domingo, 30 de octubre de 2011

"Robalibros" boys of San Pedro street.

Maldecir, beber hasta vomitar… continuar bebiendo. Fumar tabaco enjabonado, tabaco de colillas olvidadas en callejones, de cigarrillos olvidados en pabellones de emergencia ¡ja!, todo en pipa; aparatos saturados de nicotina, alquitrán tibio empastando las paredes interiores de las boquillas, cada pipa espejo de un muchachito perdido en la lluvia. La brisa llevándose el humo, los anillos formados por una boca juguetona y el aliento caliente de las bocanadas que apenas pueden separarse de la tos frecuente en ellos en los meses de invierno. Caminatas interminables, temores confundiéndose con los peldaños del mar, el frío, las plazas vacías, la humedad de la madrugada adornando el cabello extraño que jamás peinan, zapatos desgastados y la marca de las vías del tren a sus espaldas. Orquídeas, inflorescencias monstruosas y el rabioso brillo de la luna llena, el pie ensangrentado de quién no se soporta a sí mismo,  las manos retorcidas sosteniendo la pluma viva y ¡oh el deseo de continuar sosteniendo el papel hasta el ocaso en tierra!. Un buen día de beber, de aspirar la tarde, caminan por la calle San Pedro y se detienen ansiosos, pocas veces miran a los transeúntes, pocas veces se encuentran y se permiten compartir sus vicios, cuando hablan lo hacen bajo el nocturno brillo plateado, en bosques desconocidos, en playas ocultas, bajo techo son la generación de nombres olvidados entre los anaqueles polvorientos de las bibliotecas, en la última página en blanco el registro escrito rápidamente por una mujer despreocupada, los nombres de jovencitos deseosos, anhelando el áspero olor de las páginas envejecidas, los amarillentos mapas que albergan la palabra, la palabra deseada, la palabra oculta, el delicioso sabor del secuestro de un libro olvidado. Las encargadas tomando café y mirando el minutero del reloj, la biblioteca y el polvo, los muchachitos palpando la vejez atrapada en un libro, excitación, el fino arte de la prestidigitación frente a ojos ciegos al espectáculo, caminar de vuelta y beber, caminar descalzos sobre las hojas mustias y la sucia agua de las piletas que adornan los parques. Y los perros ¡sí! perros babeando, olisqueando tras las huellas de los muchachitos: pequeños, algunos rabiosos, sarnosos, perros por dentro secos y delicadas mascotas creyendo entender por qué siguen los pasos de un trío de desconocidos, jadeos, dientes, el perfume de la calle ¡el desprecio del muchacho suicida, del muchacho loco, del muchacho custodio! inmundo embustero de apariencia tierna que apareces en forma de perro desamparado ¡¿qué haces animal?! ¿buscas la tierna flor de la locura? ¿el adorado destello del caos? ¿el triángulo castaño que jamás poseerás?… ¡qué más da!, a nadie importas, a nadie ladrarás. Sigue el reloj a cuenta acelerada, en la solapa lleva una orquídea, el hombre de gabardina saca un libro del bolsillo interior y lo hojea con cuidado, acaba de secuestrarlo de la biblioteca de la calle San Pedro, décadas después de que los muchachitos caminaran por sus calles. Los perros siguen durmiendo a sus pies y el último verso proclama… el hombre cierra el libro y enciende un cigarrillo/ se levanta y acaba bebiendo en un bar cercano/ está solo/ en una ciudad desconocida.

[Editorial Revista Literaria Escarnio N°20 - Julio/2011]

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