto. El ronroneo del gato es un pulso hipnótico que marcará el ritmo en la narración. El movimiento de sus dedos –contrayéndose y relajándose– señalará los giros de los eventos dentro del párrafo. La localización de los personajes dentro de la trama la indicará maullando, de vez en cuando, en cuanto lo crea conveniente: preste atención a cada uno, si no los escucha con atención caerá en errores e incoherencias dentro de la narración. Terminado el texto proceda a agradecer a su amante con una caricia en los genitales, cuidando de no excitarlos demasiado, besando toda parte húmeda, incitándolo a que acabe de ronronear y comience a disfrutar plenamente de la masturbación para recompensar su ayuda. Al terminar de acariciar a su gato, él susurrará el final del texto que usted escribía antes, oiga con atención, solo lo dirá una vez.

Nota 3: Para más información consulte
el manual extendido.
Nota 4: Jamás permita que su gato lea
esta valiosa información. 

[Publicado en Revista Literaria Escarnio N°32]