sábado, 24 de abril de 2010

Justificando un poco el mal del mundo.

¡Número 65!. Una señorita detrás del mesón levanta la vista para atender al número 65, se sorprende pues “la clienta” parece una copia exacta de ella. Tratando de mantener una postura indiferente, pestañea un par de veces antes de seguir con su trabajo. Se escucha una pregunta en tono bajo -¿nombre?-. La señorita encargada de anotar los datos empuña ambas manos al escuchar el nombre de esa desconocida, la mira sin entender cómo puede existir una persona igual a ella, idéntica hasta el último detalle y para rematar la escena, la desconocida afirma poseer también su nombre. La mujer relaja sus músculos e intenta convencerse de que todo aquello es solo una desagradable coincidencia. La siguiente pregunta aclarará el asunto -piensa la mujer-, es imposible que aquella desconocida nombre siquiera la calle en dónde se encuentra su casa. Al terminar de escuchar la respuesta, la mujer se levanta de su asiento, su rostro está enrojecido, la rabia se apodera de sus ojos azules, los nudillos pierden su color por la fuerza con que apreta sus manos. Se escuchaban frases entre los jadeos furioso de la mujer ¿qué quieres? ¿cómo sabes en dónde vivo? ¿qué quieres?. Algunas personas se inquietan por el comportamiento de la mujer, pero nadie desea entrometerse. Es mi cuerpo, mi nombre, mi casa. “La clienta” introduce su mano lentamente en el bolso rosa que lleva colgado en el hombro, en pocos segundos se puede ver un arma relucir con la luz natural proveniente de las ventanas de vidrios transparentes. La mujer que gritaba se siente amenazada por el arma, ahora está de rodillas en el suelo suplicando. “La clienta” apunta con el arma la cabeza de la mujer arrodillada, sonríe, ya nada de eso es tuyo cariñito. El sonido del disparo quedó en la memoria de las personas que presenciaron el encuentro de dos personas idénticas. La supervivencia del más apto, eso dicen por ahí.

sábado, 17 de abril de 2010

Un presente con "c", es ese "precente" totalmente predecible.

Se me perdió una maleta con unos poemas y algunas
otras cosas, soy pobre y agradecería que me devolvieran
mis cosas, tienen alto valor sentimental.

Algunas semanas después, me enteré que el tipo recuperó su maleta. Lamentablemente los poemas estaban ilegibles, en realidad eran una masa amarillenta de olor nauseabundo. La vieja que encontró la maleta la usó como sanitario de sus gatos, según ella, la maleta absorbía perfectamente los pichis de sus adoradas mascotas. ¡Vieja de mierda! diez años de trabajo olor a orines de gato.

La vida es mala con los buenos ¿o es al revés?.

domingo, 11 de abril de 2010

Esa locura de un segundo

Estaba destinado a ser un muchacho pequeño, un ser frágil y delicado, pero como muchas cosas ese potencial se fue a la basura, quedó abandonado en algún lugar junto a su seguridad y su gracia. Ahora era un joven extraño, su boca, nariz y ojos ocupaban apenas la mitad de su rostro, los brazos le colgaban a cada lado del cuerpo y se balanceaban con poca naturalidad, era imposible verlo sin sentir lástima, a cada paso que daba podías escuchar un “me siento incómodo”.
Y cuando ellos reían, yo vi belleza en toda la escena.
Me desconecté un segundo de mis pensamientos y pude ver a este desgraciado jovencito rodeado de personas que se burlaban de él, gente de ropas coloridas y cabellos bien cuidados, de manos suaves, cuerpos bellos ¡perfectos!.
Toda la escena generaba una especie de energía que me intimidaba, asi es que decidí escudarme tras un joven que estaba sentado y parecía especialmente interesado en burlarse, el dedo índice de su mano derecha apuntaba al muchacho desgraciado que seguía caminando incómodo entre tantas miradas.
Me acerqué despacio y me pegué a su espalda, uno de mis brazos rodeaba su cuello y el otro apresaba su pecho. Casi al instante el joven se tensó, yo susurraba muy cerca de su oreja, él es igual a ti -le dije-.
La escena se quedaba vacía, muchas de las personas que observaban se retiraron, debían hacer otras cosas o ir a burlarse de alguien más.
Yo seguía pegado a la espalda del jovencito, sintiendo su respiración acelerarse, sintiendo su espalda inusualmente recta y sus brazos tratando de deshacer mi agarre.
Sentí que aquello era demasiado, me despedí mordiendo su oreja izquierda.