miércoles, 30 de septiembre de 2009

Ser un profeta sin una esquina en la cual gritar (Notas sobre la "Legión de los Pirados").


El tipo gritaba que el mundo se acabaría, que seres de apariencia chistosa y muy malos decidían sobre nuestro destino, que el cielo en realidad era morado y que no lo veíamos de su color real porque nuestros ojos imperfectos permitian las aberraciones cromáticas, que todo era una gran conspiración y que él tenía la verdad guardada bajo su sombrero (que por alguna curiosa causalidad, era de aluminio). ¿Cómo llegó a ese estado?, me quedé mirándolo durante un rato mientras reflexionaba el asunto. Quizás vio algo que no debía ¿un alienígena descendiendo de su nave?. Quizás estaba en el lugar y segundo equivocado ¿le pegó un rayo que le quemó el pelo y de paso lo dejó "tocado"?. Quizás algún golpe cuando pequeño ¿acaso su hermano lo empujó escaleras abajo y cuando despertó llegó a la conclusión de que había algo que lo observaba?. Miré al cielo y pude ver con claridad el rostro de una especie de alienígena proyectada sobre la luna. Me asusté en serio y bajé la vista inmediatamente, traté de regularizar mi respiración y despejar mi cabeza mirando a las palomas que picaban un par de migas de pan. Inspiré profundo antes de volver la vista al cielo, tres, dos, uno... miré al cielo y ese rostro seguía allí, "eso" se burlaba de mi, tenía una mueca retorcida. Grité y corrí como alma que lleva el diablo, trataba de alejarme de "eso", pero seguía escuchando sus carcajadas. Al llegar a mi casa me encerré en una habitación sin ventanas y me dediqué a confeccionar un bonito sombrero de aluminio. Recién en el momento que acomodé el artilugio de aluminio sobre mi cabeza, pude sentir que mi miedo desaparecía, me sentía aliviada. En un momento, una idea fugaz pasó por mi cabeza: por fin entendía de qué iba eso de la conspiración. Ahora que por fin poseía el conocimiento de la verdad absoluta, y que estaba bien guardada bajo mi casco de aluminio, ¡debía compartir mi conocimiento con el mundo!. Salí de mi casa y con paso seguro me dirijí a la plaza más cercana. ¡Yo sé toda la verdad! ¡los tipos de la conspiración tienen rostro chistoso, pero son muy malos, muy malos!.

jueves, 10 de septiembre de 2009

La senda del mal.

[Continuación]
Mis ojos iban de una lado a otro y es que aquel día me sentía perdido, totalmente desorientado. No tenía claro qué estaba haciendo allí, no recordaba a qué hora había invitado a las nenas que tenía a mi lado, tampoco recordaba cómo había llegado a ese local. El humo de miles de cigarrillos dejó mi mente nublada, nada en aquel ambiente me había fácil la tarea de mantenerme conciente. Me levanté con la idea de salir del lugar, apenas me levanté, un mareo me hizo caer. Sentí a lo lejos un par de voces femeninas, me pareció oírlas gritar.
- Amor, despierta.
- ¡Maldita sea!, te dije que nunca me despertaras.
- Lo siento, pero no me dejabas dormir con tu gritos.
Esta historia tiene un final, pero no es algo que se pueda contar. ¡Quédate con las ganas!.

lunes, 7 de septiembre de 2009

¿Otra vez?, desafortunadamente sí.

Uy, creo que fue un golpe muy fuerte o algo equivalente, pues no hay otra forma de explicar el chichón. Al despertar me sentía algo mareado, decidí sentarme mientras se me pasaba. Miré al techo y fijé mi mirada en una flor escarlata que colgaba en una esquina de la ventana, me perdí en sus pétalos un buen rato...

-¿Sabes? creí que eras diferente, pensé que las palabras de tu poesía eran fieles y sinceras.
-Lo eran, en el momento que las susurraba en tu oído.
-¿Ahora no? ¿anoche no?.
-No.
-¡¿Qué?! ¡me largo! muérete con esas palabras malditas que salen de esa mente enferma.
-No tienes que irte.
-Tenía fe en que podía conquistar tu corazón.
-Sabes bien que no puedo amar. Tu te arriesgaste, lo sabías y aún así viniste a mi.
-¿Me estás culpando?
-No, pero no tienes que irte.
-Jódete.

Esa última palabra la dijo desde la calle, yo asomaba mi cabeza a través de la ventana. Creo que fue allí cuando cedió el macetero que ese muchachito insistió en colocar sobre la ventana. Esas flores se ven geniales colgando -me dijo-, yo le hice caso y ahora esa flor escarlata que crecía en el macetero que cayó sobre mi cabeza, estaba atrapada en la ventana, sin la planta que la sostuvo durante el breve lapso que ese muchachito me miró con ojos compasivos.
El mareo seguía allí. La flor escarlata seguía allí. El muchachito ya no estaba, pero vendrían otros.
Así de simple es vivir.