Salió del agua,
sacudió con cuidado sus alas. Allí el mar era hielo y lo cubría todo. Hielo
violáceo hasta más allá del cielo. Caminó y se detuvo.
¿Olvidaba
algo?
Miró
al mar, quieto, en paz. Un brillo despertó su curiosidad, buscando una
respuesta ladeó la cabeza. Parecía una estatua incompleta, la panza blanca
fundida con la nieve, el lomo negro reflejando el sol de paso horizontal,
cabeza torcida, alas cortas, patas gruesas.
¿Olvidaba
algo?
Continuó
observando el mar, sin tentar movimiento, no retrocedió un paso. Horas quieto.
¿Olvidaba
algo?
Se
miró las patas, estridentes garras. Se agitó incómodo, miró al cielo. Suave
sacudió su carne, acabando en sus alas, extendiéndolas a los costados.
Contempló con tristeza el final de su ala, apuntaba hacia miles de aves negras
caminando en línea, todos ellos se transformarán en invierno.
¿Olvidaba
algo?
Su
cuello siguió torcido. Los ojos negros seguían algún movimiento a lo lejos, un
brillo, una onda, gotas de agua que salían del mar. Se repetía: no tengo prisa,
ya pasará. Cuello torcido, por fin estrellas. Alas cortas, colores en el cielo.
Lomo negro, ya recordaba.
Corrió,
corrió. Junto al mar abrió las alas y levantó las patas. La aurora se acercaba,
pronto podría jugar en las maternales faldas celestiales, acunado en una luna violeta
brillante, recordando que nada había dejado atrás.
Publicado en Revista Escarnio N°60 - Bitácora Antofagasta
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