El tipo parecía un tipo normal, como
los que te encuentras a diario subiendo la calle. Jeans, camisa, gorro con visera. Cuarenta y tantos años, delgado, de piel arrugada y tostada por el
sol. La visera de su gorro le ocultaba la frente y apenas se le veían los
ojos, creo que siempre miró al suelo. Se me acercó demasiado, interceptando mi caminata, me vi obligada a detenerme. Le escuché decir “te voy a
robar”, yo le miré con cara de incredulidad, intentaba encontrar alguna
familiaridad en su rostro, alguna señal de que aquello era una pésima broma. Se
paró a mi lado y me dijo que no gritara, me lo repitió muchas veces, supongo
que para él era importante. Me pidió dinero, de inmediato le dije que no tenía,
que si tuviera no estaría caminando, que con este sol no caminaría teniendo
dinero en el bolsillo. ¿Celular? –me dijo–, le respondí que tenía, pero que era una mierda, siguió hostigando. A ese momento, me tenía “agarrada” del cuello, con su brazo
izquierdo sobre mis hombros, apretándome y obligándome a detener el paso; yo
intentaba seguir caminando, para que alguien me viera, para que alguien me
ayudara. Déjame –le decía–, mi ira iba aumentado, era un hombre tarado el que me tenía del
cuello, un imbécil cobarde que intentaba obtener “algo”; él pensaba que una
mujer caminando sola hacia un barrio de clase media, tendría una billetera
llena de dinero, un celular de última generación y objetos de valor, bah. Al
pasar el celular, lo miró con desprecio, tecleó un poco y se lo guardó en el
bolsillo derecho del pantalón, colgaban dos figura de Hello Kitty con mucho
valor para mí, casi me derrumbo al verlas allí. Me hizo abrir el bolso, le
mostré la billetera, "nada, nada weón, nada". Seguía un diálogo absurdo de quien
se muestra con urgencia, de quien espera encontrar rápido algo.
Intentaba avanzar, le decía que me soltara, que no tenía nada. “La otra weá”,
metió su mano en mi bolso intentando sacar la caja de cigarrillos Lucky rojo de
veinte. Le quité de las manos mi billetera, el muy cabrón ni se percató de que
era de cuero, la soltó. Le quité también el celular del bolsillo, tirando de
las figuritas de Kitty. Me soltó, se llevaba en las manos mi cajetilla de
cigarros, en un pestañeo estaba a un par de metros abajo. Le miré un momento,
le grité “imbécil”, seguí caminando mientras le miraba, pensé que se
devolvería, le vi mirar dentro de la cajetilla, la tiró al suelo con rabia,
estaba llena de colillas.
Horas antes, sin siquiera pensarlo, tomé los
cigarrillos de mi cajita de Lucky y las metí en una cajita metálica; pensé en
dejar las colillas en la caja original porque el lugar en donde me encontraba
era muy bello y limpio, no dejaría colillas de cigarro arruinándolo. “Lucky”.
Al encontrarme con los primeros pórticos de colina, se apoderó de mí el miedo,
se agitó mi pecho hasta que el aire se hizo escaso, me falló la respiración, me
saltaban las lágrimas, me temblaban las piernas. Me dije que debía mantener la
calma, para poder oír mis pensamientos tuve que hablar fuerte. Vi a una señora
regando sus plantas, me acerqué muy rápido, le dije “Buenas” y le pedí agua. Me
saqué los lentes de sol para refrescar mi cara enrojecida, bebí un poco
también, le dije que habían intentado asaltarme... me pregunté de inmediato ¿en
serio las personas dicen “intentaron asaltarme”? me pareció una expresión boba,
algo tonto, una frase pequeña y pija para narrar lo que me tenía asustada.
Me despedí, agradecí y largué. Caminé bastante rápido (considerando que estaba
cansada), no dejaba de repetir, en voz alta, que debía calmarme. Al llegar a
las rejas de la casa en donde vivo, no podía encontrar las llaves, demoré en
hallarlas, estaba nerviosa, recién había dejado de llorar. Entré a casa, fui al
baño, salí con los pantalones sin abrochar, al llegar a mi habitación me saqué
la blusa y el pantalón, así, sin razón alguna para hacerlo; fue bastante
extraño. Decidí salir de mi casa porque, si seguía allí, me quedaría acurrucada
en mi cama, llorando, temiendo, pensando en que un jodido imbécil me atemorizó
por más de una hora. ¿Me hace esto fuerte? recuerdo que hace un par de meses,
frustré el robo de una cámara fotográfica profesional, propiedad de un amigo
caminando zigzagueante hacia el coma etílico. Mi amigo tonteaba con la cámara,
a las dos de la mañana, en la avenida; yo miraba a la calle por si pasaba un
colectivo para él. Se acercó un tipo exigiendo que dejáramos de tomar fotos, yo
le dije que no lo hacíamos (a todo esto, la cámara no tenía baterías). Me dio
un manotazo para botarla al suelo, yo la tomé con fuerza por la correa y la
quité de su alcance. Lo enfrenté, me paré cerca de su cara, yo era un poco más
alta incluso, le hablé golpeado, mirándolo con odio. El tipo se largó, mi amigo
estaba “muerto”, lo levanté y guié hasta Balmaceda, le obligué a tomar un colectivo.
Me fui fumando a casa, las piernas me temblaban, era todo.
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