miércoles, 14 de diciembre de 2011

Las extrañas noches de la revoltosa Joanne [1]

Joanne al estilo de las viejas persecuciones, ella caminando a paso inseguro, ella y sus piernas cansadas de llevarla por las noches a recorrer la ciudad. El gran ojo del cielo está abierto y el máximo de luz sobre la ciudad consigue darle un poco de seguridad, pero vendrán a por ella de todos modos. Hay pocas características que la distinguen como una mujer y es que Joanne aprendió a ocultarse, a desaparecer de la vista de cualquiera que se atreviera a mirarla a los ojos -rojos, tristes, temerosos. Sentía que la seguían, cruzó corriendo algunas calles e intentó perder, a quién estuviera siguiéndola, entre callejones y esquinas. Llevaba una pequeña caja entre las manos, cerrada y cubierta con avisos de “peligro”, su contacto tenía algunas manías con las entregas de mercancía, especialmente con “la cosa rosa”, aquella que venía recibiendo de las manos sudorosas de Joanne, el mismo objeto que intercambiaban cada jueves, a las doce de la noche en punto, en la intersección de Saint Muerte y Alabastro. Luego del extraño sonido -un chasquido-, un par de tipos salidos de la nada intentaron tumbar al destinatario, la “cosa rosa” voló sobre sus cabezas, Joanne se lanzó al suelo y pudo amortiguar con su cuerpo la caída del objeto, pero algo alcanzó a filtrarse. Se había lanzado a abrazar lo desconocido ¿acaso moriría al ver el misterioso contenido de la caja? debía proteger la caja y entregarla, o su contacto la mataría si es que lograba escapar con éxito del par de sujetos que habían intentado interceptarla. Al abrir sus ojos, Joanne pudo ver un resplandor rosa escapando de la caja, todos sus miedos desaparecieron y una sensación de extraña inquietud comenzaba a saturar cada centímetro de su piel. Su mente se adormecía con la densa nube rosa que se escapaba de la caja y se introducía a su cerebro. Saint Muerte se presentó en persona y comenzó a bailar rodeándola, haciendo piruetas de cuando en cuando, evitando tropezar con sus pies ataviados con largas trenzas de cabello rojo, Joanne sentía el insistente tintineo de los cascabeles cosidos directamente sobre su piel, en los retazos desnudos de su cuerpo. Alabastro ¡el tremendo Alabastro! quejándose de no poder volar, aleteando inútilmente, de allá para acá, saltando, corriendo, agitando las alas ¡ay Alabastro! el maestro tremendo Alabastro. Joanne enferma de inquietud, Saint Muerte bailando y sudando, Alabastro aleteando sobre la calle. Joanne mirando la “cosa rosa”, Joanne tragando la “cosa rosa”, Joanne escapando de la intersección de Saint Muerte y Alabastro.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Cortas memorias de una acumuladora


Noviembre/23:49. Una perra sentada, mis manos iban llenas, la basura de día sábado es especialmente abundante. Una perra blanca sentada, arrinconada por otros tres perros, tengo los nudillos fríos, me duelen las manos, llevo un par de contenedores plásticos de olor avinagrado. Una perra intentando ser montada por un perro negro, intenta hacer que la perra se levante y así penetrarla, apuro el paso y cambio de acera, aquellas escenas no deben distraerme de mis actividades nocturnas, no deben interponerse entre los contenedores y yo. La perra se quejaba, se escuchaba su llanto lastimoso, di un pequeño vistazo atrás y allí estaba el perro negro contorsionando sus caderas al ritmo de la necesidad, miré adelante, la curiosidad ya me fastidió el horario. La perra estaba resignada, el perro negro no alcanzó a acabar cuando otro se estaba montando, eran tres y faltaba uno pequeño, bastante sucio, seguí caminando hasta que no pude escuchar su llanto, mis manos estaban adormecidas, iba atrasada, ya no recordaba de qué color eran sus pantalones.

lunes, 5 de diciembre de 2011

La teoría del viaje zigzagueante

Hablaba cierta vez con un tipo, un tipo común y corriente, con pantalones ajustados y esa actitud de saber el porqué pasan todas las cosas, vientre abultado –demasiado tiempo leyendo decía él, demasiado tiempo rascándose los sobacos decía yo–; siempre parecía pensar, era la eterna reflexión interna poco coordinada con las funciones motoras básicas (una mirada al cielo, preguntándose si los marcianos tendrían sus propias enfermedades sexuales marcianas y se le arrancaba un pedo bastante sonoro que intentaba “cubrir” dando unos pasos adelante). La cuestión era que, aunque tenía todas las respuestas estaba constantemente dificultando mis decisiones con sus dudas acerca de todo lo que hacía, me enfermaba cuando me preguntaba por qué no tomaba provecho de esto o de aquello, que era mi deber sacar ventaja del engaño y la mentira… realmente era agotador tener una conversación con él. Seguí caminando sin hacer mucho caso de nada, los satélites estaban activados ese hermoso e inusual día de octubre. El tipo preguntaba y lo único que yo podía escuchar (de sus labios brillantes y perfectamente cuidados) era un murmullo insoportable; me detuve, giré hasta quedar de frente a él y le dije, apenas moviendo mis labios, que los satélites sabían lo que nosotros estábamos pensando, que le fulminarían apenas se le ocurriera algo indebido o, incluso, aunque él solamente pensara que tenía la certeza de que pensaba algo indebido; la muerte estaba aseguraba. ¿Satélites? ¡por el amor de Dios! pero qué dices –soltó él como reprochando algo sin importancia, debía de tener muchos cojones porque el jodido satélite estaba sobre nuestras cabezas. Vete de aquí –le dije haciendo un pequeño ademán con la mano derecha–, solo pensaba que si él no me hacía caso me vería obligado a poner en práctica la T.V.Z. (la teoría del viaje zigzagueante), no es una técnica depurada, no está lista ¡maldita sea!. El tipo retrocedió algunos pasos, quizás mi rostro no era tan tranquilizador, quizás sabía algo de la T.V.Z. y los satélites leerían mi plan de escape a través de su mente. TVZ: recorrer unas cuadras cambiando de dirección al finalizar alguna de ellas, de esquina a esquina siguiendo un patrón oblicuo a través de la ciudad, una esquina luego a la izquierda, luego de frente y de nuevo a la izquierda.¡Paf! el sujeto se desplomó cuando yo estaba cambiando de dirección justo a una cuadra de distancia de él, la T.V.Z. había sido descubierta, el próximo blanco sería yo con mis delirantes ideas sobre viajes zigzagueantes. [A,1] caminé rápido, sin mirar al sujeto que aún se retorcía humeando. [B,1] un gota de sudor recorrió mi frente, saló la comisura de mi labio. [B,2] miré arriba y allí estaba, seguía sobre mi cabeza. [C,2] la soledad de aquella calle me permitió apurar el paso. [C,3] me sentí cansado, inspiré profundo, solté el aire tan rápido que mis pulmones quisieron manifestarse por el esfuerzo y una punzada del lado izquierdo me distrajo dos segundos. [D,3] rayo, rayo mortal a pocos centímetros de mi pie derecho ¡ay! mi pie está muy caliente, probablemente quemado. [D,4] no podía permitir que me alcanzara, mi teoría no era perfecta, pero la había estudiado bien. [E,4] el satélite no está arriba, luego del séptimo cambio de dirección en mi trayectoria ¡el satélite desaparece! mi vida está a salvo, tengo cautela al seguir mi camino zigzagueante, otro satélite puede aparecer. 

[A modo de editorial en Revista Literaria Escarnio N°23 / Octubre 2011]