sábado, 16 de julio de 2011

Madrugada vagabunda


Para Fernando Vargas
 Hélas! la bague était brisée

Guillaume Apollinaire


I.- Soy la amargura del café, del sexo. El calor del fuego del atardecer en los trópicos; el polo sexual de la tierra. Soy fuego, soy fuego en tu bosque ciervo.                                        .

II.- Caminar en la oscuridad como alguien que ha perdido sus ojos en el camino ¡y allá van rodando calle abajo!.

III.- Las flores del sombrero jamás murieron tan pronto, los pétalos y las manos colgaban mustios.

IV.- ¿Por qué le pides más que semillas a la Amapola?, la solitaria flor del fumadero.

Paraíso rojo

"Altruismo sexual: se produce cuando una persona por su minusvalía, temor a la pérdida o el abandono del objeto amado, se subalterniza a los designios eróticos de éste aunque no los sienta o comparta."
[Leer rápido]

Y regresa por cuarta o quinta vez –no lo recuerdo–, se sienta y se levanta, camina por la casa, intenta entablar una conversación conmigo ¿es que no entiende que ya no lo quiero cerca?, no deja de moverse, saca una copa y baila con ella, busca la botella que traía consigo bajo el brazo cuando golpeó a mi puerta, la copa va a dar contra la pared ¡está derramando el vino sobre su cabeza! se mueve lentamente, abre un poco su boca y bebe lo que cae en ella, tiene los ojos cerrados ¡maldita sea! la botella vacía se rompe al tocar el suelo, la soltó porque se acabó el vino, se desnuda sin prisas, ya no puedo aguantar todo esto ¡la última vez te largaste porque no querías usar las cuerdas! ahora estás cubierto de licor y una gruesa cuerda cuidadosamente amarrada alrededor de tu cuerpo se tiñe de burdeo, intento contener el deseo que impulsa mi cuerpo, pero es inútil.                                         
Cuando todo termina desato cada nudo que mantiene la cuerda tensa sobre su cuerpo, escucho un sollozo y conozco la razón; la última vez se quejó de todo, de mi cuerpo, de mi olor, de las cuerdas con las que intenté atarle, del vino, de la botella, de la copa y de la cama. Se fue, pero regresó pronto, no quiso someterse esa última vez, pero no le quedó alternativa al regreso; si quieres algo, obtenlo a cualquier precio.

Justificando un poco el mal del mundo [Segunda versión]

¡Número sesenta y cinco! –hace un llamado en voz alta una señorita detrás del mesón–, ¡por favor el número sesenta y cinco! –alza la voz y levanta la vista para intentar hacer contacto visual con su próximo cliente. Sus ojos parecen más grandes, se sorprende al ver a una muchacha exactamente igual a ella acercarse a su mesón, con un papel entre los dedos que tiene un número sesenta y cinco impreso en color rojo. La mujer intenta mantener la calma mientras la otra muchacha, de traje y tacones con un pequeño bolso colgando de su hombro derecho, se acerca lentamente al mesón, sus miradas se encuentran un par de veces y el nerviosismo de una se traduce en una mueca de burla en la otra. Aquel lugar está lleno de mesones y mujeres atendiendo pacientemente a más de cien clientes que llegan a diario; niños llorando, ancianas reclamando por lo bajo, hombres sobrepasándose con su tono de voz. Las personas que esperan sentadas su turno no parecen notar que el “número sesenta y cinco” es una copia delicadamente acabada de “la señorita del mesón“, todos ignoran los posibles alcances de aquel encuentro, siguen ensimismados en sus preocupaciones. El número sesenta y cinco llega al mesón, coloca su pequeño bolso delante de ella y solicita un documento  para suplantar identidad. La señorita detrás del mesón busca la forma, su nerviosismo hace que sus manos se humedezcan y sus codos golpeen los anaqueles. El número sesenta y cinco comienza a impacientarse, debe llegar a una cita en quince minutos. Luego de llenar la forma debe entregármela, de cinco a diez minutos su solicitud estará procesada y podrá suplantar la identidad de la persona que usted individualizó en el documento, muchas gracias por preferir nuestro servicio –la señorita del mesón estaba bastante nerviosa, todas aquellas instrucciones habían salido de su boca con tanta fluidez que le parecía imposible haberlas pronunciado. El número sesenta y cinco sacó una pluma de su bolsillo y comenzó a llenar los espacios vacíos que había en el documento, acabó rápido, con un delicado movimiento de su muñeca firmó el documento y lo entregó a la señorita del mesón. La señorita del mesón intentaba calmarse cuando, desde el otro lado, recibió el formulario completo y firmado, una pequeña lágrima se deslizó a través de su rostro cuando leyó su nombre en el documento, aquella persona pretendía suplantar su identidad y ella, recibiendo ese documento, lo había aceptado e incluso le había facilitado el trámite. Es la hora, ya nada de esto es tuyo cariñito –dice el número sesenta y cinco sacando un revólver de su bolso, apuntando a la cabeza de la señorita del mesón y, finalmente, disparando. El cuerpo de la señorita del mesón cae del lado izquierdo de su silla, con los ojos abiertos y vidriosos, el pequeño agujero en medio de su frente comienza a desbordar sangre. El sonido del disparo quedó en el aire por algunos segundos, las personas que esperaban su turno no levantan la cabeza más que para ser atendidas. La mujer del revólver se sienta detrás del mesón, felizmente llegó a tiempo a su cita. En dos horas y media más se acaba su turno.

Dulce Amanda


Amanda luce un vestido de ondas azules, en el muslo se puede ver un brillo metálico que puede corresponder a un arma afilada, sus ojos son de un brillo particular, hermosa, despierta y atenta a todos los estímulos que puede recibir de su entorno, le encantan los lugares amplios, calientes y solitarios, Amanda lleva un cuchillo en las bragas porque sabe que alguien la persigue, un hombre que se acercará a ella con la intención de acabar con su vida; ella lo espera y siempre el cuchillo rasguña la piel de su muslo derecho. Cuando Samuel se le acercó y la invitó a caminar, ella lo miró de pies a cabeza y no pudo comprender que un hombre sano, de piel ligeramente enrojecida por el sol y perfectamente formado, quisiera caminar a su lado, deduciendo segundas intenciones directamente relacionadas con sus observaciones, ella lo identificó como el asesino que toda su vida había estado esperando. La excitación le dio al pálido rostro de Amanda un rubor febril que asustó un poco a Samuel, pero la invitación ya estaba hecha y sonriendo esperaba que ella se decidiera a caminar para igualar su paso y comenzar la caminata. Amanda comenzó a sentir un cosquilleo desesperante entre las piernas, un pulso que generaba su cuerpo desde algún punto detrás de su vagina, al mover las piernas para comenzar a caminar sintió que se humedecían sus bragas, algo parecido a un gemido acompañó a la brisa que agitó un poco el vestido que cubría su cuerpo hasta las rodillas. Samuel intentó cubrir la erección que en ese momento abultaba la entrepierna de sus pantalones azules, el gemido de la mujer provocó que su corazón se paralizara un momento, la brisa le permitió observar brevemente las blancas piernas de Amanda, además de vislumbrar un brillo metálico que le pareció inquietante. Ella buscó desesperada un punto de apoyo en una pared cercana, la excitación le quitó estabilidad a sus piernas y, estando a punto de caer, su espalda hizo contacto con algo, dos muros que se encontraban perpendiculares le permitieron conservar el equilibrio y tomar el cuchillo de entre sus ropas. Samuel alzó ambas manos, extendiendo cada dedo y alzando los brazos en señal de rendición, él comprendía los riesgos de intentar siquiera alguna acción y decidió correr lo más lejos posible de aquel lugar. Amanda dejó caer el peso de su cuerpo y se deslizó hasta el suelo, seguía excitada. Desafortunadamente el asesino que tanto había esperado era un maldito cobarde, ella se sintió decepcionada y es que ya nada podría sucederle de ahora en adelante. Amanda vio a otra mujer algunos metros más allá, el vivo reflejo de su imagen y hasta el vestido de motivos florales le evocaban recuerdos de ella misma minutos atrás. Aquella mujer se contoneaba mientras se movía a cuatro patas sobre el pasto, un perro la montó de pronto y al instante un hilo de orina recorrió su pierna cambiando de dirección obedeciendo al movimiento fuerte y repetitivo de las penetraciones. Amanda miraba la escena perdida en cada pequeño detalle, ella misma se orinó sobre el pasto mojando su vestido, sus piernas, su mano que buscaba la entrada de su vagina; pensó que sus dedos, incluso su mano, no era suficiente para saciar el hambre que parecía invadirla, acabó introduciéndose el mango del cuchillo repetidas veces. Cuando sintió un líquido mucho más caliente escurrirse hasta el pasto abrió sus ojos y no había allí ningún cuchillo, ella no sangraba. Esa extraña visión realmente la había excitado, su cuerpo se movía impulsado por alguna fuerza que no parecía menguar. Sus manos estaban abiertas una junto a la otra sobre el pasto, su cuerpo se sostenía de manos y rodillas. Sintió que su cuerpo recibía una y otra vez un cuerpo extraño, algo abultado que entraba y salía de entre sus nalgas, intentó mirar sobre su espalda y alcanzó a ver a un perro jadeando, sintió las uñas de las patas del perro enterrarse en su espalda. Una mujer viendo su muerte a través del filo de un cuchillo que introduce repetidamente en su vientre, la visión de un perro perdido intentando penetrar a una mujer perdida, éxtasis. Y en el oscuro ojo del perro podía verse a dos mujeres muriendo por las raíces de sus entrañas cercenadas, el brillo oscuro preguntándose si ellas siempre estuvieron ahí.

Asuntos inusuales [Parte I]

Para Daniel Cortés

Las flores tienen mirada de niño y
boca de viejo -inocencia y sabiduría
reunidas, los polos de la vida se
tocan, círculo cerrado de lo divino.
Malcolm de Chazal

I.- Amapola quiso ser un insecto y no permitió que sus pétalos cayeran ¡enhorabuena! ya tenía alas.

II.- Margarita arrancó uno a uno sus pétalos, quería saber su suerte en el amor y acabó calva.

III.- Doga extendía sus dedos al cielo, los dedos de miles de brazos sedientos del agua del cielo.

IV.- Quintral saltando encima de su enemigo fue por su venganza y recibió una puñalada en el espinazo.

V.- Capachito en pequeñas cabezas de pequeñas señoras colgadas de pequeñas cuerdas.

VI.- Azulillo centro de la galaxia, seis dedos azules en constante expansión ¡hecatombe!.

VII.- Palqui ofrece cigarrillos a caminantes y vagabundos al borde de las vías del tren.

VIII.- Mitrún semillero seco estremecido por la brisa, resuena el pequeño cascabel.

Bernardette


A Bukowski                                                      

Rubia cabello largo
loca como tantas
puta como otras tantas
jodida mujer casada 22 años

enano-
manicomio
                       homosexual-
                       manicomio
                                            dos críos-
                                            manicomio

ella deja empalmado a un poeta
él mete el chisme en un cuello de cristal 
errar y sangrar recordando a Bernardette.