miércoles, 25 de marzo de 2015

Cuentos que no quieres escuchar / Mitos Subliterarios IV



4.- El dilema del telón

            A ver, a ver ¿quién se hará cargo del telón? Me dicen y piensan que éstas personas no tienen otra cosa que hacer más que quejarse, “no tengo libro” “llevo 30 años escribiendo y aún no me publican” “espero tener un libro antes de morir” “debemos hacer algo, pero no se me ocurre qué”. Reuniones inútiles, conversaciones vanas.
Ey ¡un café literario! así todos pueden leer en un evento propio y no será necesario asisitir a eventos ajenos, escuchar autores malos y leer sólo lo que les interesa difundir. Ya, un café literario… me cuentan que, de inmediato, comienzan a levantar sus manos, yo café, yo té, yo azúcar, yo quesito blanco, yo pan. Alguien dice que NECESITAN un telón ¿un telón para qué? ¿acaso nunca han leído sin tener un telón de fondo? por favor, es material que se perderá, dinero desperdiciado. Miran enojado al disidente, le dicen que desde antes que él naciera, desde el principio del movimiento literario en la ciudad, se utilizaba un telón. Lo miró perplejo, le pareció una gran mentira. ¿Para qué necesitan un telón? ¿por qué el poeta, el creador, debería satisfacer sus propensiones de ególatra arrendando un local para leer, llevando cosas caras para comer y pagando a los asistentes con pésimas lecturas, con un telón de fondo que a nadie le interesa? Bien, está bien. Acepta lo que dicen aunque sigue pareciéndole una gran mentira. Le mira de vuelta, asume que el sujeto que defiende el telón, se hará cargo de hacerlo. No, yo no, no puedo hacerlo: esa es su respuesta.
Me dice “puedes ir si quieres, pero te advierto, esto no va a ningún lado, es una total pérdida de tiempo. Ve a sorprenderlos con tus textos, con tu lectura, con tu determinación.”
Me pregunto si siempre fue así, todos moviéndose instintivamente hacia lugares en donde obtienen mayores beneficios a cambio de un mínimo esfuerzo. Reuniones en que se prefiere beber y sonreir, aplaudir por cortesía, condescendencia o calentura.

Cuentos que no quieres escuchar / Mitos Subliterarios III



3.- Extrañamos tiempos peores

            Las cosas serían como antes, tal cual, cooperación, movimiento, literatura salvaje, disturbios. Hace mucho, hace más tiempo del que puedo recordar con detalles, las personas salían a tocar sus guitarras para cantar en contra de lo que pasaba en sus calles, pero eso fue hace mucho.
Mientras sucedía, veías a diario personas asustadas, encerradas en sus casas. Apariciones fugaces de activistas, pequeñas marchas, insolentes protestas, personas enojadas. Nos metieron en la cabeza que nuestros vecinos, extranjeros y allegados eran espías, “sapos”, jodidos agentes infiltrados; la confianza se fue al infierno, sin embargo, donde desaparece la fe, aparecen gestos preciosos. ¿Por qué extrañas esos tiempos de terror? le preguntaron, le pregunté «ahí, en ese mal momento, la cultura se fue a las nubes, se recogía y estallaba por todos lados, en las calles, en las personas, no menospreciabas al que tocaba una guitarra vieja a tu lado, no juzgabas al que leía poesía de una servilleta arrugada, no maldecías a los jóvenes que se atrevían a seguir con la vista y los pies las explosiones de arte.    No los veías en el centro de la ciudad, los escuchabas gritar en la periferia, en medio de la pobreza y la persecución.» Le miro sorprendido y le digo: ahora es mejor, puedes hacer lo que te venga en gana y nadie negará tu derecho de hacerlo. «No, ahora existe la envidia. Cada pequeño faro de arte de ese entonces, hoy se ha apagado, no son capaces de encontrarse entre ellos, de juntar sus fuerzas y hacerlas extraordinarias. Se conforman con beber el fin de semana, con fumar yerba y un sueldo mínimo para mantener a familias que se encargaron de encadenar a éstos creadores inconformes que se desarrollaron en los tiempos del terror.» Me horrorizo y vuelvo a preguntar: ¿me dice que ahora, después de muchos años, es más importante la competencia, la fama, un escenario con micrófono? «En ese entonces no nos interesaba más que gritar, hacer, caminar para llegar a escuchar a otros artistas, ayudarlos. Me gustaría que volvieran a perseguirnos, a asustarnos, así el arte y cada uno de nosotros sería más importante; estaríamos “cagaos” de miedo, pero seríamos artistas.»

Cuentos que no quieres escuchar / Mitos Subliterarios I

1.- El ladrón de libros

Se contaba, nos contaron, les mintieron a todos. Es una práctica común, no te asustes ni pienses que los ladrones son personas malas; éstos roban porque los libros, para ellos, no son fáciles de conseguir. Les interesa, por sobre todo, leer. Son buenos y se sienten bien, a ninguno de ellos les atormenta la culpa. Te aseguro que los ladrones han aprovechado el libro tanto o más que el sujeto que pagó por él.
Ninguno aceptará que lo hizo hasta que reconozca a otro ladrón. Entre ellos es una prueba importante poseer un libro que todos los demás quieren. Se cuentan entre ellos en qué circunstancias robaron un libro, qué tan fácil o complicado resultó, las expresiones en los rostros de las encargadas, porqué escogieron ese y no otro. Algunos conservan libros marcados con sellos en los que se puede leer “Biblioteca pública de…” “Ilustre municipalidad de…”: en general son perezosos y jamás quitan las marcas, a pesar de que es fácil hacerlo, una lija para madera diluye, en gran parte, el timbre en rojo o morado. Algunos otros mutilan la dedicatoria, el sello o cualquier otra marca que encuentren en los libros. Hay quien escribe en ellos, los marcan para afirmar su pertenencia sobre lo robado “Con este libro malcrío al pueblo de Chile” o algo parecido; aunque éstos ejemplares son luego regalados o prestados a lectores de menor edad.
Ahora, te preguntarás si lo de “es una práctica común” es cierto ¡pues claro! hasta en personas que jamás te lo imaginarías. Te pedí que no tomaras esto como algo malo, cuando se roba un libro que acabaría “dado de baja” porque nadie lo pide en préstamo o está deteriorado, el robo se transforma en rescate; muchos lo ven así, incluso se arrepienten de no haber robado más, a menudo escuchamos que los libros acaban en la basura o en bodegas llenas de hongos y bichos ¿por qué no llevarlos a casa para leerlos (aprovecharlos hasta el cansancio) y  conservarlos?
Te pido ahora que, aunque te sientas caracterizado, no dejes de leer. Existe una historia muy particular con respecto a este tema, no se trata de aspirantes a escritores, editores de revistas literarias o personas comunes; su protagonista es un tipejo muy conocido, uno que todos han nombrado alguna vez y que la mayor parte teme, muy conocido por utilizar la violencia y las amenazas, por acaparar lo que se llama “oficialidad”, por negar autores que habitan en la ciudad en que vive (los que no adhieren a su causa, con sus consecuencias y limitaciones) y por pisotear a los que sí trabajan por él y con él… sí, ese, al que acabas de nombrar. Volviendo al tema, más de una vez he escuchado que sus inicios no fueron muy limpios, incluso hoy se mueve rozando la ilegalidad, le llamaremos “el mafiosillo”; imagina, si le nombramos, estaremos dándole más importancia. Escuché, me dijeron, me mintieron diciéndome que era un gran escritor, que él desempeña un trabajo importante para los autores y lectores locales. ¿Escuchaste cómo comenzó construyendo su imperio? sí, los ladrones de libros siempre ambicionarán una librería; creen que los mantendrá cerca de su oficio, les dará dinero para vivir y tendrán contacto con los lectores; pero todas estas ambiciones distan mucho de la realidad. Pequeño aspirante a periodista, no creas lo que el mafiosillo dice. Me cuentan, me repiten: comenzó estafando a la dueña de otra librería, una en la que él trabajaba de joven. Muerto el dueño, todo pasa a ser de la esposa, ella no tiene idea de nada, a ciegas confía toda la administración a este joven empleado. De a poco los pedidos se vuelven caros y la librería no está recaudando lo que debe por la cantidad de libros encargados. ¿Qué sucedió con la señora? no tengo idea, supongo que murió, como todos los viejos. El mafiosillo se salió con la suya, sin embargo, hizo lo que nosotros no haríamos nunca, robar libros nuevos.