He sufrido una serie de transformaciones que me han convertido en un ser
inestable, experimento sensaciones muy fuertes, todas relacionadas con el odio.
A menudo me siento confundida y me pierdo. Hay gente que me recuerda feliz,
siempre sonriendo y tratando la vida a la ligera, viviendo cada momento como el
último. Esa muchacha adorable dejó de existir.
Las personas se burlaron de mis
sonrisas, me hicieron estallar de ira, me dejaron sola cuando ya no me
necesitaban, me hicieron sentir el corazón contraído de dolor. ¡Como odio a
toda esa gente!. Me enferman y las culpo de haber creado a este potencial
sujeto de experimentación. ¡Aún no conocen al engendro que han creado!. He
lanzado estuches, cuadernos, pelotas y manotazos, todas han dado en el blanco y
han hecho de mi vida lo que es hoy. A menudo cometo errores y meto la pata
hasta el fondo, error tras error... me tropiezo y me duele el cuerpo, me
levanto y golpeo al objeto más a mano, si es una persona pues da lo mismo,
prepárate para recibir un manotazo de esos que traumatizan. No es que mi vida
sea una constante mueca de insatisfacción, claro, debo llevar un rostro serio,
si odio a la gente tengo que demostrarlo con mi rostro, si no lo hago termino
golpeando a alguien, pero siento que una parte importante de mí desapareció con
cada golpe, esa felicidad que te da el solo hecho de estar vivo. De vez en
cuando solo consigo pensar en sucesos viejos, hechos pasados que en su momento
no reflexioné, esos impulsos que te obligan a golpear alguna pared. Demasiadas
veces me ha sucedido y aún sigo cayendo como la primera vez, simplemente no
puedo evitarlo, porque ¿a quién más le pasan estas cosas?.
Tenía diez años, yo era una nena
adorable. Un niño horrible me hace enojar. Haciendo uso de mi estuche, dejo
fluir la ira en un golpe que da en la mano del niño. La profesora escucha el
sonido, ambos estamos callados, ella se acerca y me susurra unas palabras: “te
quedas a hablar conmigo a la salida”. Comprendo que he “metido la pata”, en mis
ojos se forma lo que podría ser una lágrima, olvido todo a mi alrededor, solo
siento su mirada fría. Pasan angustiantes minutos. Cuando la clase termina, la
profesora se queda a solas conmigo. Si no te controlas, te voy a tener que
controlar yo -me dice-, nunca olvidé esas palabras, aunque todavía trato de
descifrar aquella frase y tengo fe en que esas conversaciones con los
profesores eran parte de alguna conspiración. Tenía once años y era una niña
solitaria. ¿Diagnóstico?: propensa a la ira. Un grupo de niños en medio del
patio de recreos. Practico baloncesto, estoy animada, especialmente feliz.
Ahora vienen los lanzamientos, me alegro porque soy muy buena en eso. Tiro el
balón con demasiada fuerza, acompaño mi lanzamiento con algunas palabras:
¡piensa rápido!. El niño no reacciona como esperaba, él no detiene el balón.
Bam, la pelota pega un bote en el suelo luego de estamparse contra la nariz de
mi compañero de curso. Caen algunas gotas de sangre al suelo, trato de parecer
indiferente, me quedo sola en medio del patio.
Se me acerca una amiga de la víctima y
me escupe palabras llenas de veneno “la nariz no deja de sangrarle”. Le digo
que le apriete el tabique, miro a otro lado y camino con la vista en alto. El
grupo entero parece un panal con un núcleo colapsando. Todos nerviosos
preguntando la razón del alboroto. El profesor quiere conversar a solas con la
causante. Esto lo confirma, ¡los profes si conspiraban en mi contra!.
Llega la hora de irse y hay muchas
miradas sobre mí, todas de odio. Al día siguiente asisto a clases normalmente.
Cerca de las doce del mediodía me sacan del aula. Ya caminando bajo el umbral
de la puerta, escucho la marcha fúnebre, esa fue la particular despedida que me
hizo el curso. Me conducen a una oficina, me acomodo en un amplio sillón,
frente a lo que parecen ser una psicóloga y la directora del colegio. Estoy
nerviosa, me piden que vuelva a relatar lo sucedido y tengo que contarlo (otra
vez). Antes de terminar con el relato, saco algunos chiches que llevo en mi
mochila, juego nerviosamente con ellos y acabo la historia. Terminé suspendida
del colegio solo por un día. Algunos días después, la chico del “accidente” va
al colegio, quiere visitar a su curso. Es muy popular ahora que se pasea por el
colegio con ese aparatoso parche en medio de la cara. Todo el grupo lo rodea,
yo estoy sentada muy lejos, se me acerca una niña de lentes que casi sin
aguantar una carcajada me dice al oído: antes de que le lanzaras la pelota, ya
tenía la nariz fea, le quedó igual a como la tenía. Yo sonreí.
Tenía diecisiete años, me habían transformado en una muchacha trastornada. Por aquel entonces trataba de olvidar muchas cosas. La gente me decía cosas extrañas, me hablaba sobre calamidades y males. Mi vida en ese entonces no era fácil, sobre mi habían mucho pares de ojos que no dejaban de observarme, ya no me importaba la conspiración de los profesores, ahora había mentes psicópatas sobre mí. ¡Claro! complicada como el resto del mundo, además de egoísta como cualquier persona con inteligencia promedio y capacidades limitadas (solo) por su propia flojera. ¿Sobre mi?: odio al mundo y el mundo me odia. ¿Qué demonios piensa la gente?. El problema quizás no sea el comportamiento, ni la forma de decir las cosas, ni la ropa, ni los modales, ni mis miradas, ni lo que pienso. Existir como ser humano considera que uno se sienta a gusto como es sin importar que la gente me insulte o me odie, pero aún tengo mis dudas.
Tenía diecisiete años, me habían transformado en una muchacha trastornada. Por aquel entonces trataba de olvidar muchas cosas. La gente me decía cosas extrañas, me hablaba sobre calamidades y males. Mi vida en ese entonces no era fácil, sobre mi habían mucho pares de ojos que no dejaban de observarme, ya no me importaba la conspiración de los profesores, ahora había mentes psicópatas sobre mí. ¡Claro! complicada como el resto del mundo, además de egoísta como cualquier persona con inteligencia promedio y capacidades limitadas (solo) por su propia flojera. ¿Sobre mi?: odio al mundo y el mundo me odia. ¿Qué demonios piensa la gente?. El problema quizás no sea el comportamiento, ni la forma de decir las cosas, ni la ropa, ni los modales, ni mis miradas, ni lo que pienso. Existir como ser humano considera que uno se sienta a gusto como es sin importar que la gente me insulte o me odie, pero aún tengo mis dudas.
Según
mi experiencia en el terreno amistoso, no soy compatible con la gente, soy una
tarada social. Además me molesta que la gente que haga siempre las mismas
preguntas, que si estoy aburrida o me pasa algo, que si me siento mal o si
estoy enferma. ¿No conocen a otras personas que odien al mundo? ¿en serio nunca
se han topado con alguien a quien no le gusta mucho conversar? Como no puedo
sentirme cómoda con la gente, me gusta hacerlos sufrir. Mi frase favorita es
"te lo dije", hace que me sienta importante y me fascina la cara de
angustia que pone la otra persona. Aunque a veces quedo con cierta desazón,
definitivamente tengo que considerar decir "te lo dije" muchas más
veces al día. Es curioso el modo en que nos relacionamos con la gente que nos
rodea, entregamos nuestra alma a un ser que no la aprecia y terminamos
destrozados. Lo mismo para la familia, son seres que queremos porque sí, pero a
los que constantemente estamos hiriendo. ¡Sí! aquel ser que amas debe sufrir,
el sujeto blanco de tu amor debe recibir latigazos y luego cálidas caricias,
desinteresados besos y amorosas "manoseadas" en lugares blandos.
Ahora creo que esto no tiene una razón, es simplemente al azar que suceden
todas estas cosas, así pasa con el amor, la obsesión y el deseo.
Cuando
camino con cara de enojo, disgusto o ira, es agradable que de vez en cuando te
digan algo lindo como "que bella es tu sonrisa" o "te ves bien
cuando sonríes", especialmente cuando te lo dice alguien a quien odias
menos, pero hasta cierto punto, luego se convierte en una molestia constante, lo
golpeo e insulto y eso basta.
Un
vez creí estar enamorada, pero llegué a la conclusión de que era un tonto
capricho. Aprendí que mi cuerpo responde mal a estímulos como el amor o la
amistad, por eso decidí evitarlo. Especialmente con el amor me sucede lo que
denomino "maldito palpitar que duele", el corazón va a mil por hora,
se estrella violentamente con la caja torácica y duele como si te estuvieran
pisando en medio del pecho. Otro síntoma, aunque no menos desagradable, es el
"revoloteo de bichos en el estómago", no son maripositas ¡maldita
sea! son millones de bichos que pujan por salir a través de tu boca en forma de
vómito. Si me detengo aquí, creo que es suficiente para explicar que el
enamoramiento es una enfermedad desagradable que no deseo padecer. Cuando me
preguntan sobre mis andadas amorosas (¿estás pololeando?), siempre les respondo
que no quiero relaciones formales, porque si les digo que no me interesa o que
odio a la gente, me miran con cara de "pobre mujer que no conoce el amor".
¿Y sobre el mundo?. No tengo la más mínima intención de pelear, de arriesgar el
pellejo por algo que ya se hizo, no quiero malgastar energías en algo que ya se
inventó ¿qué deseo entonces? ¿qué clase de impulso me mueve a sobrevivir cada
día?. La gente solía morir por defender una causa, yo no tengo causa por la
cual morir ¿tiene que ocurrir alguna catástrofe de proporciones cósmicas para
que quiera pelear con todas mis fuerzas, aunque la vida se me acabe en eso? Me
pregunto si encontraré la causa de mi vida, me pregunto si mi existencia va más
allá del simple hecho de gastar el oxígeno de la palomas de la plaza. Sé que es
un estilo de vida autodestructivo, totalmente opuesta a la vida equilibrada
que, se supone, un ser humano de provecho debería llevar, pero ¿qué diablos?,
tienes que hacer lo que tienes que hacer. Odiar al mundo, quedarme en un punto
muerto en el que me siento despreciable, pero no me arrepiento, de algún modo
estoy satisfecha con mis acciones, hago daño y me dañan, ojo por ojo dicen por
ahí.
Eran
las tres de la tarde y me levanto apestando a rayos, no tenía el olor
característico de mi piel, sino uno que me hizo recordar toda la madrugada
anterior con lujo de detalles … ho-rri-ble, pues me arrojó a la cama y me
abofeteó (además casi me manosea), tengo un brazo amoratado y una sed de esas
que dan en los desiertos, no debí quedarme escribiendo esa carta de amenaza
acompañada de ese combinado. Me di una ducha y salí al parque a respirar aire
fresco un rato, caminé a través del pasaje y miré al perro feo que siempre me
ladra ¿será que odia mi presencia como yo lo odio a él? ¿será que hay algo más
tras sus ojos saltones y su cara de perro idiota?, nunca lo sabré. Llegué al
parque y casi sin fijarme estaba sentada sobre el pasto jugando tetris, me
imaginaba atropellando a un montón de gente con un auto que recién había
robado, eso me sacó un par de sonrisas y seguí preguntándome el por qué de
tanto pensamiento problemático, me prometí no pensar en eso hasta el otro mes.
Un mes después rogaba un escenario más o menos así: ráfagas de viento lo
suficientemente fuertes para romper ramas, un calor digno de un horno prendido
a mediodía e interminables nubes que a pesar del viento sigan allí. Me he
puesto a invertir tiempo en prepara mi huida ¡todo esto me enferma!: junto y
dispongo comida y agua. Al sur si es invasión extraterrestre, lejos de los
centros urbanos. Al norte si es era glacial, cerca de la línea del Ecuador. Al
mar o alguna isla lejana si es guerra. Debajo de alguna mesa si sobreviene la
conspiración de los profes. ¡No deseo nada con todos ustedes!
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