domingo, 3 de enero de 2021

Día III: Estado de gracia.

Cuando oyó a sus amigas decir “fashion emergency”, desde la cocina y mientras se preparaba un café, buscó inmediatamente en su celular el significado exacto de la expresión. Había programas tipo reality que sacaban a un mamarracho desde las profundidades de la marginalidad social y lo convertían en un pavo real con las plumas recién pintadas; quizás ellas estaban comentado algún nuevo programa de ese tipo o estaban imaginando lo bella que se vería Lily metida en un traje de satín con tacones altos, ve tú a saber. Lily era la última amiga que quisiéramos tener, una chica desaliñada y sin garbo, hombros de botella y con los pies ligeramente torcidos, labios delgados y agrietados, mirada cansada, cuerpo chueco –por lo que creíamos, un defecto en la cadera que ella no estaba dispuesta a admitir–. La conocimos en la disco de moda, llegó sola y permaneció sentada alrededor de una hora: mucho para esperar a alguien más, demasiado para no hacer contacto visual con nadie a su alrededor. Nosotros ocupábamos una mesa contigua, éramos los cinco amigos de siempre: especiales porque éramos amigos, pero comunes entre todas las personas que también creían ser especiales. El grupo entero la había notado porque su mesa parecía tener un velo invisible que impedía a las personas notar a Lily, nosotros la miramos por lo mismo: “como a que a ella no se le acercan”, “¿estará realmente sola o la habrán dejado plantada?”, “está triste, se ven muy triste”, “poco ayuda que tenga la mirada clavada en la mesa”. Decidimos, entre cuchicheos, que debíamos acercarnos porque nos carcomía la curiosidad, decidir –para poner punto final a las especulaciones– si sería una amiga más o continuaría como la desconocida que llegó sola y se fue sola. Afortunadamente no era una chica pesada, sino tímida; había decidido ir a la disco porque le habían comentado que se pasaba bien y la música era genial; sólo cuando estuvo dentro y sentada, se percató de que no le sería fácil entablar una conversación y, entre pensamiento y pensamiento, ya había pasado más de una hora. Ya cuando juntamos las mesas y comenzamos a conversar más relajados, le preguntamos por su nombre: Lily. No puedo decir que esa noche terminaría siendo recordada como algo único, pero fue bueno conocerla. 

Mientras bebía mi café, teniendo la idea de “fashion emergency” en mente, fresca y dirigida hacia Lily cambiando su look, pregunté a mis amigas por la mención. Ellas sonrieron de un modo extraño, esa sonrisa de medio lado que esconde un mundo inimaginable detrás. Yo terminé de un sorbo lo que quedaba en la taza y di un paso adelante, desafiándolas; suponiendo que yo debía convencer a Lily para someterse a nuestro gusto, contarle que la maquillaríamos, le pondríamos ropa de moda y le arreglaríamos el pelo, le enseñaríamos a caminar sobre tacones y le daríamos consejos para que venciera su timidez. Una hora más tarde Lily llama a la puerta y es recibida con cariño. 

La habitación más grande de la casa es la mejor porque tiene un espejo de piso a techo, lo suficientemente grande como para que los seis posemos juntos y veamos una imagen compuesta, una imagen de nosotros compartiendo algo común. Al principio no entendí de qué forma se relacionaba un “fashion emergency” para Lily con ese espejo. Nosotros seis de pie frente a nuestra propia imagen: las chicas dispuestas en pares a ambos costados, Lily y yo en medio. Me sentía confundido ¿qué estaban pensando las chicas y qué tenía que ver Lily con esto? Di un saltito por la sorpresa cuando oí una orden con voz fuerte y decidida: Ahora a desnudarse. Pocas veces habíamos compartido estos momentos que yo denominaba “de orden y acción”, pero cada vez que me veía involucrado, sucedía algo extraordinario. Para ellas era un ejercicio frecuente y se notaba que lo disfrutaban, para mí esa amistad llevaba dos años, para Lily era la primera vez. Frente al espejo no pude ocultar mi interés por Lily, no podía dejar de mirarla y las otras lo notaron. 

Las chicas comenzaron por el pelo, cayeron cintillos, elásticos, accesorios varios, aritos, collares y anillos; yo comencé por las muñecas, pulseras y reloj. Todas se agacharon y centraron la atención en los zapatos que llevaban, algunas sólo jalaron suavemente mientras otras tuvieron que desatar cordones. Arriba nuevamente, esta vez al torso: chaquetas, suéteres, poleras y tops; yo llevaba una camisa que me costó desabrochar por el nerviosismo –sería la primera vez que vería el cuerpo de Lily sin esa ropa holgada que siempre llevaba–. Las piernas: todos llevábamos jeans y fue fácil deshacerse de la prenda. En ese momento sólo nos quedaba la ropa interior: a ellas dos prendas, a mí una. Alguna chica dijo que debían deshacerse del sostén al mismo tiempo, para finalizar juntos con la última prenda. Intenté mirar al frente, mirar mi imagen y nada más alrededor; apenas cayeron los sostenes “a la cuenta de tres”, los ojos se me fueron instantáneamente al torso de Lily. Las chicas intentaban taparse el pecho con un brazo y era gracioso sentir que se movían un poco inquietas. A la segunda “cuenta de tres” debíamos quitar la última prenda; ellas no podían continuar tapándose el pecho. 

Cuando conocí a Lily pensé que su timidez se debía a algo con su familia, algo heredado, algo que le fue enseñado y a lo cual yo no debía prestar mayor atención. Lily me seguía pareciendo hermosa después de verla totalmente desnuda, aunque su pecho era totalmente plano y desde el abdomen hasta los pies fuera igual a mí. Dirigí mis ojos a la imagen de su rostro y pude ver que también me miraba a través del espejo. Le sonreí.


III Mundial de Escritura - 2020

No hay comentarios: