miércoles, 2 de mayo de 2012

Visiones del ojo púrpura II

Hacía dos semanas Hyeronimus había conocido a George por casualidad, él era el tipo de persona que llama y espera, el que no tolera una velada sin cigarrillos, extendiendo el brazo y acercándolo para dar una calada deliciosa con labios febriles, expulsando el humo en una mueca despreocupada, y ¿qué tal?... le “caía mal” la Joplin . Una primera impresión puede ser de sorpresa, la del encanto, la de decir “y ¿quién eres tú?”, porque Hyeronimus no tenía idea de quien le saludaba, el joven sabía además su nombre, ese joven de caminar característico, de palabras que parecieron destacar información que había sido transmitida de la tierna boca de Gustav. Sentados, pidiendo cerveza, conversando con ideas flojas, la inspiración se aceleraba y bebías más, fumabas más. George fue al baño y al regresar, alguien borracho le preguntaba por el nombre del tema que tocaba McFly en Back to the future I, Hyeronimus respondió la pregunta y el tipo se largó, George miró agradecido, Hyeronimus le sonrió de vuelta, extasiado.
«Me encanta la madrugada, los viajes en bicicleta, ebrio, sobre la línea blanca que separa las calles de doble sentido, sobre el puente colgante a las afueras de la ciudad, la soledad de la improvisación. Cuando llegué pedaleando hasta el parque eólico, mirando el girar errático de las aspas, me di cuenta de que jamás llegaría a la capital; un camionero me hizo el favor de llevarme de vuelta a la ciudad. Al llegar a mi habitación Helena no vino a saludar, le busqué, el gato con bolas no estaba. Maldita sea, mi único compañero se había largado ¡traidor! –grité–, jodido gato traicionero. No tardé en extrañar la sensación de compañía que me brindaba el gato, lo maldije; un par de lágrimas se me escaparon.»
El teléfono sonaba, del otro lado de la línea Gustav le invitaba un trago. Al llegar, Gustav se reía de un chiste secreto que George le contaba al oído. Hyeronimus encendió un cigarrillo, se sentó a la derecha de George, saludando a los muchachos con un ademán triste. Le preguntaron, casi al mismo tiempo, qué había sucedido, Hyeronimus les contó que su gato Helena le había abandonado. Bebió hasta emborracharse, no le importaba. George parecía preocupado, Gustav parecía enfermo. Salieron del local tambaleándose, ellos tomaron rumbo a la Avenida, irían juntos a casa. Hyeronimus se montó en su bicicleta, tomó un camino opuesto al de los muchachos. En las aceras de las calles había montones de basura, el camión solía pasar de madrugada, aún era temprano; por una curiosidad innata, cada pocas cuadras se detenía a mirar, algunas cosas eran útiles, casi nuevas, los pequeños tesoros que encontró los guardó en su mochila, luego, muy cerca de su casa, encontró una maleta antigua de color verde ¡todo un descubrimiento!, aunque las cerraduras estaban
oxidadas, estaba sucia y olía a orines de gato. Al levantarla, un maullido apenas audible llamó la atención de Hyeronimus, un gato pequeño, sucio, de color gris y extrañas prolongaciones de pelo a media espalda en sentido opuesto al cuerpo ¡un hermoso gato alado!, de inmediato acomodó al cachorro entre sus ropas, amarró la maleta en la bicicleta y caminó las dos cuadras que faltaban para llegar a su habitación. Al día siguiente el gatito maullaba de hambre, Hyeronimus se levantó tarde, con dolor de cabeza, de muy mal humor, no quería ir a comprar leche para el animal. En la ventana había un gato rasguñando la ventana, insistente, el cachorro saltó sobre la cama y alcanzó la ventana, comenzó a maullar mientras el gato de la calle parecía llorar. Hyeronimus, al borde de perder la paciencia, se levantó y abrió la puerta, Helena le esperaba sentado afuera y apenas pudo entrar, corrió, buscó al gatito y lo mordió en el cuello para llevárselo de ahí, escapando entre las piernas del muchacho que observaba perplejo, Helena cruzó la calle y se dirigió a un sitio eriazo recorrido en el centro por un canal. Hyeronimus corrió tras los gatos, enervado por la traición de Helena, le enfurecía que escapara nuevamente, secuestrando al cachorro que lo reemplazaría. Corrió a todo lo que le daban las piernas, su cabeza no estaba muy clara en pensamientos, veía a Helena correr algunos metros más adelante. El gato saltó el canal, Hyeronimus le imitó… si su cabeza hubiese estado bien, él se habría quedado en su lado del canal, maldiciendo a Helena y al pequeño gato secuestrado, era tan fácil como quedarse allí, quieto, gritar, volver a su habitación e intentar encontrar otro gato al cual adoptar. El canal recorría toda la ciudad, la mayor parte –aquel que estaba cerca de las aglomeraciones urbanas– estaba cerrado en la parte superior con bloques de cemento, Hyeronimus pronto fue arrastrado a la oscuridad, topándose con alambres de púas, basura, ramas, algas. De a poco su ropa se desgarró quedando atrapada en las salientes del fondo del canal, él había sido desnudado por la fuerza de un canal subterráneo, arrastrado a algún lugar desconocido. A pesar de querer salir de allí, los bordes laterales eran altos y estaban cubiertos de musgos resbalosos, no veía más que hilos de luz que se filtraban desde la cubierta del canal.
Dos horas después, el resplandor del sol hería sus ojos, el canal eventualmente acabaría llegando al río, allí se ancló con piernas y brazos a unos juncos, la corriente era muy fuerte. Una mujer mayor que vivía cerca del río lo vio desnudo y le ayudó, dijo que en los cincuenta años que llevaba viviendo allí, tres personas habían sido atrapadas por el canal y expulsadas a mucha velocidad al río. Hyeronimus tuvo que caminar con una manta de lana cubriendo su cuerpo, una que le picaba. Cuando el miedo se había disipado de su mente comenzó a reírse a carcajadas de sí mismo, los transeúntes que le rodeaban intentaban alejarse o lo miraban con curiosidad. Algunos metros más adelante, se le vino a la cabeza la imagen de su gato Helena y del pequeño cachorro alado; les perdonó la huída, él había tenido la culpa desde el principio, nadie asigna un nombre de princesa a un gato macho de grandes bolas.

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