domingo, 17 de abril de 2011

Sonata II

El sujeto de las ropas cafés lo miraba sin poder explicarse las lágrimas del muchacho, quizás su -mil veces utilizada- técnica estaba fallando por primera vez, quizás todo el tiempo que invirtió en ganarse al muchacho lo había desperdiciado, ese muchacho era un cobarde, alguien atormentado por el sexo. ¿Por qué lloras? -preguntó al muchacho-, éste no supo responder por las lágrimas que le anegaban la garganta, mientras intentaba incorporarse en la cama el sujeto preguntaba -mirando a la pared- si había algo de malo en él, si es que había cometido algún error o si se había equivocado con el jovencito que ahora estaba llorando sobre su cama, ¡pero le había preguntado! y el muchacho le había respondido “no quiero irme a casa, invítame un café” ¡le había halagado! y el muchacho se había sentido especial, querido, único ¿pues qué más quería?… ¡eres un maldito novato en todo esto!, me repugnan tus lágrimas, si no tienes experiencia aprenderás a no engañar a la gente como yo ¡jamás vuelvas a hacerme perder el tiempo de esta manera!. Tirando de uno de los brazos del muchacho volvió a tumbarlo de espaldas sobre la cama ¡no estoy viendo a un muchacho, veo a un niño inocentón con deseos de demonio!, el sujeto se aflojaba el cinturón que sujeta sus pantalones con la mano derecha, con la izquierda aprieta con demasiada fuerza las muñecas del muchacho, éste patalea e intentaba zafarse del agarre. ¡Por favor! no sé de nada, no tengo por qué saberlo, soy virgen, estaba solo, necesitaba que alguien me dijera que me amaba, nada más, por favor déjame ir. La sangre le hirvió al sujeto, aquel muchachito sacaba provecho de su fragilidad ¡le había engañado!, con mayor razón quería destrozarlo. ¿Qué te has creído? -gritó el sujeto mientras rasgaba las ropas del muchacho-, las cosas no son tan simples, no confíes en que te dejaré ir, me has calentado, ya tengo ganas de meter mi verga en tu prieto agujerito.  

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