Joanne al estilo de las viejas
persecuciones, ella caminando a paso inseguro, ella y sus piernas cansadas de
llevarla por las noches a recorrer la ciudad. El gran ojo del cielo está
abierto y el máximo de luz sobre la ciudad consigue darle un poco de seguridad,
pero vendrán a por ella de todos modos. Hay pocas características que la
distinguen como una mujer y es que Joanne aprendió a ocultarse, a desaparecer
de la vista de cualquiera que se atreviera a mirarla a los ojos -rojos, tristes, temerosos. Sentía que la
seguían, cruzó corriendo algunas calles e intentó perder, a quién estuviera
siguiéndola, entre callejones y esquinas. Llevaba una pequeña caja entre las
manos, cerrada y cubierta con avisos de “peligro”, su contacto tenía algunas manías
con las entregas de mercancía, especialmente con “la cosa rosa”, aquella que
venía recibiendo de las manos sudorosas de Joanne, el mismo objeto que
intercambiaban cada jueves, a las doce de la noche en punto, en la intersección
de Saint Muerte y Alabastro. Luego del extraño sonido -un chasquido-, un par de tipos salidos de la nada intentaron tumbar al destinatario,
la “cosa rosa” voló sobre sus cabezas, Joanne se lanzó al suelo y pudo
amortiguar con su cuerpo la caída del objeto, pero algo alcanzó a filtrarse. Se
había lanzado a abrazar lo desconocido ¿acaso moriría al ver el misterioso
contenido de la caja? debía proteger la caja y entregarla, o su contacto la
mataría si es que lograba escapar con éxito del par de sujetos que habían
intentado interceptarla. Al abrir sus ojos, Joanne pudo ver un resplandor rosa
escapando de la caja, todos sus miedos desaparecieron y una sensación de
extraña inquietud comenzaba a saturar cada centímetro de su piel. Su mente se
adormecía con la densa nube rosa que se escapaba de la caja y se introducía a
su cerebro. Saint Muerte se presentó en persona y comenzó a bailar rodeándola,
haciendo piruetas de cuando en cuando, evitando tropezar con sus pies ataviados
con largas trenzas de cabello rojo, Joanne sentía el insistente tintineo de los
cascabeles cosidos directamente sobre su piel, en los retazos desnudos de su
cuerpo. Alabastro ¡el tremendo Alabastro! quejándose de no poder volar,
aleteando inútilmente, de allá para acá, saltando, corriendo, agitando las alas
¡ay Alabastro! el maestro tremendo Alabastro. Joanne enferma de inquietud,
Saint Muerte bailando y sudando, Alabastro aleteando sobre la calle. Joanne
mirando la “cosa rosa”, Joanne tragando la “cosa rosa”, Joanne escapando de la
intersección de Saint Muerte y Alabastro.
miércoles, 14 de diciembre de 2011
domingo, 11 de diciembre de 2011
Cortas memorias de una acumuladora
Noviembre/23:49. Una perra sentada, mis manos iban llenas, la
basura de día sábado es especialmente abundante. Una perra blanca sentada,
arrinconada por otros tres perros, tengo los nudillos fríos, me duelen las
manos, llevo un par de contenedores plásticos de olor avinagrado. Una perra
intentando ser montada por un perro negro, intenta hacer que la perra se
levante y así penetrarla, apuro el paso y cambio de acera, aquellas escenas no
deben distraerme de mis actividades nocturnas, no deben interponerse entre los
contenedores y yo. La perra se quejaba, se escuchaba su llanto lastimoso, di un
pequeño vistazo atrás y allí estaba el perro negro contorsionando sus caderas
al ritmo de la necesidad, miré adelante, la curiosidad ya me fastidió el
horario. La perra estaba resignada, el perro negro no alcanzó a acabar cuando otro
se estaba montando, eran tres y faltaba uno pequeño, bastante sucio, seguí
caminando hasta que no pude escuchar su llanto, mis manos estaban adormecidas,
iba atrasada, ya no recordaba de qué color eran sus pantalones.
lunes, 5 de diciembre de 2011
La teoría del viaje zigzagueante
Hablaba cierta vez con un tipo, un tipo común y corriente, con pantalones
ajustados y esa actitud de saber el porqué pasan todas las cosas, vientre
abultado –demasiado tiempo leyendo decía él, demasiado tiempo rascándose los
sobacos decía yo–; siempre parecía pensar, era la eterna reflexión interna poco
coordinada con las funciones motoras básicas (una mirada al cielo,
preguntándose si los marcianos tendrían sus propias enfermedades sexuales
marcianas y se le arrancaba un pedo bastante sonoro que intentaba “cubrir”
dando unos pasos adelante). La cuestión era que, aunque tenía todas las
respuestas estaba constantemente dificultando mis decisiones con sus dudas
acerca de todo lo que hacía, me enfermaba cuando me preguntaba por qué no
tomaba provecho de esto o de aquello, que era mi deber sacar ventaja del engaño
y la mentira… realmente era agotador tener una conversación con él. Seguí
caminando sin hacer mucho caso de nada, los satélites estaban activados ese
hermoso e inusual día de octubre. El tipo preguntaba y lo único que yo podía
escuchar (de sus labios brillantes y perfectamente cuidados) era un murmullo
insoportable; me detuve, giré hasta quedar de frente a él y le dije, apenas
moviendo mis labios, que los satélites sabían lo que nosotros estábamos
pensando, que le fulminarían apenas se le ocurriera algo indebido o, incluso,
aunque él solamente pensara que tenía la certeza de que pensaba algo indebido;
la muerte estaba aseguraba. ¿Satélites? ¡por el amor de Dios! pero qué dices –soltó
él como reprochando algo sin importancia, debía de tener muchos cojones porque
el jodido satélite estaba sobre nuestras cabezas. Vete de aquí –le dije
haciendo un pequeño ademán con la mano derecha–, solo pensaba que si él no me
hacía caso me vería obligado a poner en práctica la T.V.Z. (la teoría del viaje
zigzagueante), no es una técnica depurada, no está lista ¡maldita sea!. El tipo
retrocedió algunos pasos, quizás mi rostro no era tan tranquilizador, quizás
sabía algo de la T.V.Z. y los satélites leerían mi plan de escape a través de
su mente. TVZ: recorrer unas cuadras cambiando de
dirección al finalizar alguna de ellas, de esquina a esquina siguiendo un
patrón oblicuo a través de la ciudad, una esquina luego a la izquierda, luego
de frente y de nuevo a la izquierda.¡Paf! el sujeto se desplomó cuando yo estaba
cambiando de dirección justo a una cuadra de distancia de él, la T.V.Z. había
sido descubierta, el próximo blanco sería yo con mis delirantes ideas sobre viajes
zigzagueantes. [A,1] caminé rápido, sin mirar al sujeto que aún se retorcía
humeando. [B,1] un gota de sudor recorrió mi frente, saló la comisura de mi
labio. [B,2] miré arriba y allí estaba, seguía sobre mi cabeza. [C,2] la
soledad de aquella calle me permitió apurar el paso. [C,3] me sentí cansado,
inspiré profundo, solté el aire tan rápido que mis pulmones quisieron
manifestarse por el esfuerzo y una punzada del lado izquierdo me distrajo dos
segundos. [D,3] rayo, rayo mortal a pocos centímetros de mi pie derecho ¡ay! mi
pie está muy caliente, probablemente quemado. [D,4] no podía permitir que me
alcanzara, mi teoría no era perfecta, pero la había estudiado bien. [E,4] el
satélite no está arriba, luego del séptimo cambio de dirección en mi trayectoria
¡el satélite desaparece! mi vida está a salvo, tengo cautela al seguir mi
camino zigzagueante, otro satélite puede aparecer.
[A modo de editorial en Revista Literaria Escarnio N°23 / Octubre 2011]
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