domingo, 10 de octubre de 2021

Siesta - Día X

El día comenzó del peor modo y soy de esos que no creen en los dichos (o los encuentra poco atinados para estos tiempos), eso de levantarse con el pie izquierdo me parecía absurdo hasta que vi sobre el velador -del lado que le correspondía a mi pareja- una llamativa figurita de origami en donde se alcanzaba a ver una palabra: “léeme”… ese velador estaba del lado izquierdo de nuestra maravillosa cama tamaño King, comprada en algún cyberday, a precio de huevo. Me acerqué reptando hasta alcanzarlo porque aún me sentía adormilado y creía, todavía creía, en que ella me amaba tanto como el día en que decidimos comprar esa cama para dormir juntos el resto de lo que nos quedara de vida. La figurita representaba un elegante elefante rojo –símbolo importante hasta ese momento, porque cuando le pedí matrimonio, el anillo que le ofrecí estaba oculto dentro de un elefantito rojo (que me pareció adorable y único)-, un elefante rojo precioso que me pareció lindo hasta ese momento, porque al abrir la figurita de origami, la palabra “léeme” fue la única palabra linda en ese papel cuidadosamente plegado. No decía mucho en realidad, pero lo que destacaba por sobre todas las palabras malsonantes fue “odio”, en particular “te odio”. Sostuve el papel atiborrado de pliegues sobre mi rostro, lo sostuve hasta que mis brazos se cansaron y giré con mi cuerpo para poner pie en el suelo… el primer pie que tocó el piso frío de lo que fuera nuestra habitación, fue el izquierdo. Nada pasó a continuación, no me resbalé con la alfombrilla rosa que ella mantenía de su lado de la cama, tampoco se torció mi tobillo al intentar dar unos pasos lejos de la cama, tampoco me golpeé la cabeza con algún objeto colgante o perdí el equilibrio cuando las gatas (que ella había adoptado de todos modos, aunque a mí no me gustara) salieron corriendo desde debajo de la cama; nada fuera de lo habitual y eso me molestó ¿qué pasaba con eso de levantarse con el pie izquierdo? ¿acaso no sucedería algún accidente que me borrara de esta –nueva- existencia solitaria?

En la cocina todo estaba limpio y ordenado, la caja de cereal estaba llena y la de leche perfectamente fría en el refrigerador, las latas en el contenedor para reciclar aluminio y las tazas colgadas donde correspondía, los platillos de las gatas llenos a tope y el agua tan fresca que me dieron ganas de probar para corroborar que estaban a la temperatura perfecta para que bebiera con gusto un gato. Cada cortina de cada ventana de la casa estaba descorrida, justo la iluminación perfecta para alguien que comienza a desperezarse –como era mi caso-; lo preciso para pensar en que todo era mejor que cuando estaba ella sentada mirando su libro e ignorando las necesidades de las gatas, ignorando mi alegre “buenos días” de cada mañana, ignorando las cortinas cerradas y la tetera silbando sobre el quemador más grande. No, no se trataba del pie con que me había levantado esa mañana, sino la paz que alcanzaba a respirar en esa casa, en mi casa. Por primera vez, en décadas, pude sentarme y admirar el paisaje que me había perdido todos esos años y me gustó lo que vi, me gustó tanto que salí al patio y continué caminando hasta más allá del límite de la propiedad, llegando al lecho del río que tanto me gustaba de niño, deseando ir más y más lejos, primero con el agua hasta las rodillas y, luego, apenas mojándome la planta de los pies; ahí me sentí realmente feliz y decidí continuar durmiendo con el sonido del agua, viendo el cielo.

Desperté con gritos de alerta y no tardé en ubicar a las personas que emitían aquellos gritos, los rostros que vi me parecieron tristes o preocupados –no pude definir exactamente qué tipo de emoción estaba viendo-; me preguntaron si estaba bien y yo les respondí que estaba tomando una siesta, que necesitaba dormir un poco más.  

No hay comentarios: