jueves, 22 de octubre de 2009

Saturno dice: estoy jodido.

Garabateaba dentro de la habitación. Me sentía flotando en la atmósfera tóxica de ese dañino día. No es que quisiera perderme, pero su mente ya no funcionaba como de costumbre. Suele suceder -le dijeron-. Eso funcionaba a la perfección, con engranajes poderosos, tramas complicadas de “cosas”, asuntos que no entendía. ¿Se acababan los días de grises amaneceres? ¿se acabaría la angustia corriendo por ahí desbocada?. Era extremadamente curioso, a pesar de la sonrisa que mostraba al mundo, Saturno estaba (gravemente) trastornado. Miraba a la nada, miraba el humo, miraba el techo y veía miles de amenazas mientras una muchacha rubia era ajena a su dolor. Aún recuerda la locura inundando cada cabello de su cabeza, sus manos temblando y el techo dando vueltas, ese frío recorrer su cuerpo una y otra vez, aquella rubia mirando de vez en cuando con esos preciosos ojos verdes. No era un sueño, no era una visión de muerte provocada por la locura, no era nada de eso que mencionan los románticos ¡malditos románticos!. Incapaz de olvidar, se obligó a tener su recuerdo en la memoria, aunque iba en contra de su filosofía de vida -“no sufras innecesariamente”-. Eso fue todo, desde el frío comienzo hasta el cálido final, desde su presencia hasta su cabello enloquecido al viento. Seguía caminando sin rumbo, pasos rápidos y desesperados, inspiraciones cortas, ojos perdidos en la noche azulina. Tay cagao! -me dijo la muchacha-. O jojo, y no es chiste -le respondí, mientras acercaba a mis labios un vaso de vino-.

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