lunes, 7 de septiembre de 2009

¿Otra vez?, desafortunadamente sí.

Uy, creo que fue un golpe muy fuerte o algo equivalente, pues no hay otra forma de explicar el chichón. Al despertar me sentía algo mareado, decidí sentarme mientras se me pasaba. Miré al techo y fijé mi mirada en una flor escarlata que colgaba en una esquina de la ventana, me perdí en sus pétalos un buen rato...

-¿Sabes? creí que eras diferente, pensé que las palabras de tu poesía eran fieles y sinceras.
-Lo eran, en el momento que las susurraba en tu oído.
-¿Ahora no? ¿anoche no?.
-No.
-¡¿Qué?! ¡me largo! muérete con esas palabras malditas que salen de esa mente enferma.
-No tienes que irte.
-Tenía fe en que podía conquistar tu corazón.
-Sabes bien que no puedo amar. Tu te arriesgaste, lo sabías y aún así viniste a mi.
-¿Me estás culpando?
-No, pero no tienes que irte.
-Jódete.

Esa última palabra la dijo desde la calle, yo asomaba mi cabeza a través de la ventana. Creo que fue allí cuando cedió el macetero que ese muchachito insistió en colocar sobre la ventana. Esas flores se ven geniales colgando -me dijo-, yo le hice caso y ahora esa flor escarlata que crecía en el macetero que cayó sobre mi cabeza, estaba atrapada en la ventana, sin la planta que la sostuvo durante el breve lapso que ese muchachito me miró con ojos compasivos.
El mareo seguía allí. La flor escarlata seguía allí. El muchachito ya no estaba, pero vendrían otros.
Así de simple es vivir.

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