miércoles, 3 de mayo de 2017

Cadáver [Tabla I: Muerte]



Llevaba un par de semanas así, la situación le parecía familiar, como cuando estás resfriado y no recuerdas qué se siente estar sano, ya ni recordaba lo que significaba vivir bien. Aquella sensación le acompañaba desde hacía semanas, ya no podía salir, no podía permitirse un paseo o siquiera una rutina.
            Observando aquello, se le pasó por la mente la desagradable imagen de una bandeja negra con un trozo de carne encima; había escuchado que en los supermercados lavaban la carne con cloro, así podían venderla aunque ya estuviera un poco podrida. Los colores violáceos, la textura, en un comienzo podía interpretarse como el resultado de un golpe, pero, con el tiempo el olor se había transformado en una preocupación mayor, ese olor era el único que ocupaba la casa. Al decidir lavarlo con cloro, el problema se solucionó en parte, además siempre llevaba un pañuelo empapado en colonia para acercarlo a su nariz cada vez que lo necesitara. Era molesto, pero no sabía cómo deshacerse de aquello, nunca se imaginó que podría transformarse en un problema mayor. Pensó en dejar de olerlo, dejar de mirarlo, pero estaba en su casa, en su habitación, con él, muy cerca para evitarlo.
           Decidió un día cubrirlo, envolverlo y amarrarlo, lo descuidó un par de días, agradecía que al mirar, sólo viera un embutido de carne, mullido como un peluche, inofensivo. Lo apretó un poco esperando absurdamente que se esfumara, por los costados, a través de pequeñas aberturas, cayeron decenas de larvas blancas, se quedaron bailando un rato en el suelo antes de intentar regresar de donde habían caído. Sus hombros bajaban desesperanzados, aquello no desaparecería tal cual había sucedido. No le quedaba más que observar. Los insectos estaban por todos lados, lograba identificar tres especies distintas. Unos gusanos blancos –ya los había visto en algunos ratones muertos y gatos atropellados−, éstas maravillosas bestias devoraban todo el día, caían desmayadas y se envolvían en un saquito que se inflaba, lo que salía parecía haberse comido a otros tantos bichos, salían volando, como buscando nuevos lugares para colonizar, pero siempre regresaban. Otros pequeños negros, que jamás podía ver con claridad, se dedicaban a mover la cabeza  frenéticos, pero no desaparecía lo masticaban, comen y vomitan todo, no lo sabe; podría el vómito estar provocando esos colores negros en la carne muerta. Y esos insoportables relojes de la muerte, los oía, pero jamás se atrevió a verlos, se le ocurría buscar entre la carne, meter un cuchillo y abrir un poco para observar corroer los huesos, pero no podía, el miedo siempre le impidió abrir su propio brazo muerto para conocer los relojes que marcaban su muerte.

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