jueves, 11 de octubre de 2012

Chica iracunda

He sufrido una serie de transformaciones que me han convertido en un ser inestable, experimento sensaciones muy fuertes, todas relacionadas con el odio. A menudo me siento confundida y me pierdo. Hay gente que me recuerda feliz, siempre sonriendo y tratando la vida a la ligera, viviendo cada momento como el último. Esa muchacha adorable dejó de existir.
Las personas se burlaron de mis sonrisas, me hicieron estallar de ira, me dejaron sola cuando ya no me necesitaban, me hicieron sentir el corazón contraído de dolor. ¡Como odio a toda esa gente!. Me enferman y las culpo de haber creado a este potencial sujeto de experimentación. ¡Aún no conocen al engendro que han creado!. He lanzado estuches, cuadernos, pelotas y manotazos, todas han dado en el blanco y han hecho de mi vida lo que es hoy. A menudo cometo errores y meto la pata hasta el fondo, error tras error... me tropiezo y me duele el cuerpo, me levanto y golpeo al objeto más a mano, si es una persona pues da lo mismo, prepárate para recibir un manotazo de esos que traumatizan. No es que mi vida sea una constante mueca de insatisfacción, claro, debo llevar un rostro serio, si odio a la gente tengo que demostrarlo con mi rostro, si no lo hago termino golpeando a alguien, pero siento que una parte importante de mí desapareció con cada golpe, esa felicidad que te da el solo hecho de estar vivo. De vez en cuando solo consigo pensar en sucesos viejos, hechos pasados que en su momento no reflexioné, esos impulsos que te obligan a golpear alguna pared. Demasiadas veces me ha sucedido y aún sigo cayendo como la primera vez, simplemente no puedo evitarlo, porque ¿a quién más le pasan estas cosas?.
Tenía diez años, yo era una nena adorable. Un niño horrible me hace enojar. Haciendo uso de mi estuche, dejo fluir la ira en un golpe que da en la mano del niño. La profesora escucha el sonido, ambos estamos callados, ella se acerca y me susurra unas palabras: “te quedas a hablar conmigo a la salida”. Comprendo que he “metido la pata”, en mis ojos se forma lo que podría ser una lágrima, olvido todo a mi alrededor, solo siento su mirada fría. Pasan angustiantes minutos. Cuando la clase termina, la profesora se queda a solas conmigo. Si no te controlas, te voy a tener que controlar yo -me dice-, nunca olvidé esas palabras, aunque todavía trato de descifrar aquella frase y tengo fe en que esas conversaciones con los profesores eran parte de alguna conspiración. Tenía once años y era una niña solitaria. ¿Diagnóstico?: propensa a la ira. Un grupo de niños en medio del patio de recreos. Practico baloncesto, estoy animada, especialmente feliz. Ahora vienen los lanzamientos, me alegro porque soy muy buena en eso. Tiro el balón con demasiada fuerza, acompaño mi lanzamiento con algunas palabras: ¡piensa rápido!. El niño no reacciona como esperaba, él no detiene el balón. Bam, la pelota pega un bote en el suelo luego de estamparse contra la nariz de mi compañero de curso. Caen algunas gotas de sangre al suelo, trato de parecer indiferente, me quedo sola en medio del patio.
Se me acerca una amiga de la víctima y me escupe palabras llenas de veneno “la nariz no deja de sangrarle”. Le digo que le apriete el tabique, miro a otro lado y camino con la vista en alto. El grupo entero parece un panal con un núcleo colapsando. Todos nerviosos preguntando la razón del alboroto. El profesor quiere conversar a solas con la causante. Esto lo confirma, ¡los profes si conspiraban en mi contra!.
Llega la hora de irse y hay muchas miradas sobre mí, todas de odio. Al día siguiente asisto a clases normalmente. Cerca de las doce del mediodía me sacan del aula. Ya caminando bajo el umbral de la puerta, escucho la marcha fúnebre, esa fue la particular despedida que me hizo el curso. Me conducen a una oficina, me acomodo en un amplio sillón, frente a lo que parecen ser una psicóloga y la directora del colegio. Estoy nerviosa, me piden que vuelva a relatar lo sucedido y tengo que contarlo (otra vez). Antes de terminar con el relato, saco algunos chiches que llevo en mi mochila, juego nerviosamente con ellos y acabo la historia. Terminé suspendida del colegio solo por un día. Algunos días después, la chico del “accidente” va al colegio, quiere visitar a su curso. Es muy popular ahora que se pasea por el colegio con ese aparatoso parche en medio de la cara. Todo el grupo lo rodea, yo estoy sentada muy lejos, se me acerca una niña de lentes que casi sin aguantar una carcajada me dice al oído: antes de que le lanzaras la pelota, ya tenía la nariz fea, le quedó igual a como la tenía. Yo sonreí.
Tenía diecisiete años, me habían transformado en una muchacha trastornada. Por aquel entonces trataba de olvidar muchas cosas. La gente me decía cosas extrañas, me hablaba sobre calamidades y males. Mi vida en ese entonces no era fácil, sobre mi habían mucho pares de ojos que no dejaban de observarme, ya no me importaba la conspiración de los profesores, ahora había mentes psicópatas sobre mí. ¡Claro! complicada como el resto del mundo, además de egoísta como cualquier persona con inteligencia promedio y capacidades limitadas (solo) por su propia flojera. ¿Sobre mi?: odio al mundo y el mundo me odia. ¿Qué demonios piensa la gente?. El problema quizás no sea el comportamiento, ni la forma de decir las cosas, ni la ropa, ni los modales, ni mis miradas, ni lo que pienso. Existir como ser humano considera que uno se sienta a gusto como es sin importar que la gente me insulte o me odie, pero aún tengo mis dudas.
            Según mi experiencia en el terreno amistoso, no soy compatible con la gente, soy una tarada social. Además me molesta que la gente que haga siempre las mismas preguntas, que si estoy aburrida o me pasa algo, que si me siento mal o si estoy enferma. ¿No conocen a otras personas que odien al mundo? ¿en serio nunca se han topado con alguien a quien no le gusta mucho conversar? Como no puedo sentirme cómoda con la gente, me gusta hacerlos sufrir. Mi frase favorita es "te lo dije", hace que me sienta importante y me fascina la cara de angustia que pone la otra persona. Aunque a veces quedo con cierta desazón, definitivamente tengo que considerar decir "te lo dije" muchas más veces al día. Es curioso el modo en que nos relacionamos con la gente que nos rodea, entregamos nuestra alma a un ser que no la aprecia y terminamos destrozados. Lo mismo para la familia, son seres que queremos porque sí, pero a los que constantemente estamos hiriendo. ¡Sí! aquel ser que amas debe sufrir, el sujeto blanco de tu amor debe recibir latigazos y luego cálidas caricias, desinteresados besos y amorosas "manoseadas" en lugares blandos. Ahora creo que esto no tiene una razón, es simplemente al azar que suceden todas estas cosas, así pasa con el amor, la obsesión y el deseo.
            Cuando camino con cara de enojo, disgusto o ira, es agradable que de vez en cuando te digan algo lindo como "que bella es tu sonrisa" o "te ves bien cuando sonríes", especialmente cuando te lo dice alguien a quien odias menos, pero hasta cierto punto, luego se convierte en una molestia constante, lo golpeo e insulto y eso basta.
            Un vez creí estar enamorada, pero llegué a la conclusión de que era un tonto capricho. Aprendí que mi cuerpo responde mal a estímulos como el amor o la amistad, por eso decidí evitarlo. Especialmente con el amor me sucede lo que denomino "maldito palpitar que duele", el corazón va a mil por hora, se estrella violentamente con la caja torácica y duele como si te estuvieran pisando en medio del pecho. Otro síntoma, aunque no menos desagradable, es el "revoloteo de bichos en el estómago", no son maripositas ¡maldita sea! son millones de bichos que pujan por salir a través de tu boca en forma de vómito. Si me detengo aquí, creo que es suficiente para explicar que el enamoramiento es una enfermedad desagradable que no deseo padecer. Cuando me preguntan sobre mis andadas amorosas (¿estás pololeando?), siempre les respondo que no quiero relaciones formales, porque si les digo que no me interesa o que odio a la gente, me miran con cara de "pobre mujer que no conoce el amor". ¿Y sobre el mundo?. No tengo la más mínima intención de pelear, de arriesgar el pellejo por algo que ya se hizo, no quiero malgastar energías en algo que ya se inventó ¿qué deseo entonces? ¿qué clase de impulso me mueve a sobrevivir cada día?. La gente solía morir por defender una causa, yo no tengo causa por la cual morir ¿tiene que ocurrir alguna catástrofe de proporciones cósmicas para que quiera pelear con todas mis fuerzas, aunque la vida se me acabe en eso? Me pregunto si encontraré la causa de mi vida, me pregunto si mi existencia va más allá del simple hecho de gastar el oxígeno de la palomas de la plaza. Sé que es un estilo de vida autodestructivo, totalmente opuesta a la vida equilibrada que, se supone, un ser humano de provecho debería llevar, pero ¿qué diablos?, tienes que hacer lo que tienes que hacer. Odiar al mundo, quedarme en un punto muerto en el que me siento despreciable, pero no me arrepiento, de algún modo estoy satisfecha con mis acciones, hago daño y me dañan, ojo por ojo dicen por ahí.
            Eran las tres de la tarde y me levanto apestando a rayos, no tenía el olor característico de mi piel, sino uno que me hizo recordar toda la madrugada anterior con lujo de detalles … ho-rri-ble, pues me arrojó a la cama y me abofeteó (además casi me manosea), tengo un brazo amoratado y una sed de esas que dan en los desiertos, no debí quedarme escribiendo esa carta de amenaza acompañada de ese combinado. Me di una ducha y salí al parque a respirar aire fresco un rato, caminé a través del pasaje y miré al perro feo que siempre me ladra ¿será que odia mi presencia como yo lo odio a él? ¿será que hay algo más tras sus ojos saltones y su cara de perro idiota?, nunca lo sabré. Llegué al parque y casi sin fijarme estaba sentada sobre el pasto jugando tetris, me imaginaba atropellando a un montón de gente con un auto que recién había robado, eso me sacó un par de sonrisas y seguí preguntándome el por qué de tanto pensamiento problemático, me prometí no pensar en eso hasta el otro mes. Un mes después rogaba un escenario más o menos así: ráfagas de viento lo suficientemente fuertes para romper ramas, un calor digno de un horno prendido a mediodía e interminables nubes que a pesar del viento sigan allí. Me he puesto a invertir tiempo en prepara mi huida ¡todo esto me enferma!: junto y dispongo comida y agua. Al sur si es invasión extraterrestre, lejos de los centros urbanos. Al norte si es era glacial, cerca de la línea del Ecuador. Al mar o alguna isla lejana si es guerra. Debajo de alguna mesa si sobreviene la conspiración de los profes. ¡No deseo nada con todos ustedes!

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