lunes, 21 de febrero de 2011

Cinderella Express

La máquina pedía quince mil pesos por un envase que contenía a una pequeña princesa de cuentos, la máquina aceptaba sólo billetes y la podías encontrar en los dos principales edificios de NALA Corp. así las personas comunes casi no tenían acceso a este curioso invento. La máquina tenía una panel frontal, allí podías escoger el cuerpo de tu princesa favorita, optar por las ropas que más te gustaran, el tipo y color del cabello, además de otros detalles que hacían de tu princesa un princesa especial. Al introducir el dinero y seleccionar las opciones más apetecibles, la máquina comenzaba a armar a tu princesa, en cinco minutos un huevo dorado era depositado lentamente sobre la plataforma de entrega. Al llegar a casa es recomendable desnudarse para recibir a tu nueva princesa, no querrás perder el tiempo mientras ella busca nerviosamente tu miembro. Tu princesa medirá aproximadamente quince centímetros, lo necesario para adherirse a tu pene erecto y masturbarlo entre su ropa reluciente, su pequeña boca maquillada de carmín te obsequiará el éxtasis ¿aún no las has probado?.

Sorpresas en la oscuridad del callejón

I.– El cabello negro que se sostenía con algunas horquillas acaba de caer sobre mi frente y es que la lluvia lo ha empapado, el peso lo ha precipitado sobre mi rostro que comienza a perder el color que le brinda algo de maquillaje aplicado sobre mi rostro en algunos minutos cada mañana de cada día. Las pequeñas gotas de lluvia sobre el pavimento se convierten en espejos y puedo ver mis débiles rodillas juntarse por el frío que comienza a recorrer mi cuerpo a medida que la lluvia moja mi ropa. Mi falda, aunque larga, no logra cobijar mis piernas, la camisa que hace algunas horas no dejaba ver ni un centímetro de mi torso ahora expone y acentúa las curvas de mis pechos que se levantan y endurecen, se defienden del frío aún estando empapados. Mis zapatos de tacón ancho se han arruinado con el agua que corre calle abajo, el barro se cuela entre mis dedos, es incómodo caminar. Sobre la acera hay poca gente, cada una preocupada de sus asuntos, algunos llevan paraguas, envidio al sujeto que me mira desde lejos, parece estar caliente metido en esa chaqueta tan gruesa, botas negras, pantalón de cuero y sombrero. La seña que me hace con la mano izquierda es un poco ambigua, no estoy segura si me llama o intenta coger algo que no alcanzo a ver; de todos modos decido ir a hacerle compañía, no estoy con ganas de seguir mojándome bajo esta lluvia que no parece tener ganas de irse.

II.–  El cielo escupe sobre la ciudad, maldigo la ciudad. Un instinto un tanto extraño me previno de la lluvia, los pantalones y toda la ropa que escogí ese día eran para protegerme de una lluvia que nadie más vio venir. Las botas me incomodan, los pies que tengo no me permiten caminar demasiado sin cojear de tanto en tanto. La chaqueta no es de mi talla, quizás algo más grande de lo que debería, estaba allí encima y no tuve problema en llevarla conmigo. Los pantalones que llevo son difíciles de conseguir, quizás un remate o alguna venta de ropa usada. El sombrero es un detalle para cubrir un poco mi rostro de las miradas impertinentes. Comienzo a sentir en los pies un pulso que incrementa mi sensación de malestar, debo detenerme a riesgo de empaparme bajo la lluvia que no parece tener ganas de irse. Una mujer delgada se ve un poco molesta por el frío, quizás una aspirante a monja que ha olvidado cubrirse adecuadamente, sus pechos se ven a través de su blusa, sus piernas tiemblan, sus manos se mueven alrededor de su cuerpo, se frota intentando obtener un poco de calor. Hago un gesto débil con mi mano izquierda, ella quizás no lo notó bien; lo repito y ella comienza a acercarse lento, ella duda de mis intenciones, quizás le da un poco de miedo mi apariencia o está entusiasmada por la esperanza de que le facilite mi chaqueta ¿y dejar de mirarle los pechos? ¡ja!, ilusa.

III.– La mujer tropieza a centímetros del hombre de chaqueta gruesa, ella cae y él la sostiene, ambos sienten que deben alejarse un poco de borde de la acera, y acaban en un callejón oscuro que los protege de la lluvia. La mujer comienza a buscar urgentemente la entrepierna del hombre y, a pesar de sus hábiles manos, no la encuentra.
    –No eres un hombre ¿cierto?
    –No eres una novicia ¿cierto?
    –Te invito un café

jueves, 10 de febrero de 2011

La nana de la cebolla

Duerme, duerme cebollita, que tu madre trabaja en la tierra mi cebollita -canta la mujer-. La niña pestañea pesadamente mientras su madre canta la nana de la cebolla, cada palabra que sigue de la canción la pronuncia en un tono más bajo, la niña se queda dormida pues el día ha sido extenuante, la madre sale silenciosamente de la habitación y le desea felices sueños a su pequeña princesa. La mujer va a la cocina, enciende la luz y dedica un minuto de su tiempo anudando el delatal rojo que adora. La cocina es un lugar agradable, limpio, ordenado; las cosas que ella necesita siempre están al alcance de sus delicados dedos blancos, cada elemento de la cocina y los cuchillos de filo brillante a la luz de la ampolleta en el centro del techo de la habitación. La mujer abre el refrigerador y saca rapidamente un contenedor de vidrio en que se retuerce un ser rosado. Ella observa fascinada porque el ingrediente es difícil de obtener fresco, jamás había visto uno vivo ¡qué maravilloso ingrediente! ¡que extraño!. La mujer hace un esfuerzo para dejar de mirar el raro ingrediente, comienza a  preparar cuidadosamente los implementos que utilizará, las ollas con agua caliente, los cuchillos tibios, los manteles blancos para secarlo en cuanto la cocción acabe y muera -ese momento tenso en el cual el sabor se fija en el diminuto cuerpo, el momento preciso para que el mejor sabor del mundo quede impregnado en cada trocito de ese exquisito manjar-.
Según la receta el primer paso es sostener cuidadosamente el ingrediente con los dedos índice y pulgar sobre una tabla de madera completamente seca, al tiempo con el dedo índice de la otra mano se masajea sobre la bifurcación inferior hasta que salga un líquido blanco -un líquido que provoca un amargor en el ingrediente si que se queda dentro de éste-. El segundo paso consiste en sacar la piel del ingrediente, se debe poner especial atención a los pliegues pues un movimiento brusco puede desprender una parte importante del cuerpo y significaría perder totalmente el sabor -¡todo un desperdicio!-. Un tercer paso consiste en sumergir el cuerpo en agua caliente, a baño maría, hasta que el líquido rojo que sale del cuerpo deje de teñir el agua.
Es un reconocido afrodisiaco, además del más exquisito ingrediente sobre la tierra, pero es conocido el hecho de que los hombrecillos escasean, quizás en unos cuantos años más, cuando su pequeña princesa cebolla crezca, todos ya se hayan extinguido. ¡Bon Appétit!.