domingo, 17 de abril de 2011

Paseante ocioso [Completa]

I

En la calle solitaria la luz parecía llegar sucia al suelo. Todo allí tenía un aspecto desagradable, adherido a las paredes y sobre el suelo, manchando el cielo. El humo venía de algún lugar cercano, lastimaba sus ojos.
Ya podía enfocar la vista, intentó levantarse. Miraba fijamente sus pies, uno al lado del otro, sosteniendo su cuerpo débil y maltratado. Escupió un par de dientes y mucha sangre, levantó el brazo para limpiar con la manga de la chaqueta la sangre que escurría a través de la comisura de sus labios. Su mano era una forma grotesca, de tonos rojos y morados, palpitando animada por un corazón propio. Desvió la vista, eso era más de lo que podía soportar.
Un par de pasos le significó un dolor agudo en el pecho, del lado izquierdo. ¿Fue la caída o la patada?, ya no lo recordaba.

II

Cada inspiración parecía más lejana, todo el dolor que había sentido en su vida le parecía poco comparado con la insistente dolencia de la incertidumbre ¿en dónde estaba?. En la calle no habían objetos familiares, todo era extraño, retorcido y las cosas que allí había eran objetos inservibles, deformados por el tiempo. Miraba todo con una especie de fascinación enfermiza, como si fuera la primera vez que se paseaba por un callejón, a esas horas de la madrugada, sangrando y deseando abandonarse.
¿Caída o patada?, ya no recordaba una u otra, no obstante, el dolor seguía allí. Su cabeza, su mente y su cuerpo permanecían coordinados, pero parecían partes remendadas, pequeños trozos unidos con hilos gruesos.
¿Qué hacía moviéndose? ¿por qué seguía avanzando si no le quedaban motivos para permanecer de pie?.

III

Volvió a mirar su torso y algo no estaba bien con su cuerpo, algo que no alcanzaba a distinguir le apretaba las costillas impidiéndole respirar con normalidad. Los brazos le colgaban a ambos lados del cuerpo, arriba y abajo, sin fuerza ni motivo aparente para seguir aquel brusco movimiento. Las piernas no se separaban, era como si juntas hicieran avanzar el cuerpo, sus pies se movían juntos, a saltos, avanzando algunos metros cada vez. Cerró los ojos y se abandonó al impulso invisible que lo mantenía caminando sobre las calles.

IV

¿Cómo era posible que unos dedos rodearan su cuerpo?. ¡No quiero dormir! ¡déjame jugar!. Una voz aguda resonaba en su cabeza, una y otra vez.
Sintió como se elevaba por sobre los tejados de la ciudad, podía ver los techos y las calles desde allí arriba ¿qué sucedía?. Cuando perdió de vista el callejón, vio que su mundo se extendía más allá de la ciudad que lo acogió durante toda su vida; más allá había tierra y seres horrendos que se paseaban con tranquilidad a su lado. Él parecía colgar desde algún sitio, sus extremidades parecían tiras de género que se movían por el viento y su cabeza era un peso muerto más. Los dedos que le sostenían se volvieron rígidos, la fuerza que ejercían sobre su torso aumentaba a cada segundo.
Un par de ojos de color violeta le miraron curiosos. Bebé ¡estás herido! bebé ¿qué sucedió contigo?. La voz en su cabeza parecía tener su fuente muy cerca de esos inmensos ojos. No podía dejar de mirar embelesado esos ojos violeta que le miraban con lástima. Algo se acercaba rápido, algo grande que ahora acariciaba su cabeza. ¿Cómo era posible que aquella figura grotesca lo sostuviera como a un juguete?. No te preocupes, ya coseré tu mano mi pequeño bebé. Yo cuidaré de ti pequeño muñequito travieso. 

Sonata II

El sujeto de las ropas cafés lo miraba sin poder explicarse las lágrimas del muchacho, quizás su -mil veces utilizada- técnica estaba fallando por primera vez, quizás todo el tiempo que invirtió en ganarse al muchacho lo había desperdiciado, ese muchacho era un cobarde, alguien atormentado por el sexo. ¿Por qué lloras? -preguntó al muchacho-, éste no supo responder por las lágrimas que le anegaban la garganta, mientras intentaba incorporarse en la cama el sujeto preguntaba -mirando a la pared- si había algo de malo en él, si es que había cometido algún error o si se había equivocado con el jovencito que ahora estaba llorando sobre su cama, ¡pero le había preguntado! y el muchacho le había respondido “no quiero irme a casa, invítame un café” ¡le había halagado! y el muchacho se había sentido especial, querido, único ¿pues qué más quería?… ¡eres un maldito novato en todo esto!, me repugnan tus lágrimas, si no tienes experiencia aprenderás a no engañar a la gente como yo ¡jamás vuelvas a hacerme perder el tiempo de esta manera!. Tirando de uno de los brazos del muchacho volvió a tumbarlo de espaldas sobre la cama ¡no estoy viendo a un muchacho, veo a un niño inocentón con deseos de demonio!, el sujeto se aflojaba el cinturón que sujeta sus pantalones con la mano derecha, con la izquierda aprieta con demasiada fuerza las muñecas del muchacho, éste patalea e intentaba zafarse del agarre. ¡Por favor! no sé de nada, no tengo por qué saberlo, soy virgen, estaba solo, necesitaba que alguien me dijera que me amaba, nada más, por favor déjame ir. La sangre le hirvió al sujeto, aquel muchachito sacaba provecho de su fragilidad ¡le había engañado!, con mayor razón quería destrozarlo. ¿Qué te has creído? -gritó el sujeto mientras rasgaba las ropas del muchacho-, las cosas no son tan simples, no confíes en que te dejaré ir, me has calentado, ya tengo ganas de meter mi verga en tu prieto agujerito.