sábado, 2 de enero de 2021

Día II: Apología al fracaso.

En la televisión anunciaban que, en dos meses más, se prohibiría fumar en lugares públicos: calles, playas y plazas –especialmente aquellas en que habían juegos infantiles–. Lo preocupante era que esta prohibición también regiría en otro tipo de lugares públicos: pubs, terrazas o patios de comida y restoranes. Ya nada volvería a ser igual, él ya no podría salir a caminar a la ciudad por más de una hora, tampoco podría salir con sus amigos a compartir una charla en algún bar, no podría ir a recorrer la costanera o salir al parque con los hermanos menores; para su desgracia, la adicción le impedía permanecer sin fumar durante más de una hora. En la televisión, a propósito del anuncio, comenzaron a aparecer en pantalla rostro tras rostro de personas emitiendo opiniones favorables al caso; era evidente que ninguno de ellos era un fumador, todos se alegraban de que ya no se pudiera fumar en lugares públicos, incluso agradecían la iniciativa. Apagó el televisor y se dedicó a trazar un plan que sería implementado en dos meses más, el día antes de que la normativa se hiciera efectiva. 

Cada semana –desde que vio la noticia– se le hizo larga, casi eterna; todo giraba en torno a su plan, adelantarse a cada posible imprevisto, afinar los detalles, comprar lo que necesitaría y resguardar todo de tal modo que el resto de la familia no pudiera encontrar los objetos necesarios para llevar a buen puerto su plan. 

Aquella última noche, la última en que podría fumar en un lugar público, recorrería cada bar del centro de la ciudad, consumiendo lentamente un vaso con cerveza barata para acompañar los diez cigarrillos que deseaba fumar en cada uno de los lugares. Entre los preparativos consideró dejar de fumar para guardar cada cigarrillo para esa última noche, además de guardar cada peso que pudiera para comprar la cerveza barata –y tener derecho de quedarse en el bar mientras se fumaba los cigarrillos–, fortalecer su condición física con ejercicio y buena alimentación, pasar el día cantando y silbando para ampliar su capacidad pulmonar. Sentía que debía realizar su plan –aquella última noche– para honrar a su vicio antes de la prohibición, pensaba que sería algo para recordar y honrar los buenos momentos en que su leal cigarrillo lo acompañó, aquellos momentos en que estaba solo y se sentía herido, aquellos momentos en que se sintió feliz o exitoso. Él debía ser capaz de consumir, esa última noche, alrededor de veinte vasos con cerveza, además de doscientos cigarros, volver a casa indemne y salir victorioso; regresar triunfante a su hogar y celebrar esa historia, despedirse alegremente de los cigarrillos fumados en la ciudad. 

Llegado el día en que realizaría su plan, el último día en que se sentiría libre, salió de casa alrededor de las cuatro de la tarde, caminó hasta el sector norte de la ciudad y visitó el primer bar: “El Panchop”. El lugar era agradable, se notaba –por tener el rostro enrojecido– que los parroquianos estaban sentados desde temprano en la barra, una chicas voluptuosas se paseaban de un lado a otro sirviendo cerveza y limpiando mesas. Se acomodó en la mesa más cercana a la puerta de salida y sacó el primer cigarrillo. Inmediatamente, un sujeto con buen aspecto se sentó en la silla disponible en la misma mesa y comenzó a hablarle como si ambos se conocieran de toda la vida; era un monólogo aburridísimo sobre lo malo que era fumar. 

«No te hablaré de que fumar es malo, quizás ya escuchaste de eso. Quizás deba comenzar por hablarte de las pequeñas y desastrosas consecuencias producto de los primeros años como fumador, antes que te de cáncer ¡por supuesto! Los primeros años se te manchan los dientes, tu boca tendrá un olor perpetuo a cenicero, comenzarás a notar sensibilidad en las encías y te aparecerán pequeños tumores, acabarás perdiendo el gusto y el olfato. El interior de tu nariz se comenzará a tapizar de alquitrán y cada vez que te suenes la nariz, saldrán restos de mucosas teñidas de café –es desagradable, por cierto–, tu garganta se cerrará con frecuencia y perderás tu capacidad de respirar con normalidad, sufrirás de ahogos durante el día, no podrás hacer ejercicio, sufrirás de apneas por la noche y acabarás durmiendo sentado para poder respirar mejor mientras sea de noche. El cigarrillo tiene nicotina, alquitrán, monóxido de carbono y arsénico: serás adicto, apestarás constantemente, tu sudor olerá a cenicero, probablemente tendrás cáncer y morirás en agonía.» 

Afortunadamente pudo fumar sus diez cigarros mientras bebía la cerveza barata, pudo cumplir su objetivo en el “Panchop”. El sujeto acabó su monólogo y se fue, parecía satisfecho. Él se sentía aburrido, no había previsto que un tipo viejo le hablara de algo que a él no le interesaba. Mientras entraba al siguiente bar, ya había olvidado al sujeto. En los tres siguientes, nadie se le acercó. Entre el sexto y el séptimo, se tomó un largo descanso en una tranquila plaza que encontró mientras caminaba por una calle que no le resultaba familiar. 

En el décimo cuarto, una mujer muy guapa que –al parecer– estaba esperando a alguien más, le habló y le preguntó si podía acompañarlo un rato. Le era indiferente su presencia, pero algo llamó su atención: ella comenzó a sacar una cigarrera y le sonrió. Él también sacó un cigarrillo, ella comenzó a hablar de su hábito y él la oyó atentamente. 

«¿Acaso no es fantástico fumar? Si hubiera un espejo aquí mismo, frente a nosotros, estaríamos mirando absortos la elegante imagen que proyectamos. Mira el humo, siente la seductora fragancia ¡mira tu mano! Con ningún otro gesto te verías tan sensual. Tus labios, tu rostro, el humo saliendo de tu boca y la capacidad de moldearlo en figuras circulares. Ese olor excitante que está impregnado en tu ropa y en la mía, lo adoro. ¿No te parece que fumar hace a cualquier persona más sexy? Me provoca lo suficiente como para hablarle a un desconocido, siempre y cuando fume conmigo y disfrute tanto como yo y me escuche hablar de este maravilloso vicio. Bésame, bésame y compartamos el humo, es genial ¿lo has hecho? Ven, acércate… ay, mi corazón late con fuerza, se me acaba el cigarrillo y quiero más, ahora mismo, quiero otro ¿tienes uno que me regales?»

La chica le pareció linda, aún más linda mientras fumaba. La chica se reunió con el amigo que esperaba y se despidió con un cálido beso en la mejilla. A él se le terminó la cerveza y decidió continuar con su objetivo. No había pensado en que se podían decir tantas cosas hermosas sobre el acto de fumar, sonrió, salió del bar y reanudó su camino. Otros seis bares lo recibieron sin incidentes, la cerveza bebida mermaba su coordinación motriz y ya le dolía el pecho. El camino a casa fue tranquilo, cada paso lo dio lento, mirando a su alrededor como si fuera la primera vez que caminaba en una ciudad. No sintió la necesidad de fumar, no sintió la necesidad de descansar aunque recorrió un largo camino de regreso a casa. Cuando llegó a la casa en donde vivía, alcanzó a ver a su madre a través de la ventana que daba a la calle. Ella estaba esperándolo, ya era de madrugada. Apenas entró, la madre le besó el cuello y olió a su hijo como lo haría un animal. 

«Hijo, pensábamos que habías dejado de fumar. Hace más de un mes que tu olor era mejor, tu ánimo había cambiado para mejor y estabas haciendo ejercicio, incluso tenías más apetito. ¿Qué pasó? Tus hermanos van a terminar fumando como tú y no es bueno, sabes que no es bueno, ellos te quieren harto y siempre imitan lo que tú haces. Dales un mejor ejemplo, así les demuestras tu cariño.» 

Él la miró un momento y sólo pudo decirle exactamente lo que pensaba: “Mamá, no dejaré de fumar. No intentes detenerme.”.


III Mundial de Escritura - 2020

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