Cargado
y tibio, digo cuando me preguntan por el té. En tazón, despejando dudas sobre
el tamaño. Té por favor, cuando me preguntan qué bebida caliente prefiero. Dame
otro, si alguien me ofrece más. La relación con las bebidas nunca ha sido fácil
para nadie, adhieres sin tener conciencia de lo que te sirvan de pequeño,
siguiendo las insanas preferencias familiares: bebidas de tres litros en el
paseo familiar, mate cuando los chicos se transforman en adolescentes, café de
grano cuando tienes familia remilgada, té en todos los demás casos. Ya que
escoges acompañar tu vida con alguna de las anteriores, deberías saber que en
el instante más extraño, acabarás con una taza –o vaso−
entre tus manos, abriendo la boca, preparando tu lengua para recibir el líquido
aromático. En esta parte debes saber que preferimos el té, como autores y
editores, como seres pacientes en constante búsqueda de la distinción. Teníamos
en la mochila un pequeño termo de morado metálico cuando recibimos noticias
auspiciosas sobre un concurso editorial, nos sentamos pensando en lo que
significaba a futuro, acompañando nuestras ensoñaciones con té y cigarros.
Bebimos litros y litros de un té negro que nos mantuvo optimistas durante los
días de la Feria del Libro, extenuantes 17 días. Nos acompañó un termo negro,
más grande y menos abollado, en las tardes calientes de Antofagasta, mientras
escuchábamos un slam poético, no
sabía dónde colocar la taza para aplaudir por el ganador. Bebemos té mientras
decidimos el tema de la próxima revista, cuando diseñamos las portadas o leemos
los textos en voz alta para convenir cuales serán publicados. Bebía té cuando
leí que los distintos tipos de té provienen de la misma planta, de las mismas
hojas; la diferencia radica en la madurez de las mismas ¡qué sorpresa! El té
que bebo es el más maduro y amargo. No soporto los aditivos o las “aguas
perras”, alguna vez (experimentando) me envenené con ruda y desde entonces no
soporto olores distintos al del té puro, me asquea el empalagoso “caramel” o el
atropellante “rose” ¿para qué? si ya el té amargo desarma tus sentidos y los
reordena para tenderle alfombra al trabajo, al cigarro o a la conversación.
¿Azúcar, miel o endulzante? Me sigo preguntando ¿para qué? Azúcar envenenada y
miel para quien pueda comprar litros y litros de elixir ora alimento de reina,
ora alimento de esclavo, excusándose con el aburrido “es más sano” y un insulto
monstruoso para el enfermo consumo de sucralosa o sacarosa ¡alguno que me diga
la diferencia química de uno y otro! –se ganará el derecho de consumirlo−.
Té gente, té es la respuesta, té amargo y negro, té mientras escribes, té
mientras lees, té mientras esperas (a por otro té).
Publicado en Revista Escarnio N°56 Especial Té [Septiembre 2015]
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