lunes, 10 de noviembre de 2014

OverBoy



Camino, le temo, siempre está en la plaza, divirtiéndose. Lo dejan salir, camina todo el día, se divierte. Está sentado en un columpio, se divierte; eso parece, sonríe. Camina, va de un lado a otro, jamás sale de ahí, no sé dónde vive, de la mañana a la noche. Cuando debo ir al parque, me siento lejos de él; frecuentemente se divierte del lado este del parque, yo le evito porque me produce miedo, pienso que se lanzará contra mí y me golpeará, comenzará a gritar y saldrá corriendo… o se quedará mirando, pensando que quiere acercarse.
Llevo una jardinera blanca que cubre la mitad de mis muslos, también llevo una polera corta; el verano ha sido especialmente caliente este año. Salgo de casa feliz, acepto una invitación a dar un paseo, una caminata por los frescos caminos cercados de árboles a las afueras de la ciudad. Me invitan, incluye un modesto pasaje y algunas cosillas para comer y beber. Pienso en la ropa adecuada, pienso en las zapatillas y el sombrero. Sonrío al recordar la conversación por teléfono, la invitación, imagino el rostro del que me espera. Salgo de casa distraída, bajo unas cuadras hasta el parque, ahí se encuentra el paradero, agradable sombra y asientos que puedo ocupar mientras espero. En mi cabeza no cabe más que la ansiedad, advierto tarde que el chico de la plaza está acercándose. Se detiene frente a mí, me mira, yo no quiero mirarlo. No vengas, si me golpeas no sabré qué hacer. Pienso que si me siento unos metros más allá no me seguirá, escojo un lugar en el pasto, uno que también es fresco, bajo un árbol lleno de hojas verde claro y flores blancas, camino rápido hasta allí y me siento. Espero un momento, no quiero mirarlo, quizás piense que le estoy invitando a sentarse junto a mí. Escucho “cariño”, el chico está tirado de panza en el pasto, a mi lado, acostado con los brazos cruzados bajo su rostro, de cara al pasto. Cariño, eso quiere; decido tocarlo, acerco mi mano con cuidado, le acaricio suavemente, aún siento miedo. Tendrá unos quince años, es delgado, todo el día se divierte en el parque, camina, juega, siempre está solo. “Cariño” vuelve a pedir, le toco una y otra vez, colocando mi mano abierta en el centro de su cabeza rapada, girándola de lado a lado, intentando hacerlo suave en todo momento; gime, me cuesta descubrir que no es mi caricia lo que le da placer. Se levanta, me invita a ir con él, no quiero levantarme, niego sin decir palabra. Me toma la mano y tira de mí, le digo que debo irme, que tengo una cita. De vuelta grita que no le interesa, grita y sigue caminando, juega en un columpio. Me ocupo de seguir pensando en mi cita, siento que me mira desde lejos. Regresa caminando a mi lado, se acuesta en el pasto igual que hace un rato. Toca mi pierna, guía mi mano a su cabeza. Tiene el pelo limpio. Lo acaricio como se hace con los animales, levanta el culo y se frota contra el pasto, gime. Toca mi pierna y la siente como suya, la aprieta, sigue pidiendo cariño. Siguen saliendo sonidos de su boca apenas abierta, creo que eyacula en sus pantalones cortos, sobre el pasto frío, contra la idea de que es un chico retrasado. Siempre se divierte, me río nerviosa, siento un irrefrenable deseo de fumar. “Cariño, cariño”. Se levanta adormilado, veo manchado su pantalón corto de adolescente enfermo. No se toca, no se sacude, decide irse. Miro mi mano, miro la mano con que acaricié su cabeza. Miro detrás de mí, el chico se divierte en un columpio como hace un rato. ¿De verdad eyaculó? también me tocó la pierna, la apretaba mientras gemía, se frotaba contra el pasto. Decidí levantarme, hice parar la primera micro que pasó aunque no me levaría a mi destino. 

[Publicado en Revista Escarnio N°46]

domingo, 2 de noviembre de 2014

Cuentos que no quieres escuchar / Mitos subliterarios II



2.- La negra

            La negra fue un “souvenir” traído desde un país en el cual todos los artistas querrían vivir, una isla preciosa del otro lado del ecuador: curas contra el cáncer, caracolas multicolores, cines con aplausos de los asistentes, automóviles que ya no se fabrican o eso dicen. Ella era “la negra” aunque su exquisita piel no era del todo ébano, sólo una cuarta parte negra como la noche en bosques sin claros. Su cabello difícil de peinar siempre iba amarrado en una coleta alta. Colores brillantes como su tierra de origen le adornaban la piel, bastante se veía y siempre estaba quejándose del frío. Aquí se la miraba como un lindo objeto decorativo; todos lo tocan, algunos pagan el precio por llevarlo a casa, algunos otros sólo se embelezan probando hasta que se dicen a sí mismos “ya basta”. Los encantos de la negra eran apreciados en todos los círculos: pintores, escritores, cantantes, exhibicionistas, encantadores de serpientes. Se te iba la vista en su trasero redondo, duro, levantado, tanto como sus tetas de descendiente afroamericano. Te preguntabas porqué su trasero era más interesante que toda la fauna nativa de la cuarta región, hombre y mujeres, a todos se les iba la mirada.
No tardaron ellas, las aburridas y planas nativas, en darse cuenta de la inocencia de aquella mujer; no hablemos de envidia, esto era maldad, jodida maldad de país frío e infeliz en el fin del mundo. Un bar, dos noches fuera, meneos exquisitos. Siguen mirándola como un bicho extraño salido del abismo, uno que parecía sirena de labios carnosos. Una semana fuera, una noche de bebidas en un bar cercano a la playa, lo último que escuchó antes de que ellas se perdieran rumbo a casa “nos vemos, pagas tú”. Nunca se acostumbró, en su país jamás la dejaron pagando el consumo de tres personas a lo largo de toda una noche; quizás lavó platos para salir bien parada del ingrato regalo de las nativas. La tristeza la veías en sus ojos, ella quería a sus amigos, a su gente, su familia, su vida de vuelta.
No supimos cuándo, sólo pasó. De repente ya no sonreía como antes, ya no se contoneaba con frescura, sus manos pasaron de cálidas caricias a fríos manotazos a una botella con ron medio vacía. Resfríos frecuentes, problemas al pegar caladas del cigarro Popular, tos, la vimos vomitar algunas veces con la fría brisa marina del puerto. La enfermedad llegó rápido, y tan rápido como la descubrieron, se la llevó. Era común en ella desaparecer un par de semanas al estar sana; ahora enferma y sin darle tiempo a la recuperación, pasó meses metida en una habitación junto al guatón, un hombre simpático y “querendón”, que la trajo desde su isla. Se tardó mucho en saber qué enfermedad le tenía destrozado el cuerpo, apenas si podía respirar sin que un silbido se escuchara desde el fondo de sus entrañas.
No estaban los que le miraban el culo, ni las tetas, ni los que metieron sus manos en su vida. Se preguntaba si su madre se acordaría de ella, se preguntaba si su hermano miraría al mar como lo hacían de niños. Sentía que todo su ser se desvanecía entre las sábanas, sentía que empequeñecía a cada semana que pasaba, se miraba las manos a contraluz y no las reconocía como propias; tampoco supo reconocer que llevaba un embarazo no previsto, el chiquillo también portaba la enfermedad. Sidario, sidario, sidario, me dijeron que terminó allí, muriendo lento, más sola que jamás en la vida, a miles de kilómetros de su país, a un continente entero del sabor dulcillo del aire de su isla. La brisa que entró por la ventana le recordó el calor del Atlántico. 

[Publicado en Revista Escarnio N°45]

Colectivo del perrerío

Me han golpeado con perros muertos 
Soy el temeroso cáncer arrinconado 
                                   por el radio-zurdo

Tengo miedo ciervos-monstruos 
Padezco del síndrome literario 
Y he muerto cien veces 
en el corto lapso de dos semanas. 

                                                     Cesare D´amico

Me dictaba y dictaba la cabeza, sentía miedo de confrontar el odio de todos, de los que conocí y abusaron, de los que desconozco y temo. Quizás debimos dejar que pasaran sobre nosotros, ahora no seríamos culpables de la censura (la que las víctimas procuraron para sí). Supongo que pudimos publicar sin erratas y con lujos aquella carta que guardó el jodido anciano; debimos dejarla ahí, olvidada. Debí cuidar mi salud mental durmiendo más, preocupándome menos; no olvidar que si enfermo, el mástil se va a pique, desaparece lo que queda del madero podrido. Podría decir “jódanse”, lo haré mil veces, en mi cabeza, mientras fumo rogando porque no se acerquen. El desprecio, todo ese odio, la memoria del hastío en sus rostros tensos. Hasta el que ayudamos, todos perdidos en la circunvolución de un gusanillo de mezcal. Siento que el cansancio cobrará algo de mí, siento que caeré con miedo, aterrorizada por lo que supongo e intuyo como real. Me miran como si necesitara alivio, como si pudieran desear para mí algo, algo sin cobrármelo. Seguiremos siendo imbéciles, todos, porque nacimos pensando que éramos libres por pretender ser artistas, por pasarnos la vida pensando que hacíamos algo; me incluyo, peco de estupidez, cometo errores y dejo que abusen porque creí que había algo en mis manos, ahora me golpean con perros muertos, los mismos perros que creí mis pares.

[13/febrero - Publicado en Revista Escarnio N°43]

Soy de la vieja escuela



Viendo, curioseando y leyendo, en esta versión de la feria del libro de La Serena, me di cuenta de que coexisten dos tipos de revistas “caseras” en la ciudad; la tradicional revista literaria- cultural-underground del “pegotín” (aquellas revistas en que se toman textos, según las lecturas de los editores, se seleccionan y publican haciendo un documento que rescata a escritores poco conocidos y autores locales) y las que hacen un trabajo editorial completo (las revistas contienen secciones fijas, escritos recientes, artículos, se proclama una idea y se mantiene). Menciono a las revistas –en circulación ̶  “Musaraña” (90´), “Escarnio” (2009) y “Cíclope” (2012) como seguidoras de la tradición que comienza y se mantiene con “Añañuca” (80´); con esta mención, debo aclarar que desconozco si existen otras revistas “tradicionales” en circulación, mis disculpas a los otros u otras que publican y no serán mencionados por ignorancia. Debo también aclarar y caracterizar a estas publicaciones “literarias-culturales-underground”: tiradas de 10 a 150 ejemplares por número, preferencia del texto por sobre el diseño, publicación frecuente de los autores preferidos por los editores, no tienen como objetivo publicar para hacer de esto un asunto rentable (casi todos los ejemplares se regalan). Las primeras tiene como Musa estrella a la Literatura (ya sea poesía, cuento o novela), la otra apuesta por el artículo. Una se sostiene en el tiempo, constante, /estoica/, con uno o dos editores intentando mantener con vida la revista; la otra desaparece y se materializa intermitente a través de los años, con distintos nombres y bajo desiguales orígenes (universidades, grupos, colectivos). Para quien no sepa sobre las revistas literarias de la “vieja escuela” (y con razón, pues sólo las puedes conseguir con sus editores), se trata de escritores locales que utilizan sus revistas para publicar sus propios textos y los de otros (siempre y cuando sean de su preferencia) cada una de las mencionadas arriba tiene una carácter particular (reflejo, creo, de sus editores) que las hace necesarias y únicas –teniendo en cuenta que todas tienen características y origen común ̶ . Añañuca (cuyo único miembro activo y en funciones literarias es Samuel Núñez) con 249 ediciones, mezcla artículos “prestados” desde periódicos y revistas antiguas, poesía local de los 70´ y 80´, arte, música, ilustrado con dibujos propios del autor. Musaraña (representada por el poeta Shakti Kundalini seudónimo de Gonzalo Hernández), con 133 ediciones, publica principalmente poesía chilena, escritores malditos, autores jóvenes de la ciudad, ediciones especiales producto de eventos literarios varios, ilustrado por imágenes tomadas de internet y fotografías de los autores publicados. Escarnio (a cargo de Daniel Cortés y Pía Ahumada) con 43 ediciones, publicando textos de autores consagrados y locales, enfocada principalmente a la literatura equilibrando entre poesía y narrativa, ilustrando con juegos de imágenes de fotógrafos, pintores, artistas visuales. Cíclope (editada por Fernando Vargas) con 12 números, pretendiendo ser una revista delictual –así proclama la portada ̶, publicando revistas con temática azarosa y con marcada preocupación en la diagramación, además de la constante y curiosa aparición de textos del editor y de su “doble” (él mismo) bajo distintos nombres, ilustrada con imágenes también al azar. Durante el tiempo que llevan apareciendo estas revistas, pocos cambios han mellado su estilo; es necesario mencionar que recientemente aparecen las hojas de color en las portadas, imágenes también a color (copias impresas), cambios en el formato e innovaciones en la encuadernación. En un plano personal, he conocido bastantes revistas caseras en los años que llevo perteneciendo al mundillo editorial serenense, menciono estas revistas porque conozco desde cerca a los responsables y la historia de cada una, puedo decir con seguridad que pertenezco a la camada de la “vieja escuela” y recién ahora, en febrero del 2014, me doy cuenta de ello; con esto no pretendo que nos vean como revistas “hermanas”, indiferenciadas y desconectadas con las nuevas publicaciones, simplemente pretendo que asimilen el valor de cada una, conozcan a sus responsables y vean como significativo el aporte que realizan a la comunidad serenense (que por una parte ignora olímpicamente a sus autores locales y por otra pretende que La Serena sea una ciudad cultural –¡ja!).             
(Editorial Revista Escarnio Nº43)

Busco la lluvia



Me detengo embobado un instante, veo la lluvia; ínfimo momento levantando la cabeza, viendo el cielo arremolinarse sobre todo. Como recuerdo borroso la fusta del relámpago. La luna desaparecida y encontrada tras la nube de ira. Soy el animal tembloroso que huye. Pasan corriendo otros escapando del trueno, la inquietante desgracia del miedo estrellado, dentro de mí, dentro de otros. Pienso alcanzar mi pie a través de mi pierna, la estricta delgadez del rayo cruzando mis huesos, pánico. Puede ser agua turbia lo que corre hasta el suelo, creo en mi sangre cobarde. El relámpago dibuja líneas de luz en mi ojo, soy el que retrocede y golpea, el que marca en la sien cada grado de discordia. Todos corren ¡animal! Por el agua, por la inesperada lluvia de horror en el cenit de la ciudad. Veo mis brazos acabar en manos y arde cada gota, el susurro, el grito, lo que cae y resbala. El miedo, terror, la lluvia, luna, gotas de relámpago, truenos de oleada parecida al mar. Correr, escapar, huir del lago y la bahía. Cruzo nervioso el portal, me parecen impropias las miradas que recibo. Dos pasos o más, de regreso, empapado, mugriento y temeroso. Alfombra, zapatos, la ventana  abierta, miro avergonzado al suelo, soy un niño regañado sorprendido en medio del éxtasis. Temo al sonido de la cólera del cielo, tengo en mis ojos la marca del temor, junto a mi nariz y sobre mis mejillas. Cada imagen, una duda, la discordia. La cama, sábanas impecables, una llamada. La ducha, el baño brillante; resplandor que recuerda el destello de la calle en tormenta. Desnudo, desnudo escapé del terror y desnudo esperaré a que amaine, una prenda tras otras, lento o rápido, no lo sé. Me acurruco en la tina, el piso frío impide el inmediato contacto con el fondo. La ducha, la lluvia personal en un ambiente controlado, como bajo un foco de luz en la calle, en la tormenta, lluvia, un poco de lluvia. El miedo sigue y me deja dentro de la boca sangre. No se oyen los truenos. Golpeo el borde de la tina, mis manos tiemblan y no reconozco el dolor, no evitar, no propagar, no detener. Soy el maldito sonido del trueno, de la luna invisible, del agua venenosa, soy el aullido del viento.

[Publicado en Revista Añañuca]