domingo, 3 de octubre de 2021

Cuchinatta - Día III

Es difícil recordar a la Cuchinatta después de 18 meses en que ya no está sobre esta tierra. En diciembre de 2019 -un día antes de navidad- fue enterrada en el patio (junto a dos gatitos de la misma camada), apenas cumplidos los cinco meses de vida. Ni el veterinario supo decir qué condición anómala presentaba el animalito: lo miraba desde arriba y desde abajo; le tomaba las patitas y revisaba una y otra vez cada parte peluda del torso; observándole la piel del cuello hincharse y recogerse como una bolsa; viéndole la patita delantera normal cuando la examinaba, pero doblada cuando caminaba; sorprendiéndose al comprobar que la barriga estaba tan hinchada como un globo a punto de reventar solo de gases que no eran expulsados oportunamente. Algunas chicas que trabajaban junto al veterinario se sacaron fotografías con el curioso ejemplar de gato que resultó ser La Cuchinatta, tenía cuatro meses y no medía más de quince centímetros -aunque tenía la inteligencia y el interés por el juego de un gatito de su edad-, su cabeza pequeña y ojos saltones la hacían digna de cada "aw" o "uu" que se permitían emitir las personas que alcanzaron a conocer a La Cuchinatta.

La camada era de tres o, quizás, más gatitos; sólo encontré tres por mucho que busqué en los alrededores. Los tres tenían el cordón umbilical prendado del abdomen y estaban cubiertos de algo rojizo, algo húmedo que podría ser sangre o rocío nocturno, mezcla de ambos incluso. Asumir que fueron abandonados por una gata o un ser humano no cambiaba mucho el panorama, decidí en cambio recurrir a alguien cercano y, luego, iríamos a visitar a una experta en gatos, perros y niños abandonados: tenía alrededor de 20 gatos en casa (desde gatitos de semanas, hasta gatos con décadas encima), cinco perros ciegos y uno muy amigable -que cuidaba incluso de algunos gatitos entregándoles calor- y tres nietos que fueron abandonados por los progenitores. El único gatito que sangraba sobrevivió las primeras dos semanas, fue reconocida como hembra y nombrada "La Cuchinatta" por un capricho de fin de semana. Pude comprobar algunas semanas después que un gatito de menor edad le doblaba el tamaño y comprendí que, quizás, esa gatita había sido abandonada por la madre porque padecía de algún trastorno que hacía difícil que algo de su tamaño sobreviviera por sí mismo o, con mayor probabilidad, un ser humano botara a los gatitos recién nacidos porque eran tres idénticos y, además, hembras. No planeaba nada con ningún gatito de la camada, los ofrecí a quienes se me ocurrió que podían querer un gatito; nadie aceptó de buenas y tampoco a primeras. Al notar que La Cuchinatta tenía ciertos atributos extraños, comencé a pensar en quedármela, aunque mi gato adulto de diez años la odiara y acabara empujándola escalera abajo como ya había hecho con otros gatitos de meses que fueron a dar a la casa por error.

Quizás, en primera instancia, no debí recoger a esos gatitos; hacer como si no oyera los maullidos y pasar de largo como hicieron muchas otras personas. Al recogerlos extendí un poco una vida corta, pero fue al menos algo más significativa porque mi corazón se conmovió y ese gatito pudo vivir un par de meses más. Tan de sorpresa como llegó, se fue.

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