4.-
El dilema del telón
A
ver, a ver ¿quién se hará cargo del telón?
Me dicen y piensan que éstas personas no tienen otra cosa que hacer más que
quejarse, “no tengo libro” “llevo 30 años escribiendo y aún no me publican”
“espero tener un libro antes de morir” “debemos hacer algo, pero no se me
ocurre qué”. Reuniones inútiles, conversaciones vanas.
Ey ¡un café literario! así todos pueden leer en un evento propio y no
será necesario asisitir a eventos ajenos, escuchar autores malos y leer sólo lo
que les interesa difundir. Ya, un café literario… me cuentan que, de inmediato,
comienzan a levantar sus manos, yo café, yo té, yo azúcar, yo quesito blanco,
yo pan. Alguien dice que NECESITAN un telón ¿un telón para qué? ¿acaso nunca
han leído sin tener un telón de fondo? por favor, es material que se perderá,
dinero desperdiciado. Miran enojado al disidente, le dicen que desde antes que
él naciera, desde el principio del movimiento literario en la ciudad, se
utilizaba un telón. Lo miró perplejo, le pareció una gran mentira. ¿Para qué
necesitan un telón? ¿por qué el poeta, el creador, debería satisfacer sus
propensiones de ególatra arrendando un local para leer, llevando cosas caras
para comer y pagando a los asistentes con pésimas lecturas, con un telón de
fondo que a nadie le interesa? Bien, está bien. Acepta lo que dicen aunque
sigue pareciéndole una gran mentira. Le mira de vuelta, asume que el sujeto que
defiende el telón, se hará cargo de hacerlo. No, yo no, no puedo hacerlo: esa
es su respuesta.
Me dice “puedes ir si quieres, pero te advierto, esto no va a ningún
lado, es una total pérdida de tiempo. Ve a sorprenderlos con tus textos, con tu
lectura, con tu determinación.”
Me pregunto si siempre fue así, todos moviéndose instintivamente hacia
lugares en donde obtienen mayores beneficios a cambio de un mínimo esfuerzo.
Reuniones en que se prefiere beber y sonreir, aplaudir por cortesía,
condescendencia o calentura.
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