domingo, 5 de julio de 2015

Hoy recordamos el irrelevante origen de “Chicharrón” el chichón.



“Chicharrón” fue el producto sano y natural de una espantosa caída en bicicleta, generosamente se alojó de lado izquierdo, justo donde la cabeza de quien les escribe azotó la acera. Al recuperar un quinto de la postura vertical, me fijé en que a pocos centímetros del lugar de aterrizaje, había un pequeño lugar blando, lleno de flores y pasto; erré por centímetros, mi cabeza produjo un sonido extraño, cemento con cráneo, que mis oídos recuerdan como un “boing” exclamado por un ruso hablando inglés. La vergüenza por la caída y el deficiente cálculo de mi aterrizaje en la acera, se vio desbordado, convertido en la expresión trágame tierra, cuando divisé a un borrachín acercarse a paso tambaleante. Mi cabeza, que comenzaba a procesar señales de dolor, intentaba enviar órdenes que mi cuerpo no podía ejecutar ¡LEVÁNTATE! Reaccioné enderezando mi torso y cruzando las piernas, respondiendo automáticamente “dame dos minutos”, el toque de gracia del asunto fue la pregunta del borrachín “¿estás curá mijita?” mientras yo pensaba “no que va, no más que tú”. Como pude me levanté, levanté a mi corcel caído y me subí, intentando reanimar al animal dándole patadas en el trasero… sí, en ese momento mi bicicleta era un caballito que tenía abollada la canasta que llevaba atada al cuello. No podría decir que recuerdo el camino de regreso, pero lo recorrí diligente, caminando en línea recta. En la esquina me esperaba Gustav… quería ir a abrazarlo, me subí a mi bicicleta y pedaleé, pero no avancé ni un centímetro; la cadena se había quedado trabada, no pude sacarla por más que lo intenté. Me senté y, aprovechando la calle en bajada, dejé que rodara ayudando de vez en cuando con las puntas de mis pies. En casa el dolor se sentó en mí como en cualquier oportunidad donde confluyen el pavimento y una mujer volando, una bicicleta y un borrachín. Las personas me preguntaban qué me levantaba el pelo del lado izquierdo de la cabeza, palpando con cuidado, lo encontré. Un poco aturdida respondí: no creo que sea algo grave, es un chichón, un chichón llamado “Chicharrón”. Durante la siguiente media hora estuve mendigando lástima, todos tan borrachos como yo sólo me devolvían risas, incluso una selfie salió, una fotografía que acabó embadurnando mi dolor con vergüenza. Tardé mucho en conseguir que todos se fueran a casa, mi cabeza no era la única afectada, mi rodilla y pantalón estaban magullados, mi hombro había perdido carne. Mi cabeza presentaba cogorza de lado derecho y jaqueca del izquierdo, a lo largo de la semana cada lavado de pelo dolía y “Chicharrón” crecía… creí que en la vida volvería a padecer tal maldito suplicio. A las dos semanas, el chichón había desaparecido, aunque me recuerda su insignificante existencia el medio hachazo que padezco cada vez que bebo en exceso; el dolor del mundo concentrado en un solo hemisferio.   

Publicado en Revista Escarnio Nº51 Especial Humorada / Junio 2015