viernes, 11 de marzo de 2011

Trastornos de invierno

Saliendo de su ensimismamiento se miró las manos y pudo distinguir pequeñas escamas blancas en el nacimiento de sus dedos y en cada surco de la palma que suponía limpia después de un minucioso enjuague con su jabón especial, un proceso que repetía varias veces al día y que pensaba era infalible. Las pequeñas escamas parecían pulverizarse cuando las tocaba con el dedo índice de la misma mano, sin poder evitarlo le provocaba asco tener la certeza de que aquello era real. La curiosidad creciente era más que nada por el origen desconocido de la sustancia que se acumulaba cada vez más rápido sobre sus manos, cubriendo cada una casi en su totalidad. Las vestimentas que en un primer momento cubrían sus muñecas estaban saturadas de aquellas escamas blancas pulverizadas, con un ligero movimiento y orientando las aberturas de las mangas de la camisa hacia el suelo descubrió que el polvo caía en abundancia y formaba un cono en el suelo, una duna blanca en medio de su piso perfectamente limpio. Un temblor recorrió su cuerpo debido al miedo, en ésta sacudida muchas más aberturas en su ropa dejaron escapar hilos blancos, el piso bajo sus pies se convertía en un pequeño desierto. Se desnudó y a cada movimiento de sus articulaciones el polvo se escapaba de su piel, seguía temblando y las escamas pulverizadas seguían desprendiéndose de su piel. Repentinamente cayó sobre su pequeño desierto y es que una debilidad intensa lo embargó luego de sentir que las fuerzas que tensaban su piel cedían. Cada tramo de piel se arrugaba, en el torso y las piernas, los brazos se encogían con rapidez, su rostro mismo iba perdiendo su forma y sentía que estaba conformado sólo de carne, los globos oculares dejaron su posición original para dejarse llevar por la masa de piel de su rostro que se derramaba sobre el piso. El horror se apoderó de su mente ¿seguía vivo?, no le parecía que aquello pudiera ser posible, le aterraba, sentía dolor, estaba perdido.
Un iris se encontró con el otro mientras resbalaban por la piel, así miró su propio ojo y vio el reflejo de un destello rojo. La piel seguía extendiéndose y los órganos palpitaban, se movían, ya no existía una coraza que los contuviera, algo que los protegiera, el corazón saltaba en medio de toda esa masa de piel viva, los pulmones sobresalían como dos globos y el estómago se contorsionaba procesando algo de comida ingerida recientemente. El reflejo rojo estaba en todas partes, hiriendo sus ojos que aún se encontraban frente a frente, el olor de la sangre lo inundó todo, diaspro rojo que escapaba de su piel ¡bañado en sangre!, su cuerpo escapaba de su piel a través de sus agujeros, él seguía consciente, él seguía encogiéndose. Los órganos le siguieron a la carne, el corazón se arrastró fuera del saco de piel y salió a través de la boca sin dientes, el cerebro se escapó por los orificios nasales que eran dos agujeros más del saco. Una escasa línea de pensamientos mantenían su cabeza ocupada y el temor desapareció como todo lo demás. Su cerebro acababa de licuarse sobre el piso que hace algunas horas brillaba impecable con el resplandor del amanecer.  

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