sábado, 15 de agosto de 2020

Space Rave - Arrojar todo cuanto eran

El libreto de “Space Rave” se escribió entre los meses de septiembre de 2017 y febrero de 2018. Desde que se comencé a escribir el libreto, sabía bien que no deseaba que se presentara en la Feria del Libro de La Serena. La propuesta sigue siendo de lectura dramatizada y música en vivo. Hasta la publicación de este libro, el libreto de “Space Rave” se mantenía inédito, la presentación tampoco se ha realizado. 
***
Libreto: Pía Ahumada.
Compositores/Músicos: Felipe Cortés, Roverto Aguirre, Carlos Wong y Rigoberto Orrego.

*Los recuerdos narrados corresponden a textos de los músicos.

Parte Primera - Especulaciones

[Apenas se apaguen las luces dentro del salón, comenzamos todos riéndonos afuera del mismo. Entramos jugando con burbujas, soplándolas. Nos reímos, nos persiguen, reventamos las burbujas entre el público. Nos sentamos en tensión, sonriendo, eufóricos, respirando fuerte, siempre las manos como garras, el cuello rígido.]

            *Acompañamiento: Texto grabado en bucle (2 o 3 veces)
           
                        Esto, esto fue tu infancia
                        soy un niño
                        soy una niña
                        somos terrestres.
                        Fuimos felices
                        Inocentes.
                        Fuimos infantes
                        Confiados.
                        Los sueños eran nuestros.

[Disposición circular en medio del espacio. Al acabar el texto grabado nos sentamos. Los músicos con los instrumentos, se colocan individualmente de pie, al levantarse, leen un recuerdo de infancia.]

Carlos: «Desde que soy pequeño (desde que tenía cuatro meses para ser exacto) he viajado a Antofagasta durante las vacaciones del verano, pasaba alrededor de un mes en casa de mis abuelos, tía y primos, casi siempre iba a mitad de enero, junto a mi madre, ya que son sus parientes –y los míos también–. Fue, Es y siempre Será una casa llena de mascotas. Allí han existido generaciones de gatos, digo generaciones porque tienen relaciones de parentesco, no todos son extraños. Desde la infancia de mi madre y tíos (tres maternos) han existido gatos. Cuando yo ya tenía conciencia, me gustaba mucho jugar con ellos, también con los perros. Cuando llegaba a Antofagasta no sólo iba a visitar a mis familiares humanos, también a los felinos y caninos. Éramos recibidos con una marraqueta con queso y mantequilla. La mañana recién naciendo, el sol alzándose en ese pasillo largo de tránsito que unía todas las habitaciones del hogar.
El antejardín, mi madre siempre ha conservado una copia de las llaves de la casa: Linares 2380, cerca del hospital, barrio humilde, gente humilde, gente. El Nicolás, el negro, la flaca, la perla, todos salían corriendo luego que mi abuela abriera la puerta. “Hoooola mijito ¿cómo está? tanto tiempo”: sus palabras, ahora tiene 87 años. Está clara la vieja aún, la quiero demasiado, siempre le he dicho Mamá Olga: No es sólo un dicho, es mi otra madre. Los abuelos comparten un cariño excepcional por los nietos. En calidad de nietos, somos aquellos que les permitimos ver la vida de otra manera, una segunda instancia de ser padres, de observar su descendencia.»

Felipe: «Nunca aprendí a nadar. Es fácil para muchos, pero el agua, el sólo contacto con ella, hace que mis pulmones se contraigan temerosos, se cierren y me falte el aire. Inevitablemente me acuerdo de cuando tenía tres, o cuatro años, y acompañaba a mi papá junto a unas primas mayores que yo a un paseo en la playa. Mi papá me dejó a cargo de mis familiares y él se internó en el agua; y es aquí donde todo se pone vívido: recuerdo seguirlo, preocupado de que me dejara solo; entonces las olas rompen contra mí, me vuelcan, me hacen girar vertiginosamente, y todo el mundo se transforma en burbujas, sal y mucha agua entrando por mi boca. Aún hoy siento que me llena, que me lleva y hace que las luces del mundo se apaguen como cuando llega la noche. Pero cuando vuelvo a abrir los ojos, me encuentro en los brazos de un tipo que grita y me levanta entre la gente, preguntando quién es mi responsable. Mis primas levantan la mano, dicen aquí, aquí, y entonces todo vuelve a ser oscuro, como cuando llega la noche, como cuando las olas se rompen contra ti y todo da vueltas, vueltas, vueltas…»

Roverto: «“Está listo”. Llama la voz de mi mamá desde la cocina de nuestra casa nueva. El aroma de la comida dice una sola cosa, arroz arverjado; esta vez las papas fritas que lo acompañan tienen forma de cuadritos. Debo llamar a mis amigos para que vengan a comer también, aunque sean sólo juguetes y peluches. Busco el asiento que tiene mi cuchara preferida y me siento ansioso a esperar que llegue mi almuerzo. La luz del sol atraviesa las cortinas blancas del comedor dejándose ver el vuelo silencioso de los ácaros que se pasean sin importarles nada. La ventana del living muestra el Cerro Grande, las antenas reflejan la luz. Golpean la puerta con ese particular ritmo. Es mi primo mayor y todos parecen haber estado esperándolo. Yo tenía 2 o 3 años, ni siquiera entendía quién era, pero todos se alegraban de verlo ¿por qué no alegrarme yo también? En ese entonces era tan simple entregar cariño, era tan fácil estar contento.»

Rigo: «La noche ha caído sobre la ciudad, puedo darme cuenta porque un amigo acaba de encender la luz. Si no es por él, estaríamos compartiendo en penumbras. Pienso en que no es necesaria la luz para conversar con los amigos, conoces la voz de todos. En el lugar hay una mesa y nadie mira sus latas llenas de cerveza, sólo las sujetan y beben, continúan conversando. Que mañana comienzan las clases, que nuestro último día del verano termina, que algunos de mis amigos se irán lejos, que otros tantos se quedarán otro año aquí. Uno acaba de volver del baño y otro cambia la música.
Un ruido muy leve nos alerta, sabemos que podría comenzar a temblar fuerte. Alguien advierte que el ruido no se genera bajo nuestros pies, sino afuera. Me acerco a la ventana y recojo las cortinas para observar el exterior. El ruido se convierte en un zumbido. Lo único que hacemos es mirar a través de la ventana e intentar ver algo en la noche. Un cerro negro coronado con luces rojas y blancas es lo que destaca a mayor altura, el zumbido se detiene y pasan dos segundos en que la noche se convierte en día, un resplandor intenso e inexplicable. Suelto la cortina y la noche regresa, el zumbido desaparece y la voz de mis amigos comienza a oírse nuevamente.» 

*Música: El viaje de los vivos.

[Al terminar, todos están sentados en su lugar.]

Todos: Nací en la tierra, en un lugar que ya no existe.

Pía: Como si hubiera nacido en marte y no tuviera una nave para regresar a casa y, aunque pudiera volver, no existe el lugar en donde nací.

Rigo: Nací en la tierra, en un lugar oculto entre los cerros silenciosos.

Carlos: No regresaré pues todos se han olvidado de cómo encontrar su hogar…

Roverto: …todas las cosas han desaparecido en los ojos de las personas…

Felipe: …no es posible ver algo olvidado.

Todos: Quise venir aquí porque…

[Aquí va un tema, mientras suena mueven la boca, gesticulando, pero en silencio.]

Todos: Quise venir aquí… (de modo alternado primero, uno tras otro, atropellándose luego, formando un coro de voces no coordinadas, subiendo el volumen de a poco, gritando al final. Diez veces por cada uno, luego quedar en silencio.)

[Se acomodan, dejan de moverse].

Pía: ¿Por qué aunque estemos solos no podemos estar desnudos? Nuestro cuerpo es lo que tenemos, fragmentos heredados de otros, de cientos de otros que existieron antes que yo.

[Ponerse de pie, quitarse una prenda de encima, de modo ceremonioso, soltar al suelo, seguir con la vista clavada en el techo.]

Pía: El universo debe oler como lo que no conocemos. Como vestir a un muchacho que permanece desnudo en el espacio exterior, como vestirlo pasada la medianoche, como no saber quién es.

Felipe: El universo debe sentirse como lo no dicho.

Roverto: Como el amor que recibes de un extraño.

Rigo: Como un beso en medio de la noche, en medio de la tormenta.

Carlos: Como acostarse desnudo y mojado luego de correr bajo una lluvia de verano.

Pía: Cuéntame. Cuéntame lo que eran entonces, lo que ha desaparecido. Cuéntame. Cuéntame que estás ahí, después de todo lo que puede ocultarse entre los recovecos de las estrellas. Cuéntanos que los muchachos continúan corriendo desnudos (fuerte) allá en la tierra. Cuéntanos cómo va todo allá, entre aquello que abandonamos. Cuéntanos. Dime ahora si es en casa que te sentiste feliz, más feliz que ahora, más feliz que nunca. Dime si has encontrado algo aquí que te provoque, que te excite, que te haga sonreír. (Eufórica, de pie) ¡Ríe si es cierto! ¡dime si lo recuerdas!

*Música: Resignación.

[Se levantan y comienzan a caminar en la sala, palpando las paredes; ríen al principio. De a poco caen en la tristeza, caen en cuenta de que el espacio del que disponen es demasiado pequeño. Volvemos a nuestros lugares, abatidos.]

Pía: ¿Recuerdas? ¿te acuerdas? ¿podrías contármelo? Ese momento en que todos supimos que debíamos irnos ¡no en el que decidimos irnos! en que nos montamos en cometas que nos llevarían a nuevos lugares.

Todos: ¿Si me acuerdo? ¿Si recuerdo? ¿Podría contarlo?

Pía: Veíamos televisión, estábamos conectados, posteando en las redes sociales, leyendo en papel virtual. Nos escondíamos debajo de la almohada mientras la noticia circulaba, mientras el valor se escurría y la muerte dejó de tener sentido. Dejamos de temer.

Roverto: Todos dejan el temor a la vez, todos se recuestan perplejos pensando en que deben encontrar su cometa y largarse…

Rigo: …por las noches esperabas ver estrellas fijas en el cielo, parpadeando en la oscuridad…

Carlos: …imaginas ahora cientos de estrellas luminosas abandonar el planeta…

Felipe: …en todas las direcciones, desde cerros y acantilados, desde playas y ciudades.

Pía: Las actividades rutinarias se abandonaron, todos intentaban cambiar, adecuarse al bestial cambio en todos nosotros.

Músicos: ¿Son cobardes? ¿lo fuimos nosotros?

Pía: No sentir culpa, no retar. No podemos hacer nada más que esperar a que tomen sus estrellas y dejen este planeta.

Músicos: Nosotros también.

Todos: (Rumor, susurro en distintos volumen.) ¿Hay prisa?

Pía: En cuanto todos se enteraron, a todos se nos ocurrió que debíamos abandonar todo cuanto éramos; sin cuestionar, sin mirar atrás, sin pensar siquiera si tendríamos éxito.

Carlos: ¿Acaso importa el tiempo si todos terminaran yendo al mismo lugar? ¿quieres abandonar el caos antes de comenzar a disfrutarlo?

Pía: Nadie sobreviviría al desastre, te cuentan que pueden, te cuentan que quieren, pero no es posible. ¡Debemos irnos!

Felipe: Quiero verlo, deseo ver arder todo en lo que creíamos, todo lo que pensábamos era bueno y justo, a niños y ancianos, a todos corriendo, intentando salvar sus vidas.

Pía: Caos. (Pausa) Deja el recuerdo atrás, las imágenes no pueden revivir lo que dejamos; fotografías en cajones.

Roverto: No miramos atrás, no pudimos ver a nadie a los ojos. Abandonar, dejar en la penumbra, dejar en la Tierra.

Pía: No mires a los ojos del anciano, no puedes llevarlo. No veas el recuerdo, tus raíces o a tus ancestros.

Rigo: No mires al niño, no puedes llevarlo. Tienes el recuerdo y te quedas, permaneces, mueres.

Pía: Me queda salir de aquí, me queda la herencia en mi cuerpo, las manos de mi madre y el rostro de mi padre.

[Miramos nuestras manos, las examinamos como si no fueran nuestras. Tocamos cada dedo, acariciamos nuestras manos.]


Parte Segunda - Decisión


[Estamos muy tensos, se ha cortado el ambiente en dos partes contradictorias. Cambia la narración. Se toma una decisión vital, algo que definirá nuestra existencia.]

          *Música: Preguntas sin respuestas.
[Comienza, se detiene. Comienza, se detiene. Comienza, se detiene.]

Todos: (Murmullo) No, no, no.

Pía: ¿Qué estabas haciendo el 2020? El algún cambio de siglo, el reinicio de una generación. La prometida vuelta a cero. Todos olvidaríamos los horrores, la felicidad. Todos volveríamos a ser niños, a ser pequeños amados. Niños en blanco, todo a cero. 

Rigo: ¿A quién dañaste?

Felipe: ¿A quién amaste?

Roverto: ¿A quién dejaste?

Carlos: ¿A quién tomaste?

Pía: Negar el pasado, creer que todo desaparecerá. De modo instantáneo, al segundo. Ahora…

Roverto: Ahora que has decidido irte. Ahora que has decidido negar lo que eres. 

Pía: Mírame y dime que he cambiado, que no deseo lo mismo.

Rigo: Ya decidiste. Te irás, lo decidiste.

Pía: Mírame y no, detente un segundo y sabrás todo.

Felipe: Las razones de mi huida, las razones de mi decisión. Iré más lejos que todos, iré más lejos que nadie.

Pía: ¿Subirás? ¿te irás? ¿a dónde?

Músicos: Subiré. (Pausa.) Me iré. (Pausa.) Al mismo lugar que todos van.

Pía: Nos veremos al despegar.

Felipe: No.

Rigo: Nos veremos después.

Carlos: No.

Roverto: ¿Volveré a ver a alguien?

Todos: No.

[Mientras acontece el diálogo hemos decidido ir al espacio, se construye en nuestra mente una nave.]

Pía: Olvidaste la lengua de tus ancestros, los ojos que ven el rango amplio de la existencia.

Felipe: Olvidaste cómo era la voz de tu madre, de tu abuela, de la primera mujer que parió en esta Tierra.

Carlos: Pensando en otros lugares, en olas que se deshacen en las rocas, en la sangre que se diluye en el agua.

Roverto: En cientos de segundos que han muerto en cada generación, con cada nuevo crío que permanece vivo.

Rigo: Inquietud en todos, dentro de cada uno. Nace una cría y otros cientos deben morir.

Todos: No quiero permanecer aquí.


Parte Tercera - Resolución

Felipe: Quiero decir las últimas palabras que puedo ver en mi cabeza. La frente en alto por quienes no podrán escapar. Los dientes apretados en la frustración de quien escapa y de quien huye, en el mismo segundo.

Carlos: Resolveré mirar al cielo y pensar que todos han llegado a destino, que todos están a salvo, que todos desean lo mismo. Cada estrella que cae estaba destinada a hacerlo, nadie ha muerto ahí arriba.

Rigo: Me queda estar sentado un momento, me quedan las ganas de llorar en la oscuridad. Veo las estrellas caer desde todos lugares en el cielo, cientos, miles y no me quedan deseos por pedir.

Roverto: El caos se abrirá paso en desesperación y mientras cientos de ellos puedan ir al cielo, otros miles mueren en la Tierra, otros millones se queman intentando huir.
 [Vuelta a la atmósfera terrestre]

*Música: Gravedad.

Pía: Era evidente que el diario relataba algo absolutamente irrelevante. Estaba claro que aquellas líneas no tenían consciencia de ser aburridas y nefastas; no podía saber que no era el mejor, no estaba destinado a hacer diferencia alguna, no se recordaría más que como una incómoda anécdota, sin embargo, quien escribía sí estaba muy consciente de todo.
El texto seguía escribiéndose, las letras seguían apareciendo sin muchas interrupciones, el fluir de todo un enmarañado pensamiento que acabaría en algún rincón del espacio, olvidado. Un suspiro llegó a convertirse en vapor antes de llegar a la brillante pantalla, la temperatura era baja todo el tiempo.
Sin cerrar su diario, se levantó. Miró al frente y vio su reflejo difuso por la escasa luz existente, estiró ambos brazos juntando sus manos sobre la cabeza, bostezando perezosamente. Si miraba afuera evitando su reflejo, podía ver todo el espacio existente, una ruta infinita de oscuridad manchada con pintas blancas, amarillas, lejanas estelas de estrellas perdidas.
 
Uno, dos, tres, cuatro.
Respondan por favor, respondan.
Están ahí, respondan.
Hace calor, 37, 38.
Tengo calor.
Por favor respondan, respondan.
42, 43, hace calor.
Veo fuego.

En casa nadie esperaba su regreso, nadie quería saber de un viaje exitoso. Salir del planeta representaba la salvación y todos deseaban vida para sí, aunque fuera yéndose al espacio. Marchándose a buscar una esperanza, confiando en una cápsula con pocas posibilidades de siquiera salir de la atmósfera terrestre; todos sabían que la posibilidad de éxito era baja, a diario las cápsulas estallaban en pleno vuelo dejando tristes espinas de fuego clavadas en el cielo.
La suya no fue la excepción, cientos de problemas en la nave impidieron que encendiera el sistema de propulsión; llegado el momento, apenas logró quedar suspendida, guiada suavemente por la mano cariñosa, casi maternal de la gravedad.

Hace calor.
Tengo calor.
Por favor respondan, respondan.
44.
Veo fuego.
Nadie puede salir, aquí no podremos vivir, nadie podrá jamás salir. 

Nadie escuchó el mensaje y ella se quemó junto a su nave. Había pasado los últimos tres días de su vida orbitando un planeta que no podía identificar como el suyo, nada ahí abajo le recordaba su hogar.

   *Acompañamiento: Bucle grabado del comienzo.


Parte Cuarta - Abandono 

Roverto: Fui, soy y seré la sangre que escurre desde hace mucho, más allá del tiempo en mi propia existencia. Sin fuente que la alimente, sin lugar donde yacer, sin Tierra donde caer.

Pía: No he tenido el privilegio de conservar el recuerdo de mi origen, mi lugar de nacimiento ha sido saqueado, (pausa) destruido, (pausa) enterrado. No podré abrazar jamás el recuerdo que no tengo, no podré anhelar vivencias que me han sido negadas, no puedo sentir por aquellos que perdí pues nunca conversé con nadie sobre la Tierra, jamás escuché de ella, sólo permanece como un nombre en nuestra memoria, ese nombre que no olvidas, ese nombre que perdió su significado.

Carlos: Quisiera decirte que siento amor a pesar de todo, deseo que estés en un lugar cálido, donde seas querido y no sientas tristeza. Te envío un abrazo y espero que salga de este lugar, atraviese el espacio y llegue a ti.

Felipe: Espero que estés vivo para ese entonces, espero que mires un cielo limpio, azul y radiante. Puedo imaginar tus ojos brillantes y tus pupilas pequeñas por la luz del sol, dime que ha quedado algo, dime que el caos no alcanzó a consumir lo poco que quedaba.

Rigo: No todos pudieron irse, no todos escaparon ¿qué sucedió con lo que decidieron quedarse, con los que no pudieron huir?

Todos: Esto sucede a tus pies.

Roverto: Ya nadie mira al cielo, las estrellas están más lejos y los fuegos azules surcan nuestro cielo.

Pía: Ya nada es como recuerdan, agua ha lavado los recuerdos, las aguas rojas inundan los surcos antiguos y las grietas se convierten en venas.

Carlos: Los hielos violetas conservan formas de vida extraña, ajenas a nosotros, animales contra los cuales no podríamos pelear.

Felipe: Entre todo lo desconocido, entre lo que tememos y nos produce pánico, se encuentran los restos de las naves en que llegaron nuestros abuelos, los restos a medio enterrar se alzan como espinas dirigidas al espacio.

Rigo: No tengo más que la palabra “Tierra” y no encuentro el significado en mis recuerdos. Ha de ser una idea, un cuento de los abuelos.

Todos: Esto sucede sobre tu cabeza.

Roverto: ¿Qué era la Tierra?

Pía: ¿Qué son las agujas que emergen del suelo?
 
Carlos: ¿Qué supones que brilla como una estrella azul?

Felipe: ¿Recuerdo algo de lo que oí cuando era un niño?

Rigo: ¿He sido alguna vez feliz?

Todos: Esto sucede detrás de ti.

[Se apagan las luces dentro del salón. Comenzamos a reír.]

            *Música: Cosmos.

[Las luces continúan apagadas. Continuamos riendo terminada la música. Salimos jugando con las burbujas, soplándolas a nuestro paso. Nos reímos, jugamos. Salimos de la sala, el último en salir cierra la puerta.]

Todos: ¡Adiós!

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Nota sobre la edición:

Decidí continuar y trabajar para finalizar con esta idea que comenzó como eso, una idea muy básica sobre lo que queríamos hacer, un modo rústico de llevarlo a buen puerto y escasos recursos.
Me topé con obstáculos extraños desde lugares que no pensé que llegarían; todo el proceso ha durado tres años y valió cada minuto.
Después de esto debemos preocuparnos por la continuidad de este proyecto colaborativo, más allá de los cambios y de la evolución de cada uno, siento que la finalización exitosa de este proyecto generará la curiosidad de quién nos escuche y eso basta.
Hasta este momento, no tenemos un lugar en dónde presentar Space Rave. Comenzaremos a ensayar y luego decidiremos qué hacer. Los encuentros se acompañarán de té y galletas, improvisación y risas, muchos cigarros. Quizás sentiremos miedo antes de presentarnos y quizás continuemos sintiendo miedo cuando todo termine ¿cómo saberlo? esto siempre significa una apuesta.
Es de madrugada, hace frío.           

*Space Rave se presentó en la feria del libro de La Serena durante el verano de 2019. 

martes, 11 de agosto de 2020

Pesimismo


Era evidente que el diario relataba algo absolutamente irrelevante, aquellas palabras no tenían consciencia de ser aburridas o nefastas; no podía saber que no era el mejor momento, no estaba destinado a hacer diferencia alguna, no se recordaría más que como una anécdota insignificante; sin embargo, quien escribía sí estaba muy consciente de aquello. El texto seguía creciendo en expresiones ominosas, se completaban las páginas con terribles palabras impregnadas con dolor. Las letras seguían apareciendo sin muchas interrupciones, el fluir de todo un enmarañado pensamiento que acabaría en algún rincón olvidado del espacio.

Un suspiro llegó a convertirse en vapor antes de llegar a la brillante pantalla azul, la temperatura era muy baja casi todo el tiempo. Envueltas en gruesos guantes, sus manos se deslizaban torpes sobre el teclado; le había costado acostumbrarse a llevar los dedos cubiertos, pero había sufrido más viendo sus manos deformarse por la acción del frío y la ingravidez. Se levantó sin apagar la pantalla, el brillo tenue le recordaba remotamente una ampolleta encendida. Miró al frente y vio su reflejo difuso por la escasa luz, estiró ambos brazos juntando sus manos sobre la cabeza, bostezando y dejando que su cuerpo flotara rígido en el pequeño espacio aislado. Un suspiro de cansancio y el impulso provocado con su pie contra el vidrio le permitió medio giro. La mano sobre el suelo, un dedo que se estira lentamente, el movimiento hizo que volviera a estar ante la pantalla azul y luego frente al vidrio; si miraba directamente, evitando su reflejo, podía ver todo el espacio existente: una ruta infinita de oscuridad manchada con pintas blancas y amarillas, lejanas estelas de astros. Se acercó a la ventana circular, la sensación de que podía tocar el color negro del exterior se disipó cuando sus dedos chocaron contra el vidrio, quitó la mano y acercó el rostro, el vidrio se empañó de inmediato. Acercó nuevamente un dedo al vidrio y dibujó un círculo que intentaba representar a su planeta, a su hogar.  

Uno, dos, tres, cuatro. Respondan por favor, respondan. ¿Están ahí? ¡Están ahí! respondan. Hace calor, 37, 38. Tengo calor. Por favor respondan, respondan. 37, 38, hace calor. Veo fuego. ¡Respondan! ¡Por favor, respondan! 

          En hogar, nadie esperaba que la nave regresara. Nadie esperaba saber de un viaje que alcanzara el perdido paraíso –la Tierra–, pues significaba la certeza de que era posible y muchas más personas querrían salir y muchas más personas morirían intentando llegar. Salir del planeta representaba la salvación y todos deseaban vida para sí, aunque fuera yéndose al espacio, marchándose a buscar una esperanza, confiando en una cápsula con pocas posibilidades de mantener vida en el espacio. Buscando una tierra nueva sobre la cual vivir, buscando un lugar nuevo sobre el cual volver a mirar al cielo sin miedo. Un viaje para quienes sean valientes, un viaje para quienes no teman morir.  Era deber de todos mirar al cielo, cada día. También se había transformado en un deber bajar la vista cuando veían las cápsulas estallar, espinas de fuego azul marcando el cielo, arcos que se difuminaban con las horas junto al pesar de quienes seguían esperando ser testigos de un viaje exitoso.             

Hace calor. Tengo calor. Por favor respondan, respondan. 44. Veo fuego. Nadie puede salir, aquí no podremos vivir, nadie podrá jamás salir. Por favor, por favor. Veo fuego, el espacio se convertirá en la gran tumba del perdido paraíso. Fuego, fuego. Por favor. Fuego. 

        Hay esquirlas brillantes que se precipitan a suelo perforando la atmósfera. Los que observan se quedan esperando la caída de fragmentos quemados de la cápsula, esa espina de fuego perdura durante horas fulminando el cielo.

       Ella dejó de gritar un momento. Dentro de la pequeña nave, ella dejó de pedir ayuda porque entendió que nadie la escuchaba. Las manos se quemaron hasta consumir los huesos de las falanges que antes sostenían uñas. Las lágrimas quedaron suspendidas a su lado por segundos, antes de salir encapsuladas al espacio y quedar vagando a kilómetros de la atmósfera. Las piernas se terminaban en rodillas calcinadas que permanecían fundidas en cenizas, fragmentos oscuros que giraron en torbellinos de fuego, desprendiéndose y ensuciando lo que quedó a la vista. Jamás acabó para ella.

          Nadie escuchó el mensaje y ella acabó por quemarse junto a su nave. Había pasado los últimos tres días de su vida orbitando un planeta que no podía identificar como el suyo, nada ahí abajo le recordaba su hogar. Mientras el fuego desintegraba su cuerpo, los restos encendidos eran guiados por la mano cariñosa, casi maternal de la gravedad.

martes, 4 de agosto de 2020

No importa

La pregunta se mueve en la oscuridad de la habitación, lenta como la brisa veraniega, rodeada de la magia propia que le confiere la imaginación de la cría. La madre es la reina silenciosa en el trono móvil con cuatro ruedas, apuntando siempre en la misma dirección. Su madre es tan silenciosa como las flores del jardín que tanto admira, detenidas en un punto temporal absurdo entre la madrugada y la marchitez permanente; con gotas de rocío sobre el pelo, con las manos agrietadas simulando tallos resecos, las piernas mustias colgando porque se han reducido a delgadas raíces y ya no alcanzan el suelo. Las ventanas –de día o de noche– permanecen abiertas, las cortinas parecen fantasmas guardianes que, además, aconsejan a la madre cuando la cría habla, cuando la cría pregunta: Mamá ¿puedo salir a jugar? Siempre la misma pregunta, siempre la misma respuesta. El trono detenido y las cortinas agitándose para engalanar la respuesta de la madre. Aunque Mamá jamás habla, aunque Mamá jamás mira a otro lugar, levanta un dedo de su mano y lo mantiene rígido, ese único dedo apuntando al exterior; el gesto no puede significar más que el permiso para salir. La cría se detiene a observar ese dedo huesudo que le brinda autorización para ir a jugar.     

Recuerda bien sus propios sueños y los que tiene para su madre. Sabe que Mamá no puede levantarse, sabe que Mamá no puede hablar. De pequeña imaginaba que su madre conversaba con las flores del jardín y por eso no tenía tiempo para hacerlo con ella. De pequeña también creía que su madre era la reina y por eso no podía dejar su hermoso carruaje de cuatro ruedas –dos grandes y dos pequeñas–. ¡La Reina Madre sólo levanta un dedo de su mano para dar un permiso! Su madre continúa sobre su trono quieto; no se mueve, no duerme. Una mujer mayor –mucho mayor que su madre– se encarga de todo: de la cría que no es pequeña y de la madre que es muy vieja. No podía saber si su madre estaba enferma o loca, si su madre no podía hablar o había escogido guardar silencio, si había sido víctima o parte de algún hecho terrible: se le habían acabado las explicaciones, se habían agotado las ganas de preguntar esperando una respuesta que jamás llegó en su infancia y tampoco llegaría en su adolescencia. Ella sale cuando el dedo de su madre se levanta y apunta hacia la ventana. Las cortinas no se han movido aunque la pregunta sigue palpitando entre ella y su madre: Mamá ¿puedo salir? Comienza a perder la paciencia y es que, con los años, la respuesta de su madre se ha hecho demasiado lenta. La decisión de no esperar la respuesta de su madre, coincide con el gesto replicado a diario. El dedo tembloroso que baja inmediatamente y vuelve a levantarse apenas, una señal intermitente de que puede salir, una señal de que su madre la escucha y le brinda permiso.    

Sabía que su madre no le hablaría, su madre no respondería más que con su dedo apenas levantado. Se había cansado de preguntar y perder el tiempo hablándole a una inútil enferma, su madre no la entendía, simplemente comunicaba un vago “sí” con un reflejo involuntario a su presencia, ya estaba cansada de todo. En medio de la rabia y un monólogo inútil interpretado por su mente, pensó que todo era una situación extraña, un mal cuento en el que su madre era un mal personaje. Madre en carruaje de cuatro ruedas, inmóvil y con los ojos abiertos todo el día y la noche, los años. Madre mirando al jardín y su pelo no crece y su cuerpo no se mueve y su dedo levantado cuando ella preguntaba si podía salir. Madre viviendo en silencio, Madre sobre un trono, Madre una reina, Madre con una hija que podía ser una princesa del reino silencioso, madre y trono y su hija. Silencio. Abrió ambos brazos e intentó rodear el torso de su madre por completo, no recordaba la última vez que había abrazado a su Madre, quizás no lo había hecho jamás.

Aunque sabía que la única respuesta de su madre sería el dedo indicando el exterior, ya fuera por respuesta o ausencia, aun así le pareció necesario preguntar: ¿Puedo irme de esta casa? Detrás de su madre, la mujer que cuidaba de ambas detuvo sus labores y se levantó. Caminó lento y arrastrando los pies, se detuvo muy cerca de ella –tan cerca que podía escuchar su respiración profunda–, tomó su mano y la jaló en dirección a un sillón cercano. Tenemos que hablar –sentenció la mujer y parecía que jamás la había visto de cerca pues no había notado los labios carnosos, la frente estriada, los ojos oscuros y una boca gris resguardando dientes cobrizos–. La mujer lamió sus labios antes de continuar, sobándose el envés de una mano con los dedos de la otra. «Yo cuido de ti, no de tu madre; jamás fue necesario que cuidara de ella.» Al terminar, la mujer se levantó y alzó la mano tan alto como se lo permitía su cuerpo ancho, imprimió fuerza al retroceso y la palma abierta fue a quedar justo en medio de la espalda de su madre.
Madre Reina silenciosa, de su trono cae sobre el suelo y los brazos van a dar lejos, las piernas continúan pegadas a la silla y el torso se agrieta luego de emitir un sonido hueco, dejando libre una cabeza que lleva pegada una peluca. El vestido queda enganchado a un lado de la silla y es mecido por el viento, soltando polvo en cada vaivén. Los miembros descoyuntados, impregnados de serrín, parece que hierve cada trozo cuando las termitas escapan en tropel.


Le había tomado cerca de un mes volver a recrear cada miembro, poco le sirvieron las piezas a medio devorar por las termitas. Otro tanto en armarla como estaba, vestirla, tejer una peluca y descubrir el mecanismo para levantar su mano. “Madre ¿puedo salir?” –continuaba haciendo la misma pregunta–. La respuesta se tardaba un poco en hacerse visible, tirando de un cordel atado a una columna de metal, dentro de un brazo de madera, anudado –desde el interior– a un dedo huesudo que ahora se veía más saludable. Le gustaba abrazarla mientras mantenía el dedo indicando al exterior, no podía imaginar un nuevo día sin el perfecto gesto de la Madre Reina Silenciosa en su carruaje.