martes, 11 de agosto de 2020

Pesimismo


Era evidente que el diario relataba algo absolutamente irrelevante, aquellas palabras no tenían consciencia de ser aburridas o nefastas; no podía saber que no era el mejor momento, no estaba destinado a hacer diferencia alguna, no se recordaría más que como una anécdota insignificante; sin embargo, quien escribía sí estaba muy consciente de aquello. El texto seguía creciendo en expresiones ominosas, se completaban las páginas con terribles palabras impregnadas con dolor. Las letras seguían apareciendo sin muchas interrupciones, el fluir de todo un enmarañado pensamiento que acabaría en algún rincón olvidado del espacio.

Un suspiro llegó a convertirse en vapor antes de llegar a la brillante pantalla azul, la temperatura era muy baja casi todo el tiempo. Envueltas en gruesos guantes, sus manos se deslizaban torpes sobre el teclado; le había costado acostumbrarse a llevar los dedos cubiertos, pero había sufrido más viendo sus manos deformarse por la acción del frío y la ingravidez. Se levantó sin apagar la pantalla, el brillo tenue le recordaba remotamente una ampolleta encendida. Miró al frente y vio su reflejo difuso por la escasa luz, estiró ambos brazos juntando sus manos sobre la cabeza, bostezando y dejando que su cuerpo flotara rígido en el pequeño espacio aislado. Un suspiro de cansancio y el impulso provocado con su pie contra el vidrio le permitió medio giro. La mano sobre el suelo, un dedo que se estira lentamente, el movimiento hizo que volviera a estar ante la pantalla azul y luego frente al vidrio; si miraba directamente, evitando su reflejo, podía ver todo el espacio existente: una ruta infinita de oscuridad manchada con pintas blancas y amarillas, lejanas estelas de astros. Se acercó a la ventana circular, la sensación de que podía tocar el color negro del exterior se disipó cuando sus dedos chocaron contra el vidrio, quitó la mano y acercó el rostro, el vidrio se empañó de inmediato. Acercó nuevamente un dedo al vidrio y dibujó un círculo que intentaba representar a su planeta, a su hogar.  

Uno, dos, tres, cuatro. Respondan por favor, respondan. ¿Están ahí? ¡Están ahí! respondan. Hace calor, 37, 38. Tengo calor. Por favor respondan, respondan. 37, 38, hace calor. Veo fuego. ¡Respondan! ¡Por favor, respondan! 

          En hogar, nadie esperaba que la nave regresara. Nadie esperaba saber de un viaje que alcanzara el perdido paraíso –la Tierra–, pues significaba la certeza de que era posible y muchas más personas querrían salir y muchas más personas morirían intentando llegar. Salir del planeta representaba la salvación y todos deseaban vida para sí, aunque fuera yéndose al espacio, marchándose a buscar una esperanza, confiando en una cápsula con pocas posibilidades de mantener vida en el espacio. Buscando una tierra nueva sobre la cual vivir, buscando un lugar nuevo sobre el cual volver a mirar al cielo sin miedo. Un viaje para quienes sean valientes, un viaje para quienes no teman morir.  Era deber de todos mirar al cielo, cada día. También se había transformado en un deber bajar la vista cuando veían las cápsulas estallar, espinas de fuego azul marcando el cielo, arcos que se difuminaban con las horas junto al pesar de quienes seguían esperando ser testigos de un viaje exitoso.             

Hace calor. Tengo calor. Por favor respondan, respondan. 44. Veo fuego. Nadie puede salir, aquí no podremos vivir, nadie podrá jamás salir. Por favor, por favor. Veo fuego, el espacio se convertirá en la gran tumba del perdido paraíso. Fuego, fuego. Por favor. Fuego. 

        Hay esquirlas brillantes que se precipitan a suelo perforando la atmósfera. Los que observan se quedan esperando la caída de fragmentos quemados de la cápsula, esa espina de fuego perdura durante horas fulminando el cielo.

       Ella dejó de gritar un momento. Dentro de la pequeña nave, ella dejó de pedir ayuda porque entendió que nadie la escuchaba. Las manos se quemaron hasta consumir los huesos de las falanges que antes sostenían uñas. Las lágrimas quedaron suspendidas a su lado por segundos, antes de salir encapsuladas al espacio y quedar vagando a kilómetros de la atmósfera. Las piernas se terminaban en rodillas calcinadas que permanecían fundidas en cenizas, fragmentos oscuros que giraron en torbellinos de fuego, desprendiéndose y ensuciando lo que quedó a la vista. Jamás acabó para ella.

          Nadie escuchó el mensaje y ella acabó por quemarse junto a su nave. Había pasado los últimos tres días de su vida orbitando un planeta que no podía identificar como el suyo, nada ahí abajo le recordaba su hogar. Mientras el fuego desintegraba su cuerpo, los restos encendidos eran guiados por la mano cariñosa, casi maternal de la gravedad.

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