domingo, 22 de agosto de 2010

Me enamoré de un maniquí con ropas de mujer.

El pecho duro, rígido, ambos lados se delineaban en curvas sobrenaturales, se elevaban iguales con la anormal forma de la perfección, fríos y orgullosos, apuntando al frente, desafiando mi mirada pervertida que se perdía en el plástico de ese pecho con las medidas perfectas. El vientre plano, no había ombligo; sin nacimiento, sin un primer despertar ¡para ella no existe la vida!. No pude evitar seguir con la vista esa forma perfecta, no había nada más ahí abajo, solo la insinuación de un par de hendiduras que se juntaban en una a medida que las piernas comenzaban a delinearse, sin vellos ni marcas.
Con una vaga sensación de haber perdido mi sentido común, me lancé a los brazos rígidos de aquella cosa perfecta. Los guardias de la tienda ya habían advertido mi interés en el maniquí y no tardaron en detener mi salto desesperado hacia la mujer perfecta que había frente a mí. El sentido común lo es todo en estos días, el sentido te hace amar la perfección de un maniquí y lo común te impide obtener ese cuerpo perfecto del cual de enamoraste.

1 comentario:

F... dijo...

Heine en "noches florentinas"..., es tan morboso que llega a gustarme!